¿También ustedes quieren irse?, pregunta Jesús a sus discípulos en el evangelio de este domingo. Una pregunta que sigue formulando hoy a quien quiera seguirlo en su Cuerpo. Ese cuerpo que comemos en la Eucaristía y que compartimos como miembros de Él. Nos resulta fácil tragar la Forma eucarística en cada misa, pero nos cuesta “tragar” la realidad visible del Cuerpo que es la Iglesia. Y seguramente nos cuesta más en las actuales circunstancias. No somos un club de personas amigas y respetables, que se han elegido mutuamente, sino un pueblo de hermanas y hermanos, llamados a recibirnos y aceptarnos, para ayudarnos a ser mejores. El Concilio Vaticano II, nos recordó que la Iglesia, al mismo tiempo que es santa, tiene el deber de estar siempre purificándose, para ser más auténticamente Iglesia de Jesucristo. Lo que Francisco nos dijo al Pueblo de Dios que peregrina en Chile y, últimamente, a todo el Pueblo de Dios, es no sólo un recuerdo, sino una ayuda para que tomemos conciencia de que aún no vivimos de acuerdo al modelo de Iglesia que el Espíritu inspiró al Concilio: Un Pueblo (no una pirámide) cuyo centro es el mismo Cristo, que nos guía y acompaña hasta el fin de la Historia.
El libro de Josué, en la primera lectura de este domingo, nos prepara a la pregunta de Jesús: ante Dios hemos de recordar lo que Él ha hecho por nosotros, para optar por servirlo a Él. Por su parte, la carta a los Efesios, que hemos estado leyendo en los últimos domingos, fundamenta la donación mutua de la vida entre los cónyuges en la entrega de Jesucristo-Esposo por la Iglesia-Esposa. Algo que san Ignacio menciona también en sus “Reglas para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener”: el mismo Espíritu anima al Esposo y a la Esposa. De ahí trasladamos a nuestros días la respuesta de Pedro a Jesús: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna…”
En la Mesa de la Palabra durante la semana, terminaremos nuestro recorrido por el evangelio de san Mateo, reconociendo que la comunidad del evangelista se hizo muy consciente del peligro de fariseísmo y de hipocresía que acecha tanto a los ministros como a todos los discípulos y discípulas del Señor. Por eso, antes de llamarnos a la vigilancia, porque la venida del Señor es inminente, se nos presentan las duras palabras de Jesús contra quienes pretenden transformar la relación con Dios en una especie de relación comercial: Si esto se hace así, vale; si no, no vale… La palabra del evangelista la escuchamos tras haber oído también a san Pablo en su 2ª. Carta a los Tesalonicenses, advirtiendo que la inminencia del Día final no puede ser pretexto para descuidar el trabajo y el servicio a los demás, y anunciando a los Corintios, que la sabiduría de Dios la encontramos en la locura de la Cruz.
En el santoral, aunque no se celebra al Bto. Ceferino Namuncurá (+11 mayo 1905), el día de su memoria coincide con el domingo dedicado a la oración por los Pueblos Originarios: una oración que nos debe disponer al reconocimiento y al respeto de los derechos de esos pueblos. El lunes 27 recordamos a santa Mónica (+387), madre de san Agustín (+430) el gran Doctor de la Iglesia latina, cuya memoria se celebra el martes 28. El miércoles 29 se celebra la memoria del Martirio de san Juan Bautista, y el 30 celebramos a la patrona y primera santa de nuestro continente, santa Rosa de Lima (1586-1617), laica consagrada, de espiritualidad dominica. El viernes 31, la orden de la Merced celebra a san Ramón no-nato, patrono de las matronas. La orden Trinitaria recuerda el 1 de septiembre a san Arturo, mártir (+1282), que no figura en el Martirologio romano. Desde el Precursor, hasta el beato Ceferino, nos encontramos con diversos modelos para decir con Pedro: “Nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios”. Nos ayudan también, de alguna manera, a mirar el reverso de la cita del Vaticano II: En este pueblo llamado a la purificación, el Espíritu del Señor logra producir frutos variados de santidad.