Buenas tardes:
Hoy quisiera compartir muy sencillamente algunos elementos provenientes de mi propia experiencia como colombiano, joven y religioso. Son cuatro elementos o criterios que me permiten realizar una lectura de la crisis humana y espiritual que estamos viviendo los seres humanos y que, a mi modo de ver, esclarecen el complejo mapa de lo social y nos permiten seguir adelante, asumir la crisis y posibilitar no sólo nuevos acuerdos jurídicos (importantes, por demás) sino una auténtica reconstrucción social, reconciliación en su sentido más profundo. Me voy a dedicar a comentarlos sucintamente de modo que podamos luego profundizarlos en una relación más expedita con la realidad colombiana y, por supuesto, con la chilena.
- El primer elemento que quisiera resaltar es más bien una imagen: la imagen del poliedro. Una imagen muy querida por Francisco y a la cual recurre con cierta insistencia. Sabemos que el Papa es enemigo directo de las lógicas de una dialéctica que enfrenta y que no construye nada. Su ideal de diálogo social es lo que se expresa en esa imagen del poliedro: se trata no de eliminar las aristas o de enfrentarlas para asegurar el poderío de algunas o incluirlas en un horizonte uniformador (como sería la esfera). Se trata más bien de asumir nuestras diferencias y de verlas positivamente en el horizonte de un algo que construimos precisamente a través de nuestra diversidad. Una diversidad que se expresa de muchas maneras en el ámbito de la familia, la nación y por supuesto en la Iglesia.Colombia ha estado acostumbrada durante décadas a estas lógicas violentas que enfrentan, que no generan diálogo, lógicas que uniforman o suprimen “lo diferente”, “lo raro”, “lo que se sale del molde o la tradición”. Una lógica opresora en virtud de un cierto horizonte uniformador en las ideas políticas, en la familia, en la educación, en las cuestiones de género.Esta imagen del poliedro propende por la construcción de un todo, un proceso en el cual las diferencias se necesitan, se complementan y se iluminan mutuamente. Bajo la perspectiva del poliedro la realidad adquiere profundidad y complejidad: ya no se trata de salirme con la mía, de leer la realidad bajo una lógica de culpable/inocente, sino de intentar comprenderla junto al intento de otros tantos, encontrarme en búsqueda con otros seres humanos. En el poliedro las diferencias de cualquier tipo constituyen la parte esencial de ese todo que sin ellas no sería posible. En el poliedro somos unidad en la diversidad.
- El segundo elemento es una expresión muy querida por la Iglesia de estos tiempos. Se trata de la expresión signos de los tiempos. Una expresión presente en los Evangelios y que hace referencia a una cierta capacidad. Así, el cristiano es llamado a desarrollar la capacidad de ver en su propia historia, en sus entresijos, en su dramatismo propio, el horizonte de lo divino: los signos de lo sagrado.Estos signos de los tiempos no son necesariamente esos lugares o circunstancias que posibilitan el deber de anunciar el evangelio sino la experiencia fundante de un Dios que ya se abre paso en la historia y que, en el horizonte de la diversidad de la que hablaba hace un momento, actúa de formas sólo por Él conocidas (como le gusta decir al Concilio Vaticano II). Así, esta singular capacidad está íntimamente unida a una disposición existencial del cristiano: su “mirada” es la de quien aún en medio de las vicisitudes y las contradicciones mantiene su corazón abierto a lo nuevo de Dios que ya acontece.¿Qué es lo nuevo de Dios en esta crisis política y espiritual? ¿A dónde dirijo mi mirada? ¿Cómo miro? ¿En qué movimientos y dinamismos descubro la acción de Dios en lo que pasa en mi país o en mi región? Son preguntas que podrían acompañar un análisis de lo social en nuestros países y contextos.Me permito afirmar que en Colombia hemos tenido experiencias de este tipo. En un contexto de enorme partidismo y polarización; de corrupción política cuyos alcances no conocemos del todo; de enorme irrespeto a la dignidad de las personas; de una fuerte criminalización de la protesta; de grandes y crecientes brechas económicas; de una limitación progresiva de los horizontes para los jóvenes y los niños; y de un largo etcétera… en ese contexto que pareciera a todas luces cerrado para lo bueno, lo sagrado se ha abierto de formas muy sublimes: surgen nuevas formas de asociación de víctimas, campesinos, indígenas y afrodescendientes; llevamos semanas de una constante movilización exigiendo un acuerdo de paz en la menor brevedad de tiempo; hemos asistido a imborrables escenas de perdón colectivo (Bojayá, familias de los diputados del Valle, etc); vemos con ilusión el horizonte de un diálogo que ha transformado los corazones de los hermanos que luchaban entre sí; etcétera.
