Antes de la reforma litúrgica de 1970, procurando cierta simetría con el Tiempo Pascual, la Iglesia contaba desde los 70 días previos a la Pascua: eran los domingos “de Septuagésima, Sexagésima y Quincuagésima. Una nomenclatura que otras iglesias conservan, aunque hayan cambiado el color litúrgico de los ornamentos. Porque en el ceremonial antiguo se usaban ornamentos morados ya en estos domingos, e incluso se omitía el Aleluya previo a la proclamación del Evangelio, como seguimos haciendo en la Cuaresma. Signos de austeridad y de pre-duelo por la Pasión del Señor, para los que el clima del hemisferio sur no colabora, ya que estamos en tiempo de cosechas y de relativa abundancia de frutas, mientras que el hemisferio norte comienza a salir del invierno, para celebrar la Pascua en explosión primaveral.
Los domingos que nos quedan de este mes de febrero, nos ofrecerán los últimos párrafos del Sermón de la Montaña, llamándonos al seguimiento radical de Jesús: ..al que te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra…, sean perfectos como es perfecto el Padre del cielo. (…) No se puede servir a Dios y al Dinero… no se inquieten por… qué van a comer…, o con qué se van a vestir… escucharemos, mientras en los medios de comunicación sentimos los ecos del “Carnaval”. Una palabra que significa “despedida de la carne”. Significado muy lejano a la realidad que percibimos. ¿Ha triunfado, entonces, don Carnal, en la secular batalla con doña Cuaresma, del Libro del Buen Amor?
Como disponiéndonos a esta disyuntiva, la mesa de la Palabra en estos diez días previos a la Cuaresma nos hace escuchar al sabio autor del Eclesiástico, que nos invita a prepararnos para las pruebas, y a no poner la confianza en los bienes materiales, mientras Jesús nos pregunta, como a los Doce: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”, en un texto de Mateo que se introduce en el camino galileo que estamos siguiendo en Marcos, pero que se armoniza con nuestra situación pre-cuaresmal. Para nuestra autosuficiencia humana es imposible seguir a Jesús, pero no para Dios. Él puede renovarnos, y hacer que podamos dejarlo todo, para recibir de él cien veces más – con persecuciones- y después la vida eterna. Podemos entrar, entonces, con esperanza en el camino cuaresmal, sabiendo que el ayuno que agrada a Dios es que partamos el pan con el hambriento y cubramos a los pobres sin techo.
En el santoral, se destaca la fiesta de la Cátedra de san Pedro, el miércoles 22, que celebra el encargo pastoral que Jesús le hizo a Pedro. Una fiesta que originalmente recordaba el servicio petrino en Antioquía. Fuera de ella, el martes 21 se recuerda al benedictino san Pedro Damián (1007-1072), obispo y doctor de la Iglesia, uno de los animadores de la que se llamó Reforma Gregoriana (por el papa san Gregorio VII), en el siglo XI. Otro signo que nos prepara a la Cuaresma es la relativa ausencia de fiestas y memorias de los santos. La Iglesia quiere que nos centremos en la persona de Jesucristo, cuya muerte y resurrección vamos a compartir en la noche pascual.
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