El Papa Francisco y San Ignacio en Santa María Mayor: unidos por María para ir al encuentro de Jesús

Por Jaime Castellón SJ

23 de abril de 2025

El sábado 26 de abril de 2025, seis días después de su muerte, se realizará en el Vaticano el funeral del Papa Francisco. Desde ahí será llevado a la Basílica Santa María Mayor.

En su testamento, fechado el 29 de junio de 2022, Francisco escribió: “Mi vida y mi ministerio sacerdotal y episcopal los he confiado siempre a la Madre de Nuestro Señor, María Santísima. Por eso, pido que mis restos mortales descansen, en espera del día de la resurrección, en la Basílica Papal de Santa María la Mayor. Deseo que mi último viaje terrenal concluya precisamente en este antiquísimo santuario mariano, al que solía acudir en oración al inicio y al final de cada Viaje Apostólico, para confiarle con esperanza mis intenciones a la Madre Inmaculada y agradecerle su maternal y dócil cuidado”.

Francisco tenía particular devoción a una imagen que se venera allí, conocida como Salus Popoli Romani, es decir, Protectora del Pueblo Romano. Esta fue traída a Roma desde oriente, poco después de que el Imperio declarara como religión oficial el cristianismo. Durante mucho tiempo se atribuyó su autoría al evangelista San Lucas.

También San Ignacio tuvo una devoción y una experiencia profunda de Dios en esta basílica.

Porque en ella se conservan unos recuerdos de Tierra Santa que se han considerado tradicionalmente como reliquias del pesebre. Fueron traídas desde Tierra Santa por Elena, la madre del emperador Constantino (siglo IV), y suscitaron gran devoción en el pueblo cristiano. Al inicio del siglo XIX, Giuseppe Valadier diseñó el relicario en que hoy se encuentran y el Papa Pío IX (1846-1878), mandó construir un espacio sagrado donde para ellas.

San Ignacio decidió celebrar su primera misa ante esas reliquias, el 25 de diciembre de 1538. Sin duda le evocaban la Encarnación, que él había contemplado profundamente en Manresa, y había plasmado en los Ejercicios Espirituales expresando que las tres personas divinas miraban todo el mundo “y determinaban en la su eternidad que la segunda persona se haga hombre, para salvar al género humano, y así venida la plenitud de los tiempos enviando al ángel san Gabriel a Nuestra Señora” (Ejercicios 102).

Viendo esas reliquias habrá podido ponerse ante “nuestra Señora y José y el niño Jesús, después de ser nacido, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia posible” (Ejercicios 114). 

Ignacio se había ordenado sacerdote más de un año y medio antes, el 24 de junio de 1537, junto a varios de sus primeros compañeros jesuitas. Ellos se impusieron un trimestre de contemplación y penitencia para prepararse a ese momento sublime de la primera misa, pero Ignacio esperó mucho más. Es probable que haya tenido el deseo de celebrarla en la tierra de Jesús, lo que no le resultó posible. En septiembre de 1539, escribió a su sobrino, Beltrán Loyola: “El día de Navidad pasada, en la iglesia de Nuestra Señora la Mayor, en la capilla donde está el pesebre donde el Niño Jesús fue puesto, con la su ayuda y gracia dije la mi primera misa”.

Al terminar esa celebración, habrá hecho “un coloquio, pensando lo que debo hablar a las tres Personas divinas o al Verbo encarnado o a la Madre y Señora nuestra, pidiendo según que en sí sintiere, para más seguir e imitar al Señor nuestro, ansí nuevamente encarnado, diciendo un Pater noster” (Ejercicios 109).

Esto animó también a Francisco durante su vida, su pontificado y, probablemente de manera muy especial, sus últimas horas.

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