Jorge Díaz SJ, una profunda experiencia de Dios

El lunes 15 de abril partió al encuentro con el Señor el padre Jorge Díaz SJ. La Eucaristía de funeral tuvo lugar en la Iglesia San Ignacio el miércoles 17 de abril, y contó con la participación de familiares, amigos, y sus compañeros jesuitas.
En su homilía, Roberto Saldías SJ, destacó que el padre Jorge fue un pastor, que acompañó muchas y diversas comunidades viéndolas crecer, en Arica, Padre Hurtado y Santiago. Fue además un gran formador de jesuitas jóvenes, filósofos, teólogos, chilenos y extranjeros, muchos de ellos hoy sacerdotes, y diáconos permanentes. “Fue también un acompañante, cercano, de conversaciones largas y profundas, espirituales, un padre para muchos de nosotros, los compañeros enfermos, los jesuitas mayores. Jorge siempre estuvo ahí sosteniéndolos”, agregó.
“Hoy despedimos a un hombre – continuó Roberto Saldías –  que vivió en su propia vida, en su propio cuerpo, la grandeza y la fragilidad, la fuerza y la debilidad, la luz y la oscuridad de lo que somos como seres humanos. Y todo eso cristalizado, conjugado, en un hombre que recordamos alegre, profundamente bueno, un gozador sencillo de la vida”.
Hasta que se cayeran los brazos de cansancio
Jorge Diaz SJ nació en Concepción en 1965. Cuando tenía cinco años, su familia llegó a Santiago buscando nuevas oportunidades, instalándose en la comuna de Los Cerrillos, donde Jorge vivió toda su infancia y adolescencia. Hasta quinto básico, estudió en un colegio del sector de Mapocho, y desde sexto a cuarto medio, en el Instituto Nacional.
Luego de egresar del Instituto, en 1981, y gracias a los consejos de un profesor, estudió dos años ingeniería mecánica en la Universidad de Santiago. Más adelante, entró a auditoría en la Universidad de Chile y, siendo aún estudiante, comenzó a trabajar en una empresa.
Así fue su Eucaristía de funeral:

Siempre guardó muy buenos recuerdos de su paso por la U de Chile, ya que ahí fue parte de un buen grupo de amigos. Fueron años intensos, ya que además de los estudios, del trabajo y de la vida política, se involucró, gracias a un reportaje que leyó en un diario, en la labor del voluntariado del Hogar de Cristo. Trabajó muchos años en la hospedería de hombres, y según sus propias palabras, “esa experiencia le fue agarrando del corazón”, no solamente por la actividad que podía desarrollar, sino que, principalmente, por las personas que allí conocería.
Se le grabaron a fuego en su corazón los rostros de muchos  hospedados y de gente de la calle, tanto así que estaba seguro que su vocación se la debía a ellos.
Pese a las muchas cosas  que hacía en esos años, sus amigos dan testimonio que el tiempo le alcanzaba para todo. A los jóvenes voluntarios con los que trabajó y, más tarde, a los estudiantes jesuitas que formó, les insistía en estos términos: “cuando uno es joven tiene tiempo para no enterarse de la teleserie y hacer muchísimas actividades que llenan la vida y ayudan a soñar”.
Hasta los 24 años de edad, Jorge se proyectaba en su carrera profesional y en un deseo de formar familia con una clara opción por una vida sencilla. Sin embargo, la figura del padre Alberto Hurtado y el testimonio de su amigo y compañero jesuita Josse van der Rest, le desordenaron los cálculos que, como buen contador, ya tenía hechos.
Decidió entonces hacer la primera comunión; un año más tarde, la confirmación; y a los 26 años, la misma edad de la conversión de Ignacio, ingresó a la Compañía de Jesús.
La vida de Jorge estuvo marcada por una profunda experiencia de Dios. Sentía que la vida religiosa y el sacerdocio eran un regalo de amor. Aún más, en las duras circunstancias de haber padecido tres accidentes vasculares, operaciones complejas y largas estadías en hospitales, la enfermedad siempre lo acercó más a Dios. Como él decía, el Señor le regaló sentirse profundamente jesuita mientras miraba el techo del hospital donde estaba internado. El deseo de sanar, la motivación diaria, la nueva mirada de las cosas, fueron para él la presencia viva de Dios. Los últimos años los vivió siempre como un regalo que había que aprovechar hasta las últimas circunstancias… hasta que se cayeran los brazos de cansancio.
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