“Entonces, ¿quién podrá salvarse?”, se preguntan los discípulos de Jesús, tras escucharlo decir: “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios”. Y, ante su asombro, la respuesta de Jesús no rebaja la exigencia; sólo anima a confiar en Dios: Lo que para nosotros es imposible, no lo es para Él.
La escena completa que se nos presenta en el evangelio de este domingo, no deberíamos reducirla a exigencias referidas sólo a bienes materiales, como los que poseía el joven que corre y se arrodilla ante Jesús. Si recordamos otras palabras de Jesús, nos damos cuenta de que hay que preferir seguirlo a él, por encima de cualquier otra cosa material o inmaterial que consideremos nuestra propiedad, o nuestra seguridad. Para seguir a Jesús, realmente debemos des-apropiarnos de todo, cualquiera sea nuestra vocación. Seguramente oímos muchas veces palabras como las de Jesús en este domingo, acerca de quien se compromete en un instituto de vida consagrada. Pero la vocación matrimonial también implica desprenderse de sí mismo o de sí misma, para entregarse al/a cónyuge. Y, al reflexionar más profundamente sobre nuestra crisis eclesial, vemos que, si el Papa pidió a nuestros obispos “seguir construyendo una Iglesia profética, que sabe poner en el centro lo importante: el servicio a su Señor en el hambriento, en el preso, en el migrante, en el abusado” (carta del 17 de mayo), es porque como Iglesia hemos preferido otros bienes: – fama, poder, importancia…- y no hemos puesto a Cristo en el centro de nuestra vida eclesial. Reconocemos entonces que, como fue la primera intención de Salomón, debemos buscar la sabiduría que nos da el Señor por su Palabra, antes que cualquier otro bien. Y, si dejamos entrar esa Palabra hasta la raíz del alma y del espíritu, descubriremos el camino por el que el Señor nos renueve como Iglesia y como miembros auténticos de Cristo, “cuyo Cuerpo y Sangre comulgamos” en cada Eucaristía.
En la semana, san Pablo en la carta a los Gálatas nos invita a abrirnos a la libertad del Espíritu, despojándonos de la falsa seguridad de cumplir un reglamento. Luego, el leccionario ferial nos introducirá a la profunda meditación sobre el amor de Dios, que es la carta a los Efesios. Al mismo tiempo, el evangelio de san Lucas nos sigue haciendo contemplar la larga subida de Jesús a Jerusalén: se acentúa el conflicto de Jesús con los escribas, los fariseos y los magistrados de su pueblo. En paralelo con la libertad cristiana de la carta a los Gálatas, aparece la necesidad de pedir la gracia de perseverar en la opción por Jesucristo, siendo fieles al Espíritu.
En el santoral, el lunes 15 nos encontramos con la imponente figura de Santa Teresa de Jesús, mística reformadora del Carmelo. El martes 16 puede celebrarse a santa Eduvigis (+1243), viuda y religiosa, o a santa Margarita María de Alacoque (+1690), religiosa de la Visitación, apóstol del Sagrado Corazón. El 17 es el turno de recordar a san Ignacio de Antioquía (+107?), cuyas cartas a diversas comunidades, durante su traslado a Roma, iluminaron a sus contemporáneos y han seguido iluminando a la Iglesia. El jueves 18, se celebra a san Lucas, evangelista, que habría muerto siendo obispo de Tebe en Beocia (Grecia). El viernes 19 se recuerda a los mártires jesuitas de la Región de los Grandes Lagos (Juan de Brébeuf, Isaac Jogues y compañeros) que fueron martirizados entre 1642 y 1649, mientras evangelizaban a los indígenas de esa región.