Primera semana de Adviento

“¡Si rasgaras el cielo y descendieras!, escuchamos en la mesa de la Palabra, en este primer domingo de este nuevo año litúrgico. “¡Ven, Señor Jesús!”, repetiremos en cada Eucaristía. Y corremos el riesgo de pensar que basta con eso, para que el Señor venga a resolver nuestros problemas. Se nos olvida lo que escuchamos al celebrar la Ascensión: “¿Por qué se quedan mirando al cielo?”; y lo que oímos el domingo pasado: “Lo que hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Por eso, en estas semanas no nos dedicamos a preparar la celebración  del cumpleaños de Jesús, sino a tomar conciencia de lo que el Señor nos dice en el evangelio de Marcos este domingo: “¡Estén prevenidos!”. Como el mayordomo del que Él habla, tenemos que estar despiertos y alertas. Más que preparar regalos, debemos prepararnos para el gran regalo que Él nos hace, y ser conscientes de lo que nos dice Pablo: “Mientras esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo, no les falta ningún don de la gracia”.

Que nuestro examen penitencial del Adviento no se centre, entonces, en la auto-acusación (a la larga un poco narcisista) de lo que hemos hecho o dejado de hacer, sino en el reconocimiento de lo que el Señor nos ha dado y no hemos sabido aprovechar, para que miremos con esperanza el futuro. Ya sabemos, como el centurión al que escucharemos el lunes, que no somos dignos de que el Señor venga a nuestra casa. Él viene, de todas maneras, por puro amor, a instruirnos en sus caminos y hacernos caminar por sus sendas, como nos advierte Isaías. Y el mismo Isaías, durante la semana, profundiza  en el llamado a todos los pueblos para que acudan a la Casa del Señor. Además, nos reconforta haciéndonos palpar la acción del Espíritu  en los humildes y sencillos. Y nos hace reconocer que “el retoño del tronco de Jesé” estará pleno de ese mismo Espíritu, para traer la paz a todos los pueblos. Las escenas del ministerio galileo de Jesús nos invitan a disponernos para nuestro encuentro con Él, y para hacernos a nosotros también portadores de la liberación, la salud y la paz que Jesús encarga a los discípulos. Cuando él venga, lo único que valdrá es “estar prevenidos” haciendo vida el Evangelio. Tenemos que edificar nuestra vida sobre la roca firme del cumplimiento de lo que nos encarga.

En este contexto, el viernes 8,  la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, a la que nos hemos preparado durante un mes, constituye una prueba palpable, una garantía del designio liberador de Dios, que en ella inicia la Nueva Creación, y nos manifiesta su elección para que todos seamos santos e irreprochables en su presencia por el amor. A eso viene el Mesías: a abrirnos el camino para que el triunfo del amor de Dios sobre el pecado y la muerte se manifieste a todo el mundo. Y nos llama a colaborar con él, para recoger esa abundante cosecha, en la que siempre faltan trabajadores.

El santoral de esta semana se completa con diversos modelos de seguimiento de Jesucristo: el miércoles 6 recordamos a san Nicolás, obispo de Bari (o de Myra), de figura y nombre deformados en “Santa Claus” (+345). El jueves  7 celebramos a san Ambrosio, obispo de Milán y doctor de la Iglesia (+397).  Y el sábado 9 recordamos al primer indígena americano canonizado: san Juan Diego (+1548), prueba clamorosa del designio santificador de Dios respecto de todos los pueblos y naciones.

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