Quedan sólo diez semanas de este Año Jubilar de la Misericordia, y la mesa de la Palabra de este domingo resulta explosivamente abundante. Aunque puede desconcertarnos que se abra mostrándonos al Señor dispuesto a castigar al pueblo idólatra, y dejándose mover a la misericordia por la intercesión de Moisés, como si necesitara que otro le recordara la fidelidad prometida a los patriarcas del pueblo. Podemos ver en Moisés un modelo para quienes tengan tareas pastorales: Buscar el bien de la comunidad encomendada, orar por ella, y tratarla con misericordiosa solidaridad. Algo que nos resultará más fácil si, como Pablo, adquirimos la convicción de haber sido tratados con misericordia. Es lo que indica en la segunda lectura de este domingo[1]. Esa conciencia es la que falta a los fariseos y escribas del tiempo de Jesús y de todos los tiempos. Es la conciencia que Jesús espera de nosotros, especialmente en este año jubilar. Porque no basta con la justicia para que haya paz estable: es necesaria la misericordia. Cuando alguien la otorga como el Padre de la parábola, construye la alegría de la fiesta. Pero, si no la pedimos o no la recibimos cuando hemos destruido la convivencia, quedamos a solas con nuestro rencor, tratando de culpar a otras personas, como el personaje de Napoleón en El gran divorcio, de C.S.Lewis. Y en lugares y momentos como los actuales, ¡hay tanto que “misericordiar”(como se dice en el texto referido en la nota)! Sobre todo en la fecha de este domingo, que sigue y seguirá siendo ocasión de violencia, mientras no nos pongamos todos bajo el manto de la misericordia. Pedir perdón y perdonar son actos libres y personales, a los que nadie puede ser obligado…, pero, mientras no se realizan, las heridas siguen abiertas.
El leccionario ferial de esta semana nos lleva desde el capítulo 11 al 15 de la primera carta a los Corintios. Al comienzo, Pablo parecería estar preocupado de problemas “litúrgicos”, pero nos lleva a mirar con verdad a la Iglesia-cuerpo-de-Cristo extendida por toda la tierra, y reunida en torno a la mesa eucarística, sostenida por el Espíritu, que infunde en ella, para el bien de todos, multitud de carismas, el mayor de los cuales es el amor. Por el Espíritu, podemos desde ahora vivir como resucitados, gracias al triunfo de Jesús sobre la muerte. En cuanto al Evangelio, Lucas nos hace contemplar a Jesús que revela al Padre misericordioso, liberando a los oprimidos y oprimidas por el mal, esas mismas personas con las que se va formando la comunidad de los discípulos… Y terminamos la semana con la parábola del sembrador, que nos invitará a orar para que nosotros y nuestra Patria seamos buena tierra, que dé fruto abundante.
En el santoral, el lunes 12 celebramos el Santo Nombre de María, una memoria puesta en esta fecha, para agradecer la liberación de Viena frente a una invasión otomana en 1683. El martes 13 se recuerda a san Juan Crisóstomo (“Boca de oro”), patriarca de Constantinopla, muerto en el destierro (+407), por ser fiel a la tarea profética de denunciar lo que no andaba bien en la corte imperial. El jueves 15 recordamos a Nuestra Señora de los Dolores, una memoria que nos recuerda que en otras partes del mundo, el 14 es la fiesta de la Santa Cruz, que nosotros celebramos el 3 de mayo. El viernes 16, los mártires san Cornelio, papa (+251), y san Cipriano, obispo de Cartago (+258) nos recuerdan una época de oro en cuanto a la fidelidad de los pastores y en el desarrollo de la eclesiología. Y el 17, se puede recordar al cardenal jesuita san Roberto Bellarmino (+ 1621) gran servidor de la Iglesia post-tridentina, y responsable de las luces y sombras de la eclesiología que nos rigió hasta el Vaticano II.
[1] El Papa comentó profundamente el texto de 1 Tim 1, 12-17 en su mensaje a los obispos de América a fines de agosto.