Domingo de Ramos de la Pasión del Señor

Comentario a la liturgia del domingo 20 de marzo, que da comienzo a la Semana Santa 2016.
En los tiempos en que la catequesis solía detenerse en la casuística, se nos enseñaba que el mandamiento de la Iglesia era “Oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”. Se podría comentar mucho cada palabra del texto, comenzando por el “oír”. Pero prefiero detenerme en lo de las “fiestas de guardar” (que, además de reducidas parecen bastante olvidadas, fuera del 1 de noviembre y el 8 de diciembre). Porque, en aquellos tiempos, también se explicaba que el Viernes Santo no era “fiesta” y, por lo tanto, asistir a “las Tres Horas” (así se las llamaba) no era obligatorio, como sí el Domingo de Ramos, y el Domingo de Pascua de Resurrección.
Gracias a Dios, y al Concilio Vaticano II las cosas han cambiado bastante. Pero sigue siendo notable la popularidad que tiene este Domingo que inaugura la Semana Santa. Ojalá se lo pueda vivir cada vez con mayor sentido. Y en tiempo de ‘barras bravas’, (ahora, precisamente día de barras bravas) hay que aprender a reconocer en el ramo de este domingo el antepasado de los pompones y las poleras que identifican a esos colectivos.
Quien tome y agite un ramo en este domingo, es porque es “del equipo de Jesús”, y porque quiere seguirlo a Él, acompañándolo en su entrada triunfal en Jerusalén, como signo de que ha llegado la hora del Reino. Y quiere seguirlo tal como Él entra: En una cabalgadura humilde, la de los príncipes, como lo había anunciado el profeta Zacarías.
La mesa de la Palabra de este domingo, completa el camino de Jesús, porque, después de la solemne entrada,  nos presenta la figura del Servidor sufriente en Isaías y en el salmo 21 (22): El rey que vemos entrar en Jerusalén será abofeteado y escupido, le serán taladradas las manos y los pies… Ese es camino que iniciamos tras Jesús este domingo.
Y si, de alguna manera, sentimos que como Iglesia estamos en un tiempo de cruz, es bueno escuchar lo que dice “el Buen Ladrón” en el relato de la Pasión que se nos presenta este domingo: “Nosotros sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas…”. A cincuenta años del fin del Concilio Vaticano II, aún no estamos ni cerca del modelo de Iglesia que el Espíritu inspiró a los padres conciliares.
Tenemos que seguir a Jesús por el camino que nos recuerda san Pablo en la carta a los Filipenses: despojarnos, como Él, de cualquier tipo de rango que nos haga sentirnos superiores a los demás, para morir constantemente con Él, para recibir de Él la Vida Resucitada.

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