Juan Pablo Moyano (39) es el primero que llega a la cita. Puntual. Quizás acostumbrado al rigor del timbre que todos los días suena en su lugar de trabajo: el colegio San Ignacio El Bosque, donde este jesuita cumple labores de director de Pastoral, y que articula con un Magíster en Dirección y Liderazgo Escolar que cursa en la UC. Unos minutos más tarde arriba Paula Torres (37), monja, esclava del Sagrado Corazón de Jesús, sacándose del cuerpo el largo trayecto que debió recorrer desde el colegio en Cerro Navia donde trabaja como profesora jefe de un tercero básico. Pasan los minutos, pero decidimos esperar al tercer invitado a este “coloquio”: Juan Cristóbal Cantuarias (23), ex alumno del San Ignacio El Bosque, activo católico, y actual presidente del centro de estudiantes del que podríamos decir es el bastión del Estado laico en nuestro país: la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Juan Cristóbal está agotado, pues —para la fecha de esta entrevista— la Facultad estaba en toma hacía cerca de dos meses, y en ese momento participaba activamente del movimiento que lideraban sus compañeras, y que se suma a la corriente reivindicatoria de los derechos de las mujeres y de un trato igualitario en las distintas esferas de nuestra sociedad.
Los convocamos para hablar de la Iglesia, para reflexionar juntos, para compartir pareceres, con la firme convicción de que esto es parte de lo que se necesita: escuchar, desahogarse, dialogar… al menos así se recoge el guante a la invitación que el mismo Papa Francisco hiciera el pasado 31 de mayo, en su carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile.
—¿Qué sentimientos predominan en ustedes al hablar de la crisis de la Iglesia chilena?
Paula: Primero, estar muy dolida con la situación, por las víctimas; luego, vergüenza por lo que está sucediendo. Además, vamos sabiendo de cosas como a goteras, entonces es como que te pegan un palo, y después te vuelven a pegar otro…
Juan Cristóbal: Siento miedo. Después del colegio, que era una burbuja, quise ir a un espacio laico donde pudiera contrastar mis creencias con gente que no las compartiera necesariamente. Nunca tuve problemas en mostrar mis convicciones, pero en el último tiempo he sentido un poco de miedo a que me reconozcan como cristiano.
—¿Miedo a qué?
Juan Cristóbal: Al juicio público quizás. Cuando uno es dirigente estudiantil representa ciertas convicciones políticas y morales. De hecho, hace poco compartí en redes sociales una declaración del comité Óscar Romero, y pensé mucho rato si hacerlo o no; por vergüenza, porque me daba bastante miedo que el presidente de los estudiantes de la Facultad de Derecho, que es una universidad pública, saliera con convicciones cristianas a la palestra. También siento decepción: el contraste entre la Iglesia que uno se imagina, la de la Vicaría de la Solidaridad, de los curas obreros… y, por otro lado, ver hoy día una Iglesia distinta… muy distinta.
Juan Pablo: Tengo tristeza, rabia y, con el tema del cuenta gotas, también un poco de cansancio… ¡hasta cuándo!, es como un desangre, más aún porque tiene que ver con personas que están ‘paradas’ en el mundo igual que yo: como sacerdotes. Al mismo tiempo, esperanza o satisfacción: que aquellos que han sido abusados en la Iglesia puedan decirlo, sacarlo para fuera; es como una luz de esperanza, porque ahí hay un sujeto que puede empezar a sanar.
—¿Qué les pasa con el hecho de que haya sido la “sociedad” y no la propia Iglesia la que generara el ambiente propicio que hoy permite a los abusados sacar a la luz esas situaciones de las que fueron víctimas?
Juan Pablo: Comienzo a examinarme yo mismo, porque estoy “adentro”. Entonces uno dice, “¿no seré yo parte del problema?”. También es un llamado a la humildad. Asumir que es verdad que la sociedad te va moviendo, y está bien que te mueva… que el Espíritu Santo puede estar fuera.
