Nuestra Estrella de Belén

A veces pienso que mirar al cielo es asomarse a un misterio insondable. Es mirar hasta donde ni la más maravillosa fantasía nos podría trasladar. O viajar con la mirada hasta tiempos inmemoriales y ser testigos de aquello que ocurrió mientras nuestro planeta se gestaba entre convulsiones ígneas, cuando los dinosaurios poblaban la tierra o cuando el ser humano levantó por primera vez la mirada hacia firmamento.
Mirar al cielo es también contemplar aquello que los seres humanos de todos los tiempos contemplaron y fijaron en su memoria imaginando un sin número de figuras o constelaciones. Así puedo imaginar que miles de años atrás, en la cuna de las civilizaciones, los hombres y mujeres se detuvieron durante horas observar el mismo cinturón de Orión que hoy veo especialmente en las noches de verano, o el inconfundible escorpión que recorre nuestros cielos de otoño, o la siempre presente e inconfundible cruz que señala inmutable el sur de nuestro planeta y del cosmos infinito.
Pero mirar el cielo no es solo contemplar lo inmutable e imperecedero. Es también novedad revelada en momentos de extraordinaria belleza, como en el paso de un cometa viajero o en el de una estrella que muere como supernova derramando toda su luz en el espacio. Y a veces nos sorprende con el místico y muy raro encuentro entre dos planetas, que se reúnen para brillar juntos entregando un mensaje misterioso a la humanidad. Son las llamadas conjunciones de planetas.
En esto días somos testigos privilegiados de un encuentro extraordinario entre los planetas Júpiter y Saturno. Mirando hacia el horizonte después de la puesta de sol, como siguiendo al astro rey, aparece este misterioso encuentro. ¡Hace 800 años que no se observada una encuentro tan cercano entre ambos planetas! Y pienso, cuántos como yo se habrán sorprendido en plena edad media, el día 5 de marzo de 1226, cuando estos dos planetas atravesaron juntos el cielo de nuestro mundo de modo similar a como lo hacen hoy.
El mundo cristiano ha transmitido por generaciones la historia de aquellos sabios de oriente que emprendieron un largo viaje presintiendo un evento extraordinario cuando observaron una estrella magnífica en el cielo. No puedo dejar de pensar, como muchos lo han hecho, que aquella extraordinariamente brillante estrella no fue sino otro encuentro entre dos planetas. Tal vez el encuentro entre júpiter y venus, ocurrido de un modo sin igual el día 17 de junio del año 2 antes de Cristo, y que apareció, para los habitantes de oriente sobre el horizonte, apuntando hacia el poniente, hacia las tierras de Israel, hacia las ciudades de Jerusalén y Belén. Acaso aquella fue la estrella que anunció a los pueblos de oriente un acontecimiento extraordinario: el nacimiento de un pequeño Rey. ¿Fue esa la estrella que unió a distintos pueblos del mundo, que unió la sabiduría de los hombres que por siglos escudriñaban el cielo con las verdades de la fe?
Es por eso que en estos días no me canso de mirar hacia el oeste este misterioso encuentro de planetas, que alcanzarán su mayor proximidad en el atardecer del día lunes 21 de diciembre, en un tiempo en que celebramos el nacimiento de Jesús hace más de 2 mi años. Lo hago como hombre que ama las ciencias y como hombre que espera a este pequeño Rey llamado a guiar a todos los Pueblos de la tierra hacia un Reino que no tiene fin.
Por Pablo Coloma. Diciembre 2020.

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