Tercera semana de Pascua

Llamados por el Papa a ponernos, como Iglesia de Chile, “en estado de oración”, podemos identificarnos con la comunidad de Jerusalén que, en el evangelio de este domingo, ha recibido ya la noticia de la Resurrección del Señor, y recibe el refuerzo de la experiencia de los que en Emaús lo han reconocido en la fracción del Pan. Sin embargo, al aparecer el mismo Jesús en medio de ellos, quedan atónitos y llenos de temor, de manera que el Señor se ve obligado a demostrarles que es él mismo, mostrándoles las manos y los pies, y comiendo delante de ellos. Además, les recuerda lo que ya les había anunciado, y les abre la inteligencia para que comprendan las Escrituras y puedan ser sus testigos llamando a todas las naciones a la conversión para el perdón de los pecados.

Ese llamado a la conversión y a recibir el perdón de los pecados lo escuchamos ya en la boca de Pedro en la primera lectura de este domingo, llamado que podemos aplicárnoslo en la situación actual, con la ayuda de las palabras de la carta de san Juan: Si alguno peca, tenemos un defensor ante el Padre, Jesucristo, el Justo. En estado de oración, entonces viviremos no sólo los casi cuarenta días que median hasta el encuentro de nuestros obispos con el Papa, sino el tiempo que sea necesario, para que el fruto de ese encuentro sea palpable entre nosotros. En palabras del Papa: que se restablezca la comunión eclesial en Chile, con el objetivo de reparar en lo posible el escándalo y restablecer la justicia.

A lo largo de las semanas, este tiempo nos ayuda a mirar la misteriosa realidad de la Iglesia, “pueblo santo, siempre necesitado de conversión”, porque aunque el libro de los Hechos le baje el perfil a la variedad de situaciones que se daba ya en la primitiva comunidad, se asoman, a veces, pistas que nos la revelan, como las frases que podemos escuchar este miércoles: Tras la muerte de Esteban se desencadenó una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, excepto los apóstoles, se dispersaron… En otras palabras, parece que la persecución se dirigió contra el grupo de los que antes se  han identificado como ‘los helenistas’ (Hch 6,1). A ese grupo pertenecía Esteban, y pertenecía el Felipe (distinto del apóstol del mismo nombre) a quien vemos evangelizando a los samaritanos y bautizando al eunuco etíope…! Lo que une a la Iglesia es, por lo tanto la fidelidad a Jesucristo y su Espíritu, que hace superar y asumir las diferencias. Terminaremos la semana contemplando, al mismo tiempo cómo el Señor transforma a Saulo en Pablo, y lo une con Pedro, en la pareja que san Ireneo llamará “las columnas de la Iglesia”. Por su parte, en el capítulo 6, del evangelio de san Juan, Jesús nos llama a alimentarnos de “la carne y  la sangre del Hijo del hombre”. Un llamado que entonces provocó la división del grupo de los discípulos. El mismo llamado en el que se nos pide profundizar en este año de Congreso Eucarístico en Chile.

Como nos señala el Papa en su carta a nuestros obispos: “Estos días, miremos a Cristo. Miremos su vida y sus gestos, especialmente cuando se muestra compasivo y misericordioso con los que han errado. Amemos en la verdad, pidamos la sabiduría del corazón y dejémonos convertir”.

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