Paula: A veces mi sensación es que la Iglesia es como un elefante… algo grande que camina tan lento y que no dialoga con la realidad. Entonces ha sido el Espíritu el que ha irrumpido para que salga a la luz la verdad.
Juan Cristóbal: Siento que la Iglesia más jerárquica está en una constante estrategia de contención de la realidad y de la cultura, de este fenómeno que es la secularización. Eso me demuestran, por ejemplo, estos casos de abusos: no sé si hubiese sido tan fuerte esto, si se hubieran dado estos cambios en la Iglesia, si Hamilton y los afectados no hubiesen salido a denunciarlo públicamente.
Juan Pablo: A mí me ha dado mucha vuelta esta idealización de la Iglesia de los setenta. Es la misma Iglesia, la del cardenal Silva, o de Valech, donde se estaban dando situaciones de encubrimiento, de gente que abusaba sistemáticamente de niños o de jóvenes. Esto me golpea mucho, porque uno dice: “entonces nada es blanco o negro”.
—En su carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile, Francisco pide a los laicos que saquen su carné de mayores de edad. ¿Cómo piensan que se puede hacer esto?
Juan Cristóbal: Me parece que hay que intentar superar esta estructura patriarcal de la Iglesia. Estuve participando de una experiencia rebonita que se llama “Amerindias”. Es una forma de vivir la eucaristía, pero construida desde los laicos. Me pregunto en qué medida en nuestras parroquias podemos ir construyendo espacios que no sean patriarcales, donde no sea solo el cura quien trae la palabra de Dios, sino cómo la Palabra de Dios también se expresa en un pueblo.
Paula: Trabajo y vivo en Cerro Navia, y una de las cosas que vamos animando tiene que ver con los Consejos Pastorales, en donde nos sentamos con los coordinadores de cada comunidad, que son laicos, y allí dialogamos y todos tenemos derecho a voz y voto. Discernimos juntos.
—Paula, como monja, mujer, activa miembro de la Iglesia, pero no desde un sitio de poder, ¿hay algo en particular que en tu modo de participación puedas compartir a los laicos?
Paula: A Cerro Navia llegamos hace muchos años, y antiguamente no existía la parroquia, por lo que cada comunidad era acompañada por religiosos y religiosas. Eso te daba cierta autoridad, pero una que se iba viviendo más a la par, porque no te ponías la estola, ni la sotana. Hubo un día en que la gente me pidió hacer un responso. Nos metimos a una población —la Colo Colo—, bien complicada. Fui con un grupo de laicos; echamos agüita, bendecimos entre todos, estábamos apretados… al cabro lo habían matado de una puñalada. Cuando llegué empecé a notar que allí donde estaba el muertito, en el cajón, arriba, tenía para fumar pitos de marihuana, y cascos de balas… y dije: —“Chuuu, dónde nos estamos metiendo”… y bueno, la gente abrió su corazón, hablamos, cantamos y todo el mundo quedó súper agradecido. Salimos de ahí, y me dice el Keno, uno de la capilla: “Hermana, ¡gracias!”. Yo le digo: —“¿Gracias por qué?”; y él me dice: —“Gracias, porque uno de los párrocos anteriores salió cascando… dijo que no, que a ese lugar no se metía”. Allí pensé yo: “¡Pero es que no puede ser!”. A mí me pasa que como no me siento jerarquía —y no soy—, vivo a la par del laico. Entonces, creo que la clave tiene que ver con cómo me paro con ellos. Pienso que en eso podemos ayudar, en que tenemos conciencia de que no tenemos poder, y eso nos ha hecho situarnos con el otro como iguales.
Juan Pablo: Hay necesidad de una nueva Iglesia… la cultura cambia de a poco; y esto es imparable. Querer parar la ola no va a ser posible, o nos subimos o capotamos de nuevo.
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