- Pienso que, aquello que se ha ido abriendo paso en el país tiene que ver con lo que Francisco ha llamado la necesidad de una cultura del encuentro. Es este el tercer elemento. Es una cultura porque quiere hacer referencia no a un encuentro concreto o a una simple serie de ellos sino a una disposición afectiva y existencial que es a lo que nos referimos cuando hablamos de Esta cultura apunta a esa verdad que se ha repetido por muchos medios: la paz no depende de un acuerdo jurídico. ¡Por supuesto! La paz necesariamente tiene que pasar por la instalación de una cultura del diálogo y de la repetición de los encuentros. En el diálogo que subyace a la cultura del encuentro es posible la confluencia de todas las parcialidades y de todas las diferencias que en él conservan su originalidad. En el diálogo nada se disuelve, nada se destruye, nada se domina, todo se integra.Testimonio de esta efectividad del encuentro y el diálogo es lo que Colombia ha visto de manera tan sorprendente: ante el triunfo del NO en el plebiscito ambas partes de los diálogos de paz mantuvieron su palabra en lo referente al cese al fuego. Me pregunto ¿hubiese sido posible esto hace tres o cuatro años? ¿Hubiera sido posible sin el diálogo? La cultura del encuentro transforma: el diálogo va más allá de los alcances de un acuerdo jurídico porque su horizonte reconstruye el tejido de lo social, dignifica.
- Quizás es este cuarto punto el más difícil de abordar porque hay que vérselas con el tema de la ¿Dónde entran la verdad y los criterios de justicia? ¿Dónde la memoria de las víctimas y la reconstrucción de lo sucedido? ¿Las garantías de no-repetición?Ciertas respuestas a estas cuestiones subyacen en quienes son de una opinión un tanto pesimista frente a los acuerdos de La Habana. Pero mi mente se acerca a la grandeza del perdón y los alcances de la verdad que están muy por encima del poder terrible de la violencia. Pienso en las víctimas (más de ocho millones); pienso, en especial, en aquellas víctimas que han podido ver con sus ojos de inocencia herida a sus captores, a sus propios victimarios, a los asesinos de sus padres, esposos, tíos, hermanos o amigos.Pienso en el efecto que produce en ellas la verdad de lo que sucedió y me acerco, con mayor emoción, al perdón que han dado, un perdón que habla con elocuencia de su dignidad y de su grandeza espiritual.Y es justo ahí en donde me remito a la verdad de una víctima en particular. Se trata de “la verdad del crucificado” como le gustaba decir a René Girard, ese pensador francés tan comprometido con no perder de vista en el discurso público el relato judeo-cristiano. Una verdad que nos lanza a la memoria y a la dignidad de la víctima más cruentamente violentada; la verdad, finalmente, de su inocencia tan fuertemente atestiguada por siglos; verdad que hoy sigue siendo denuncia profética de esos horizontes uniformadores, violentos, miméticos, colectivizadores, sacrificiales. Esta verdad que, aún en el escarnio y en el abandono radical que es la muerte injusta, es capaz de lo nuevo y resquebraja el modelo. Lo nuevo viene por ella.Es esta verdad compartida por tantos en la historia la que sale victoriosa de la cruz del olvido, la marginación, la exclusión y la miseria. Es en el horizonte de su propio dolor y abandono en donde tendremos que buscar la posibilidad misma de la reconciliación y la paz, así como es en la cruz de Cristo en donde se nos ha ofrecido una vida nueva y resucitada.Gracias.
(Versión completa del texto publicado en la reciente edición de Primavera de la revista Jesuitas Chile)