Antes del Concilio Vaticano II, la liturgia del Viernes Santo tenía un marcado tinte fúnebre. El Jueves Santo, después del traslado del Santísimo Sacramento al tabernáculo especial (generalmente distinto y más destacado que el Sagrario habitual) se despojaba totalmente el altar de sus manteles y de cualquier ornamentación separable, tal como se hace en la actualidad. Tal como hoy, la entrada del sacerdote y de los ministros, se hacía en silencio… y se usaban ornamentos negros o morados; hecha la reverencia al altar, el sacerdote y el o los diáconos, se postraban en oración silenciosa, mientras los demás ministros permanecían de rodillas. Tras un tiempo de oración en silencio, sólo el celebrante se ponía de pie y, sin invitar a la comunidad, hacía la oración de apertura, a la que la asamblea respondía con el Amén.
En la actualidad, el ritual de apertura se mantiene igual, pero se usa ornamento de color rojo. No se trata de una ceremonia fúnebre, sino de recibir el testimonio del amor de Dios que, en la cruenta muerte de Jesucristo, el Hijo, se entrega por nosotros. La palabra “testimonio”, en griego, es martyrion y Jesús es el mártir por excelencia. Y recordamos y celebramos a los mártires con el color de la sangre en las vestiduras litúrgicas.
El Viernes Santo, no celebramos una Misa, sino una extensa y profunda liturgia de la Palabra: Tras la oración inicial -para la que se nos ofrecen dos posibilidades de textos pidiendo al Señor que santifique a la Iglesia, su familia-, escuchamos el llamado “Cántico del Servidor Sufriente (Is.52,13 – 53,12) que pre-anuncia la Pasión salvífica del mismo; luego se nos invita a compartir su voluntad de entrega en manos del Padre, con versículos del salmo 30 (31). En la segunda lectura, la carta a los Hebreos nos hace profundizar en el amoroso designio salvador del Hijo de Dios. El texto principal de la liturgia de la Palabra es el relato de la Pasión según san Juan, que podríamos considerar la Pasión de Cristo Rey – el verdadero y definitivo Cordero Pascual.
La Liturgia de la Palabra concluye con una solemne Oración Universal, en la que se ora expresamente por diez intenciones: Por la Santa Iglesia; por el Papa; por el Pueblo de Dios y sus ministros; por los catecúmenos[1]; por la unidad de los cristianos; por el pueblo judío; por quienes ni creen en Cristo; por quienes no creen en Dios; por los gobernantes de las naciones, y por quienes sufren cualquier necesidad.
En lugar de la Plegaria Eucarística, en este día se presenta solemnemente a la comunidad la santa Cruz, para que los asistentes puedan adorarla. Hay diversas posibilidades de hacerlo: Desde un momento de adoración en silencio, todos de rodillas, hasta la adoración de cada persona, haciendo una genuflexión ante el crucifijo que muestra la persona que preside la celebración. Se pide, como condición indispensable, que haya una sola Cruz.
La Liturgia del Viernes Santo termina con la comunión que se recibe de la reserva que se dejó el Jueves. El ritual es el mismo de la comunión en la Misa: Se reza el Padre Nuestro, con el Embolismo (“líbranos, Señor…”), sin saludo de paz, para no recordar el beso de Judas, y, tras un momento de silencio agradecido, se reza una oración de bendición y despedida.
Como vemos, no es una liturgia fúnebre, pero sí severa y abierta a la esperanza. Hay que seleccionar cantos que ayuden a meditar… hay que dejar bastante espacio al silencio, con gratitud y esperanza porque el Señor ha dado la vida por nosotros.
[1] = Personas que se están preparando para recibir el Bautismo.
Vía Crucis significa “camino de la cruz” y su origen se remonta a los primeros años del cristianismo cuando se veneraban aquellos lugares que se relacionaban con la vida y muerte de Jesucristo en Jerusalén.
Esta costumbre fue practicada cada vez por un número mayor de personas que buscaban visitar los lugares santos donde había estado Jesucristo a lo largo de su pasión, muerte y resurrección.
Está compuesto por catorce estaciones, no obstante, en el año 1991 el papa Juan Pablo II incorporó una última estación, la 15, a fin de agregar el momento de la Resurrección.
Se dice que durante las Cruzadas (en la Edad Media) la devoción por realizar el Vía Crucis se expandió y se acrecentó a otros territorios donde había cristianos, con el objetivo de recordar el sacrificio de Jesucristo por la salvación de la humanidad.
Es a los franciscanos a quienes se les atribuye la propagación del Vía Crucis, luego de que recibieran una indulgencia del papa Inocente XI en 1686, para que fueran los encargados de custodiar los lugares santos donde estuvo Jesús. De esta forma fueron ellos quienes establecieron las catorce estaciones del Vía Crucis, procesiones que debían ser precedidas obligatoriamente por un sacerdote franciscano.
Pero no fue sino hasta 1742 cuando el papa Benedicto XIV dio la orden de colocar en las iglesias las estaciones representadas con una cruz. Años más tarde se eliminó la restricción de que solo los franciscanos podían guiar el Vía Crucis.
Estaciones del Via Crucis
El Via Crucis está compuesto por catorce estaciones en las cuales se reza y medita acerca de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Durante su desarrollo, bien sea en una iglesia o espacio abierto junto con interpretaciones, las personas oran de manera respetuosa y se recuerda todo lo vivido por Jesucristo y sus seguidores.
Quien guía la procesión inicia el recorrido con una oración inicial y la lectura de un Evangelio. Entre estación y estación los participantes rezan colectivamente un Padre Nuestro, un Ave María y el Gloria.
Primera estación: Jesús es traicionado por Judas, uno de sus discípulos. Es arrestado y condenado a muerte por Poncio Pilato.
Segunda estación: Jesús carga la Cruz.
Tercera estación: Jesús cae por primera vez por el peso de la Cruz.
Cuarta estación: Jesús se encuentra con su madre, María.
Quinta estación: Jesús es ayudado a cargar la Cruz por Simón el Cirineo.
Sexta estación: Verónica limpia el rostro de Jesús.
Séptima estación: Jesús cae por segunda vez con la Cruz.
Octava estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.
Novena estación: Jesús cae por tercera vez.
Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.
Undécima estación: Jesús es crucificado.
Duodécima estación: Jesús muere en la Cruz.
Decimotercera estación: el cuerpo de Jesús es bajado de la Cruz y abrazado por María.
Decimocuarta estación: el cuerpo de Jesús es colocado en un sepulcro.
Decimoquinta estación: Jesús resucita de entre los muertos al tercer día.