En su homilía, el Provincial de la Compañía de Jesús en Chile, el Padre Cristián del Campo S.J., fue el encargado de despedirlo, dejando de manifiesto el legado que dejó para sus compañeros de sacerdocio: “Cuando entré a la etapa de juniorado el nos dio la clase inaugural. Nos expuso sobre el Quijote de la Mancha, recuerdo la impresionante erudición de Aníbal… Su maestro fue Erich Przywara y los estudios de la ‘Analogía del ser’. Eso lo cautivó hasta sus últimos días. Al mismo tiempo, fue un amante de la poesía y la literatura pues sentía que el lenguaje filosófico no siempre le permitía expresar la profundidad de las discusiones intelectuales”, señaló aproximando su figura a los presentes.
“Sus pensamientos filosóficos estaban marcados por el cristianismo y su amor a la iglesia, esta fidelidad la demostraba en cosas muy sencillas pero importantes, por ejemplo la lealtad que le demostró a su Obispo que lo movía a escribirle directamente cuando algo le parecía equivocado. En Aníbal convivía un cultivador de amistades gratuitas, conversadas y bien comidas con sus amigos”, contó, al tiempo que agradeció a Renato Cárdenas, Felipe Arteaga, Felipe Saldías, a sus familiares y amigos, su terapeuta ocupacional, las personas que lo cuidaron en la residencia San Ignacio por todo el cariño que le entregaron.
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Aníbal Edwards S.J: “un buen religioso, un mejor sacerdote, un profesor exigente, un pensador distinguido, un poeta escondido y un amigo discreto”
Cuando todavía no había terminado sus estudios secundarios y con 16 años de edad recién cumplidos, Aníbal Edwards SJ ingresó el noviciado jesuita de Marruecos, hoy Padre Hurtado, para convertirse en sacerdote.
Era un joven algo tímido, muy inteligente, con una contención interior que lo hacía ser de pocas palabras, pero de mirada intensa. Fue capaz de adaptarse a un entorno muy distinto al de su niñez y adolescencia, y dejar de lado cualquier dificultad para continuar en su vocación de entrega a Jesucristo en la Compañía de Jesús, como lo demostró su perseverancia hasta el día de su muerte, 66 años después de su ingreso.
Para el padre Sergio Elizalde SJ, el padre Aníbal fue un buen religioso, un mejor sacerdote, un profesor exigente, un pensador distinguido, un poeta escondido y un amigo discreto. Su mayor virtud fue la honestidad. Era además un hombre muy cercano a su familia: el muy reservado papá, don José Edwards Ariztía; su locuaz mamá, doña Teresa Errázuriz Vial; y sus hermanos José, Teresa, Francisca y Cruz.
Le apasionaba una buena lectura, estudiar, filosofar, hacer clases, orar y conversar. Su servicio en la Compañía, en coherencia a su carácter, fue honesto y de calidad en su aplicación al trabajo, a la preparación de sus clases, a la conversación filosófica, sobre todo con quienes podía explayarse y ser oído con gusto.
El padre Sergio Elizalde SJ asegura que lo recordará siempre: “Seguiré siendo no Sergio, sino “Serge”, en francés, como me trató siempre. Releeré las poesías que compuso y me dedicó hace 67 años y que guardo como tesoro. Y también su apretón de manos cálido y fuerte de nuestros breves encuentros de estos últimos días”.
El padre Aníbal comparte hoy la Pascua de Jesucristo; que ese mismo Jesús, a quien tanto amó, lo acompañe ahora en un itinerario de encuentros filosóficos con esos hombres y mujeres tan admirados y estudiados por Aníbal: su maestro Erich Przywara, su inspiradora santa Edith Stein, sus “colegas” (como solía llamarlos en sus clases) Parménides, Sócrates, Pascal y Hegel.