En memoria del P. Esteban Gumucio sscc

En este día recordamos al P. Esteban Gumucio, sacerdote de los Sagrados Corazones, quien  falleció el 6 de mayo de 2001. 
 
Su causa de canonización está en curso. 
 
Nació en 1914. Es sobrino nieto del P. Fernando Vives, jesuita, maestro espiritual de san Alberto Hurtado. 
Entró a su congregación en 1932. Fue ordenado sacerdote en 1938. Sirvió como maestro de novicios y provincial. Fue poeta. 
 
Trabajó durante muchos años en parroquias populares de Santiago, destacando por su profunda humanidad. 
Falleció de cáncer al páncreas en el hospital de la Universidad Católica. 
 
Es significativo recordar su fallecimiento cuando estamos en tiempo pascual, un tiempo de celebración de la victoria de Cristo sobre la muerte. En este ambiente, el siguiente poema suyo resuena con una fuerza especial:
 

Algo le ha pasado a mi muerte futura con la resurrección de Cristo

Esteban Gumucio

Algo le ha pasado a mi muerte futura

con la resurrección de Jesucristo.

Antes que venga, yo puedo adelantarme

y ganarle “el quien vive” a la muerte.

Puedo decirle: “no me puedes robar la vida,

simplemente porque yo puedo regalarla antes de tu visita”.

Jesús me ha enseñado a darla entera, cuerpo y alma.

Cuando venga la muere se quedará con un cadáver

no conmigo.

Mi cuerpo ya es del Señor.

Mis miembros vivos son del Resucitado

desde mi bautismo.

Soy uno solo: cuerpo y espíritu,

uno solo en la vida verdadera.

La muerte no puede arrebatarme:

estoy en las manos de la Vida,

para siempre, en la misma fuente de la Vida.

Ese que llevan al cementerio ya no soy yo:

que se quede la muerte diluyendo bajo tierra lo que es tierra.

No puede tocar a mi persona.

No puede mi amor ser consumido por los gusanos.

Aprendí de Cristo a darlo todo

y todo lo entregado quedará para siempre,

ciento por ciento en el Dios vivo.

“¡Oh, muerte! ¿dónde está tu victoria?”.

Estoy aprendiendo a mirarte de frente,

a reconocerte vencida en la cruz.

Afirmado en mi Señor Resucitado te miro,

como mira un niño la jaula de los leones

desde los fuertes brazos de su padre.

Todo entero incorporado al primer nacido

de entre los muertos,

comparto desde ahora la vida nueva de mi Señor y Amigo,

en su cuerpo y en su sangre lo he puesto todo:

mi mundo, mis ojos, mis palabras, pensamientos;

mis luces, mis oscuridades, mis gozos y mis lágrimas;

mis acciones, mis sentimientos,

mis anchuras, mis límites,

mi carne, mi espíritu

y hasta las oscuras profundidades de mi ser.

¿Qué te queda, muerte, sino un poco de polvo?

Eres dintel solamente. La Puerta es mi Señor.

Quedan de este lado los tiempos,

las duraciones, los caminos.

Al atravesarte se rompen los límites y empieza

la inagotable novedad.

Voy con Cristo, me basta ahora su camino de pobres,

voy transfigurado, nuevo y yo mismo,

gratuitamente vencedor y vencido.

Cristo me arrebató, me tomó para sí;

ya no soy tuyo, muerte.

Así, humildemente vencida, te has hecho hermana:

“hermana Muerte”,

pequeña, gris, servidora de nuestra Pascua.

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