Vigésima séptima semana del tiempo durante el año

Comentario a las lecturas de la liturgia del 2 al 8 de octubre
¿Hace falta mucha fe para perdonar y seguir perdonando? Eso parecen pensar los Apóstoles – el grupo selecto de los discípulos de Jesús – cuando el Maestro les pide perdonar siete veces al día si es necesario. Porque ante esa exhortación responden pidiendo al Señor que les aumente la fe.  Y Jesús contesta que basta con una pequeña dosis, para lograr lo que parece imposible.
En este Año Santo de la Misericordia, ha sido capital que recordemos cómo Dios nos ha perdonado y nos sigue perdonando, para que encontremos en Él la fuerza para perdonar a los demás. Y la petición de los Apóstoles puede ayudarnos a reconocer que no es fácil perdonar plenamente. Porque el perdonar no nos borra la memoria. Una ofensa recibida o inferida es, de todas maneras, una deuda no pagada: sólo el perdón total puede hacer de ella una fuente de paz y de amor, que libere nuestra conciencia del rencor por el mal padecido, y, desde el otro ángulo, la libere también del temor por el mal del que hemos sido causa.
La queja de Habacuc y la respuesta que Dios le da, nos pueden ayudar a orar con insistencia. Las contiendas y las discordias están también dentro de nosotros y nos hacen ver todo bajo la misma bruma de iniquidad y opresión. Esperemos, entonces, con paciencia y fidelidad y reconozcamos el don de Dios que nos ha sido dado en el bautismo, y se nos renueva en cada sacramento, de manera que miremos el momento presente sin temor, como aconseja Pablo a su discípulo Timoteo. “Es necesario padecer por el Evangelio”, nos recuerda el apóstol. Y no se trata de buscar ni de armarnos sufrimientos, sino reconocer que hemos recibido la invitación  – ¡el privilegio! – a ser simples servidores y servidoras de la Buena Noticia. No necesitamos otras compensaciones.
En la semana, la mesa de la Palabra nos sigue haciendo contemplar a Jesús en su subida hacia Jerusalén,  que culmina en el Calvario. Y comenzamos contemplándolo en la figura del Buen Samaritano, que nos recoge del camino, nos cura las heridas y nos encarga a cuidarnos mutuamente hasta su regreso. Él es el Único al que vale la pena encontrar,  el que nos revela en sí mismo el amor invencible e inagotable del Padre. El descubrimiento de ese amor nos hará gozar de la bienaventuranza de escuchar y practicar la palabra de Dios.  Mientras tanto, compartimos la experiencia personal de Pablo, por su carta a los Gálatas: Hay que vivir confiados en Cristo, que nos ha liberado de las minuciosas prescripciones de la Ley. Ése es el núcleo de la única Buena Noticia que hay que creer.
En el santoral, la memoria de los Ángeles Custodios, el día 2, queda omitida por el domingo. El lunes 3, el calendario de la Compañía de Jesús celebra la memoria de San Francisco de Borja (+1572), tercer Prepósito General de la Orden que, desde el domingo está celebrando su 36ª. Congregación General, la que debería designar a un nuevo sucesor de san Ignacio. El martes 4 se celebra a san Francisco de Asís (+1224), patrono de nuestro actual Obispo de Roma. El jueves 6 se puede celebrar la memoria de san Bruno (+ 1101), fundador de los cartujos. El viernes 7 se recuerda a Nuestra Señora del Rosario, celebración instituida en 1571, para recordar la victoria de Lepanto. Las circunstancias históricas actuales deberían hacernos rogar especialmente en este día por la paz en el Oriente Medio y por un creciente entendimiento entre los creyentes de las diversas confesiones religiosas, para asegurar una paz estable. Bajo la misma perspectiva recordamos  en este mes  nuestra vocación misionera.

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