Trigésima primera semana del tiempo durante el año

Hace tres semanas, escuchábamos el diálogo de Jesús, con el llamado Joven Rico, que preguntaba a Jesús qué debía hacer para heredar la vida eterna. Esta semana comienza con un diálogo parecido. Quien pregunta es un escriba, experto en el conocimiento e interpretación de los 613 mandamientos de la Torah, que desea escuchar cuál es, según Jesús, el más importante de esos preceptos. Jesús le recuerda el ‘credo’ que repite todos los días, al levantarse y acostarse, y que la liturgia nos hace escuchar en la primera lectura de este domingo: “Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios…” Pero Jesús no se limita a ese precepto. Agrega: “el segundo es: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». No hay otro mandamiento más grande que éstos”. 

Al responder al escriba, Jesús no intenta darle una jerarquía de leyes, sino que le recuerda la acción liberadora de Dios en favor de su pueblo, acto de amor que merece una respuesta amorosa de parte de quienes han sido liberados. Pero Jesús va más allá de la pregunta al agregar de manera inseparable el mandamiento del amor al prójimo. La primera carta de san Juan explicita esta unidad cuando nos advierte: “Si alguno dice: “Amo a Dios” y aborrece a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (420). Y el escriba que ha hecho la pregunta se distingue claramente de sus colegas farisaicos al proclamar que ese mandamiento bimembre “vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios”. Por eso, Jesús le señala: “Tú no estás lejos del Reino de Dios”.

Estamos, entonces, ante lo esencial del Evangelio, y es bueno reconocerlo en nuestra situación actual como Iglesia: No nos renovaremos por el esplendor del culto, ni por el número de misas a las que asistamos, sino por la calidad y verdad de nuestro amor a Dios y al prójimo. Un amor que significa compromiso de ayudar a los más débiles y necesitados de nuestra sociedad, así como misericordia y capacidad de acoger a quien se ha alejado  y se reconcilia con la  comunidad  y, mediante ella, también con el Señor. Porque, como nos recuerda la carta a los Hebreos, nuestro Sumo Sacerdote, Jesucristo, se ha entregado por nosotros de una vez para siempre, y sigue permanentemente intercediendo por nosotros. Lo que hagamos por los menores de nuestros hermanos y hermanas, lo hacemos por Él.

Durante la semana, seguimos saboreando la cariñosa carta de Pablo a los Filipenses. Recordamos, por lo tanto,  que estamos llamados a configurar nuestra vida con la de  Cristo Jesús. Como la suya, nuestra vida ha de estar al servicio de los demás. En el evangelio de san Lucas, por su parte, profundizamos en ese amor misericordioso de Dios por cada uno y cada una de nosotros, que garantiza nuestra confiada espera del encuentro definitivo con Él.

En el santoral, bajo la inspiración de la fiesta de Todos los Santos,  se dejan días para que las familias religiosas celebren a quienes han seguido a Jesús por sus respectivos caminos. Por eso, los jesuitas recordamos el lunes 5, en una sola fiesta a todos los Santos y Beatos de nuestra familia religiosa. En los días en que iniciamos el Mes de María, es probable que diversas comunidades lo inauguren con alguno de los  formularios de Misas que ofrece el común de la Virgen María. El viernes 9, la fiesta de la Dedicación de la Basílica del Salvador, llamada comúnmente San Juan de Letrán, Catedral de Roma, nos invita a celebrar nuestra in-corporación a Cristo como piedras vivas del templo de su Cuerpo, donde se rinde el auténtico culto al Padre, en espíritu y verdad. Y el sábado 10 estamos invitados a recordar al Papa san León  Magno (+461), que ayudó de manera decisiva a que la Iglesia formulara el Misterio de la Persona divina de la Palabra de Dios encarnada en Jesús de Nazaret: Dios y Hombre en una sola Persona.

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