Año Ignaciano: Segundo momento clave, La Conversión

En la Compañía de Jesús en Chile hemos querido vivir este año enfatizando cuatro momentos claves en la vida de San Ignacio:  la Herida, la Conversión, la Santidad y la Misión.

LA CONVERSIÓN

En una larga convalecencia Ignacio se recupera de su pierna herida… y tiene espacio para el silencio.  Comienza otro largo combate y otra cirugía mayor:  la conversión de su espíritu. 

En Loyola se dedica a la lectura de libros que encuentra en la biblioteca de la casa:  una historia de Cristo y un volumen de vidas de santos.  Va creciendo en él una idea: «Si esos hombres estaban hechos del mismo barro que yo, bien yo puedo hacer lo que ellos hicieron». 

La lenta fecundidad de una semilla plantada en una herida

Ignacio se adentra en sí mismo.  Empieza a descubrir el paisaje interior de sus afectos y deseos más auténticos.  Va aprendiendo el lenguaje de Dios en el corazón.  Por una parte, siente asco de su vida pasada.  Y por otra, se siente atraído por otro estilo de vida que le da una paz y alegría nueva, profunda y permanente.  Ahí Dios le habla.  Y deja la casa familiar para ir a Jerusalén como peregrino. 

 Camino a Barcelona se detiene en Manresa.  Lo que iban a ser algunos días se transformaron en 11 meses de profundo trabajo de Dios en su corazón.  Después de un primero tiempo de euforia de recién convertido, vive su noche oscura:  baja a sus propios infiernos para escuchar esas voces que todos acallamos.  En su impotencia y angustia honesta se abre a ser liberado cuando acepta que es querido por Dios sin condiciones. 

 Y así comienza a vivir abierto a lo de Dios, quien le instruye como un niño.  Crece en libertad, pues entiende que vive EN Dios… se va descentrando, percibe que toda la realidad es sagrada y que su vida ahora tiene un horizonte más amplio:  servir a Dios ayudando a los demás. 

 La semilla que Dios puso en su herida inició un proceso de conversión que conduce a Ignacio a ver todas las cosas nuevas en Cristo. 

Reflexionamos

Después de la curación física necesitamos entrar en nosotros mismos para la cirugía del espíritu.  Es ahí donde una fuerza mayor nos ayuda a volver a nacer.  Una fuerza que llamamos Espíritu, y que nos anima a ser radicalmente honestos con nosotros mismos.  

¿Qué ha sido oscuro en mí?  ¿En qué he dañado a los demás?  ¿A quiénes?  Tal vez podría pedir ayuda para dejar que el Señor reconcilie mi corazón y mi conciencia en el sacramento de la confesión. 

 ¿Cuáles son mis sombras que me cuesta nombrar o reconocer?  ¿Cuáles son esas voces que no me dejan ser yo mismo porque siempre me están comparando con una imagen ideal de mí, que me gusta, pero que es imposible?  ¿Qué voces constantemente me recriminan lo que debería haber hecho y no hice?  Sólo si reconocemos estas voces pueden ser escuchadas, identificadas y liberadas por el Señor que nos ama como somos y nos mueve a crecer en humanidad. 

 En mis heridas y crisis, ¿qué nuevas dimensiones de mí mismo(a) he descubierto?  ¿Qué nuevos horizontes de vida de mayor humanización se están abriendo y que necesito profundizar? 

 Si vivimos EN el amor de Dios, como una presencia que nos sostiene y mueve por dentro, ¿qué pasaría si acepto que ya no necesito consolarme mirándome o admirándome a mí mismo y que los demás son mis hermanos a quienes amar y servir?  

Mira el streaming de la Oración Comunitaria de la Compañía de Jesús:

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