“Mis padres son católicos. Viví casi toda mi niñez en La Florida, en el sector de la parroquia Cristo Redentor, y mi fe era algo así como la fe de ‘San Expedito’: acercarme a Dios para pedirle ayuda en las distintas cosas que iba enfrentando. Recuerdo que en la Confirmación —que era un hito incluso para el barrio—, viví un cuestionamiento más maduro sobre la presencia de Dios en mi vida, y qué significaba, más allá del ‘ayúdame Dios porque quiero que algo pase’. Creo que me marcó mucho el contexto socioeconómico vulnerable en el que vivía. Yo tuve la suerte de entrar al Instituto Nacional, pero la mayoría de mis amigos de allí no llegó a la universidad… amigas que quedaron embarazadas, amigos que murieron por drogas, etc.; un contexto que hizo que en algún momento empezara a preguntarme cosas respecto de Dios y de mi fe”.
¿Y hacia dónde te llevaron esos cuestionamientos?
Cuando entré a la Universidad Católica (UC), el vuelco fue hacia la acción social. Trabajos voluntarios, en campamentos, trabajé también en La Pincoya. Luego, empecé a adquirir responsabilidades de liderazgo en proyectos de acción social. Junto a ello, siempre había una reflexión que, si bien no iba acompañada pastoralmente, me marcó mucho: Yo asumía que venía de un contexto de vulnerabilidad, pero otra cosa fue la primera vez que construí una mediagua. Fue muy potente. Estuve en Purén y le construí a una familia que era más joven que yo, que no tenía dónde vivir, solo la mediagua que les estábamos instalando en un cerro que se caía a pedazos… me marcó mucho, pero no en términos de una pregunta de fe, sino de cómo quería vivir mi vida. La forma de enfrentar ese cuestionamiento fue con mayor intensidad en la participación en estos proyectos sociales.
¿Y cómo se dio el paso a la política?
Me metí a un movimiento de política universitaria (OpciónIndependiente), que tenía un “ala liberal” y un “ala jesuita”… así les decían. Muchos de estos últimos eran ex alumnos del San Ignacio. Jóvenes que a la acción política le ponían el tema de la opción preferencial por los pobres. Había un entendimiento de que esta acción política tenía que estar vinculada a un modo de vida particular. Luego, cuando fuimos elegidos como Federación, comenzamos a reflexionar sobre qué significaba eso de ser “los jesuitas”, y ahí empezaron a aparecer “conceptos” como la Doctrina Social de la Iglesia. La pregunta era cuál es el rol de la universidad en el país. Entonces empezamos a leernos libros de Alberto Hurtado, y la conclusión fue que había que volcar a la UC a los campamentos, como una señal; lo que hicimos fue llevar clases de la universidad a los campamentos. “El Otro lado del Pizarrón” se llamó el proyecto. De ahí quedé vinculado con (Felipe) Berríos y, cuando salí, me integré al Techo, del que en un comienzo tenía una visión negativa: una cosa así como el holding social. Conocí algo de la espiritualidad ignaciana, porque Berríos se encargaba de formarnos, en parte, en espiritualidad, y al poco tiempo me nombraron Director Social de Un Techo para mi País, una experiencia muy potente, porque pude conocer América Latina desde la visión de los campamentos, y, al mismo tiempo, hacer el vínculo de ese mundo con el mundo universitario: los dos extremos de la sociedad: los que más oportunidades tenían y los que menos.
¿Cómo llegaste desde allí a la política de los partidos, que finalmente te tiene hoy como Alcalde DC de Renca?
Armamos una “comunidad política”. Era una mezcla de una comunidad de vida con una comunidad de formación política. El objetivo era estudiar la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Juan Cristóbal García-Huidobro sj nos acompañaba. Nos juntábamos, nos repartíamos capítulos de libros y teníamos que prepararlos. Los conversábamos y los contraponíamos con temas de actualidad en políticas públicas. La pregunta era si comenzábamos algo nuevo o nos metíamos en lo que ya existía y, para mí, la DC era la que tenía en su declaración de principios de mejor forma los postulados de la DSI; entonces era evidente que me tenía que meter a la DC.
¿Qué espacio tiene tu fe, el modo cómo se vive, en tu ejercicio como Alcalde?
Mi compromiso con lo público y con lo social está absolutamente vinculado a mi fe. Me siento parte del “equipo de Dios” en el ejercicio de lo que hago todos los días. Estar en Renca, ser Alcalde de esta comuna, es la posibilidad de hacer aquello que en la universidad era pura intuición, una opción preferencial por lugares más excluidos, y hacerlo en comunidad. Vinculado con amigos que han vivido con nosotros la fe.
¿Qué opinas de la imagen pública que tiene la Iglesia hoy?, ¿cómo lo vives tú como un cristiano activo en su vida de fe?
Veo la imagen de la Iglesia con preocupación. A ratos, sin embargo, siento que hay momentos de mucha esperanza, como cuando asumió Francisco, porque él es súper natural y directo. Pero veo una disociación entre lo que percibo en la Iglesia mundial y lo que se percibe en la Iglesia chilena. Siempre, eso sí, con ciertas luces. Es dañina esa sensación de que en Chile hay varias “iglesias” y que se pelean cuotas de poder. Eso pasa también porque muchos debates políticos en el país han estado muy marcados por la Iglesia en temas valóricos y no con la misma presencia en temas de justicia social.
De todas formas, veo en las iglesias un socio fundamental en los trabajos que me toca ejercer hoy. En ese proceso, me ha admirado mucho el rol que juegan las iglesias evangélicas, combatiendo la drogadicción, el alcoholismo, la violencia… Antes era puro prejuicio y hoy las conozco y las valoro.
¿Percibes alguna diferencia entre un católico vs. un agnóstico en el ejercicio de un cargo público?
No percibo diferencias. De alguna forma me pasaba esto en el Techo también. Nunca vi una diferencia entre un voluntario ateo y uno católico. Creo que eso fue muy enriquecedor para Techo. He conocido gente atea “militante”, con quienes compartimos el mismo compromiso social, la misma búsqueda de la justicia.
Ahora bien, yo pongo una vara distinta a la hora de medir los errores entre quienes son católicos y quienes no lo son. Para mí sería inaceptable un católico que no fuese transparente en su acción política diaria, o que esté metido en corrupción. Desde lo moral y lo ético hay una exigencia mayor para un cristiano, y eso, lamentablemente, muchas veces no se cumple.
¿Cuáles ves que son los desafíos más grandes que tiene la Iglesia hoy en su relación con el mundo?
El principal es el testimonio. Creo que una de las rupturas entre la sociedad y la Iglesia es la percepción de una distancia tremenda entre el discurso y la acción. Es una decisión muy grande cuando uno dice “yo soy católico y creo en Jesús” y vivo la vida, al menos, tratando de asemejarme a lo que él hizo. Cómo vivimos, qué hacemos con lo que tenemos, el vínculo con la comunidad, la sencillez de vida, etc. Eso pasó la cuenta en general a toda la Iglesia. Y creo que está bien, porque la Iglesia debe ser medida con una vara más alta. Pienso que lo único que uno puede esperar de quienes tienen roles relevantes dentro de la Iglesia es mucho testimonio, y de todos los que nos sentimos parte de ella: vivir nuestra vida del modo sencillo como la vivió Jesús.
Publicado originalmente en la Revista Jesuitas Chile (verano 2017). Accede a la edición completa aquí.
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