El Sínodo de Jóvenes ha dinamizado los deseos de conversión de la Iglesia universal, poniendo al centro a todos los jóvenes, sin excepción. Haber tenido el privilegio y la responsabilidad de participar de la reunión pre-sinodal y trabajar en el proceso sinodal desde la Comisión Nacional de Pastoral Juvenil, me ha permitido ir percibiendo los signos de estos grandes deseos de conversión. Una primera expresión de esos deseos es el creciente impulso que demanda transitar de un modelo pastoral donde los jóvenes son tratados como objeto, hacia uno donde sean reconocidos como interlocutores legítimos de la vida eclesial y protagonistas de su camino de fe. Hacerse cargo de las implicancias de este tránsito supone desembarazarse del infantilismo e idealismo atribuibles al mundo juvenil; reconocerlos como sujetos activos y responsables, con sus lenguajes, luces, preguntas y tropiezos.
Sumado a lo anterior, el Sínodo ha reinaugurado un estilo eclesial que anhela caminar junto a otros; que valora el diálogo con la realidad social para así comprenderla, habitarla y transformarla según los modos de Jesús. En este recorrer, los jóvenes somos particularmente sensibles a la violencia de la imposición y la falta de diálogo que muchas veces ha operado en la Iglesia, excluyendo a tantos y tantas. Hemos ido aprendiendo que ser Iglesia no se trata de revertir la realidad, de apartarnos o defendernos de ella, sino que de descubrir allí los signos posibles del Reino que va aconteciendo. En otras palabras, una segunda expresión de estos deseos de conversión se traduciría en superar las dinámicas de la conquista y la imposición, para aproximarnos a los principios del diálogo, la apertura y la acogida. Así, uno de los principales dones de la época que ha recibido la juventud —consignado en este proceso sinodal— es la apertura a la diversidad cultural, religiosa y sexual con un profundo anhelo de inclusión y fraternidad.
Una última expresión de estos deseos la asocio a la promoción del ministerio apostólico juvenil. Más allá de la incansable exploración propia de la juventud y su aparente superficialidad, evidenciamos un sustrato de profundidad que conduce a opciones que comprometen nuestro ser para los demás. Esa es la vocación que con convicción queremos alentar y acompañar; vocación que en su radical singularidad se constituye como la elección permanente de la plenitud compartida. En este sentido, no nos es ajeno el dolor de hermanos y hermanas víctimas de violencia, marginación, persecución y muerte. El lúcido mandato sinodal de trabajar por los procesos de acompañamiento vocacional es también expresión de deseos de conversión; derribar el ensimismamiento y la ilusión alienante del “futuro que vendrá”, para volcarse en el ministerio profético de las periferias actuales, en el cual como jóvenes queremos ser colaboradores, responsables y protagonistas.
Nueva edición de revista Jesuitas Chile
Los principales temas son los desafíos del área de parroquias, reflexiones respecto de la defensa del medio ambiente, y las proyecciones del área de vocaciones y juventudes