Décima tercera semana del tiempo durante el año

Esta semana se abre presentándonos dos resurrecciones que realiza Jesús. Porque la mujer que padecía hemorragias estaba socialmente muerta, si revisamos las normas del capítulo 15 del Levítico. Y también había ya muerto la hija de Jairo,  a juicio de quienes la acompañaban. Y la clave de ambas resurrecciones es la fe: “Tu fe te ha salvado”, dice Jesús a la hemorroisa; y a Jairo:“No temas, sólo cree”. Lo mismo nos dice Jesús a nosotros, que estamos viviendo una especie de muerte eclesial. Nos llama a creer, no en nosotros ni en nuestras instituciones, sino en Él, que “no ha hecho la muerte ni se complace en la perdición de los vivientes”, como nos dice el libro de la Sabiduría al comienzo de nuestra mesa de la Palabra. Tenemos, entonces, que aceptar morir a muchas cosas que nos daban seguridad y nos enorgullecían como Iglesia, para sólo dejarnos tocar por Él, que nos llama a levantarnos y a salir del sueño que nos impedía reconocer nuestra frágil realidad.  Por eso, podemos agradecer que la segunda lectura de este domingo nos haga mirar hacia afuera… no a nuestras heridas, sino a las heridas y carencias ajenas. Como los de Corinto en tiempos de Pablo, tenemos que aprender a compartir lo que somos y tenemos, imitando la generosidad de Jesucristo.

“Tener fe”, en este momento no significa evadirnos mirando al cielo, sino confiar en que el Señor nos permitirá descubrir lo que debemos abandonar y cambiar en nuestro modo de ser Iglesia. No se trata de esperar que nos digan qué tenemos que hacer, sino de reconocer lo que hemos recibido y ponerlo al servicio de los demás… Sabiendo que el Señor hará que nuestros esfuerzos sinceros fructifiquen. Para ello, debemos saber reconocer también nuestras acciones y omisiones pecaminosas -algo a lo que nos ayudará escuchar al profeta Amós en las primeras lecturas de cada día de esta semana-, mientras nos abrimos a la acción terapéutica de Jesús que, en los capítulo 8 y 9 de san Mateo, se nos muestra liberándonos del poder de los demonios e invitándonos a acoger  la novedad de la Buena Noticia. Tal vez, lo más importante es que aprendamos a reconocer que el Señor nos habla incluso en medio de nuestros defectos y pecados, y nos llama a levantarnos, tomar nuestras camillas y echar a andar, como el paralítico liberado de sus pecados y ataduras en Cafarnaúm.

Tras haber celebrado a Pedro y Pablo en la semana pasada, en ésta se nos llama a mirar al apóstol Santo Tomás. A él le costó aceptar el testimonio de la comunidad –tal vez tenía motivos para ello- pero debió aprender que hay que creer sin haber visto. A la vez, su caso nos ayuda a no tener miedo a ver y tocar las heridas eclesiales, para trabajar en su curación.

El calendario universal nos invita esta semana a recordar –además de santo Tomás, el martes 3-  el miércoles 4 a santa Isabelreina de Portugal (1271-1336), de la orden tercera de san Francisco, el 5 se puede celebrar a san Antonio María Zaccaria (1502-1539), médico y sacerdote italiano, fundador de los Clérigos Regulares de san Pablo, más conocidos como Barnabitas. Y el 6 se puede recordar a santa María Goretti (1890-1902) y a tantas niñas que, como ella, han sido víctimas de abusos sexuales hasta dar la vida por defenderse.

Por su parte, el calendario de la Compañía de Jesús nos invita el lunes 2 a agradecer al Señor el ejemplo de celo apostólico de los misioneros populares y rurales santos Bernardino Realino (1530-1616), Jean-François Régis (1597-1642), y Francisco de Jerónimo (1642-1716), y los beatos Julian Maunoir (1606-1683) y Antonio Baldinucci (1665-1717).

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