Tercera semana del tiempo durante el año

Comenzamos la semana pasada contemplando el llamado de Jesús a sus primeros discípulos en el evangelio de San Juan. En esta, contemplamos lo mismo, en la muy distinta versión del evangelista Marcos. Reconocemos, por lo tanto, que no interesa mucho la ‘historicidad’ del relato, sino lo central del acontecimiento: El anuncio de la inminencia del Reinado de Dios y la necesidad de cambiar de manera de pensar, para acoger la Buena Noticia.

Acabamos de experimentar en Chile el impacto de la visita apostólica del sucesor de Pedro. Vino a renovar entre nosotros el llamado de Jesús a cambiar de manera de pensar. Porque en eso consiste “convertirse”: en cambiar nuestra manera de ver las cosas; en reconocer que necesitamos mirar nuestra realidad con los ojos de Jesús: ojos misericordiosos, sí, pero no ingenuos, ni permisivos. Si en estos días hemos experimentado el convencimiento de que en nuestra sociedad se encarcela a la pobreza, deberíamos inmediatamente preguntarnos “¿Qué haría Cristo en nuestro lugar?”, la contraseña que el Papa dio a los jóvenes, pero que desafía a todos los que formamos parte de esta sociedad. Allí encontraremos una pista para reconocer cómo hemos de convertirnos.

Y, si pensamos más detenidamente, tendremos que reconocer que aún nos falta convertirnos como Iglesia, para reconocer cuál es el lugar de cada una y cada uno de nosotros en el Pueblo de Dios, al mismo tiempo santo y pecador. Igual que el Papa, sentimos vergüenza y dolor (al menos deberíamos sentirlos) ante las diversas maneras como provocamos dolores a otros. En primer lugar, por los abusos sexuales tan fuertemente denunciados ahora, dentro y fuera de la institución eclesial. Pero también ante la prontitud con que recogemos y tiramos piedras a quienes consideramos culpables, sin dejarles siquiera la opción que el mismo Jesús nos enseñó: “Anda y no peques más en adelante”. Tal vez, entre la actitud de Jesús y la de Jonás, estamos más cerca de éste. Queremos que el Señor aniquile a los pecadores, y nos amargamos ante la misericordia inagotable de nuestro Padre Dios, que sigue esperando, aunque, por medio de san Pablo, este domingo nos advierte:“Queda poco tiempo (…) la apariencia de este mundo es pasajera”.

A lo largo de la semana, la mesa de la Palabra nos ofrece contemplar cómo se afianza el reinado de David sobre Israel, mientras el rey se muestra en toda su debilidad humana, en el episodio de su adulterio con la mujer de Urías, y el asesinato indirecto de éste. Mientras tanto, Marcos sigue guiándonos en el seguimiento de Jesús.

El santoral, por su parte, nos ofrece esta semana recordar a la Bienaventurada Laura Vicuña (1891-1904), el lunes 22 –día en que además, podemos agradecer a Dios la vida del Padre Hurtado, nacido en esta fecha, en 1901-. El miércoles 24 se celebra al obispo san Francisco de Sales (1567-1622), maestro espiritual y patrono de los comunicadores sociales). El 25  es la fiesta de la Conversión de san Pablo, apóstol, día en que en el hemisferio norte cierran la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. El 26 se recuerda a los obispos santos Timoteo y Tito, discípulos del mismo apóstol. El sábado 27, se puede recordar a santa Ángela de Mérici (1470-1540), fundadora de las Ursulinas, otro ejemplo más de cómo el Señor suscita reformadores cuando la Iglesia los necesita.

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