Artículo publicado en Revista Jesuitas Chile número 46
Profesora de educación básica con mención en Lenguaje y Comunicación. Paula Córdova trabaja actualmente en una escuela básica municipal en la ciudad de Arica. Nació en Puerto Montt y estudió en Santiago. ¿Cómo llegó al norte del país? Según nos cuenta, fue por “una búsqueda permanente de dar mi más y mejor al servicio de otros. En 2016, al finalizar mis estudios superiores, discerní que era tiempo de descentrarme y compartir con otros lo que me había sido dado. Por esta razón, postulé al voluntariado VOLCAR (Voluntariado Comunidad, Acción y Reflexión) de la Red Juvenil Ignaciana. Y de acuerdo a mi perfil, fui destinada a trabajar en el Servicio Jesuita a Migrantes. Esa labor, de la que estoy profundamente agradecida, me llevó a reconocer la importancia de estar en el aula y en los procesos de cambios locales de cada escuela. En 2018, comencé a trabajar como profesora en una escuela municipal”.
—El ser voluntaria en la Pastoral juvenil, ¿cómo marcó tu adolescencia?
Soy miembro de la CVX (Comunidad de Vida Cristiana) desde 2009. Este caminar me ha enseñado no solo la importancia del discernimiento como opción de vida, sino seguir el estilo de Jesús de forma permanente como una opción en mi vida. Durante mi adolescencia me ayudó el ser parte de una comunidad, pues comprendí —quizás no de forma inmediata— la importancia de reconocer el paso de Dios en la vida de otros y en la propia. Vivir en comunidad y pensar por el bien común. Creo que esta idea la logré afianzar en mi época universitaria, cuando la comunidad no solo se transformó en un grupo de acompañamiento, sino en una familia cotidiana que camina junta por la justicia.
—¿Por qué decidiste ser profesora?
Porque siempre pensé que este era un vehículo para revolucionar el mundo y construir el Reino de la justicia, diversidad, solidaridad y amor. Sin duda, hoy soy más consciente de que revolucionar o cambiar todo el sistema educacional es complejo, pero tengo mucha esperanza en que el trabajo con otros que creen en la educación como un medio de liberación y reflexión, es posible. Ser profesora es un privilegio que como católica, ignaciana y mujer abrazo fuertemente. Es un regalo que mi trabajo sea también mi vocación, y desde ahí, sentirme llamada a más amar y servir con ojos de niños y adolescentes del siglo XXI.
—¿Cómo ves la educación chilena hoy?
Con todos los cambios que se han dado en los últimos años en materia de reformas, inclusión… El sistema educacional chileno está cambiando y, de forma personal, me alegra saber que estamos empezando a comprender que la educación va más allá de calificar a nuestros estudiantes o exigirles ciertos contenidos según su edad. Hoy, nuestras escuelas están asumiendo su función social per se y eso significa un aumento de responsabilidades —a veces agobiantes, pero necesarias— para educar desde la multidimensionalidad del educando. Lo que más me ha gustado ha sido la posibilidad de incluir a todos, todas y todes nuestros estudiantes; la escuela debe ser pensada y construida por todos quienes la componen.
—¿Y cómo se expresa la fe en tu labor profesional, concretamente?
Ser profesora es el mayor regalo que pude haber aceptado. Cuando eres joven, te asustan por el tema vocacional, pero a mí siempre me dijeron que mi vocación la debía buscar, y pensar alguna carrera que encaminara mi vocación. Hoy, mi vocación es el llamado a servir a los más excluidos, luchar por un mundo más justo y desde ahí, construir el Reino. No fue aleatorio querer trabajar en una escuela municipal y tampoco que esta opción haya sido en Arica. Para mí, la frontera entrega elementos enriquecedores para reflexionar sobre el mundo que estamos construyendo y el que soñamos. A partir de ahí, la escuela se configura como el escenario de llegada de diversas personas desde distintos lugares, que buscan en la escuela no solo un espacio de aprendizaje, sino también niños y niñas que desean encontrar un lugar que les acoja y en el que puedan conocer a otros como ellos.
Los niños frente a la sociedad actual
—Tú que eres formadora de niños y jóvenes, ¿cómo los preparas para enfrentar los retos que presenta el mundo de hoy?
Admiro profundamente a nuestros niños, niñas y adolescentes que se están educando. Tienen una capacidad única de cuestionar todo lo que ocurre a su alrededor. Por tanto, me encanta generar clases de discusión, ya sea a través de cortometrajes, noticias, literatura o canciones, como también promover espacios en que ellos se construyan con libertad no solo pensando que deben ser algo por haber nacido hombres o mujeres, sino que en sus manos tienen una variedad de opciones que deben conocer y así decidir lo que quieran.
La crisis de la Iglesia
—¿Qué opinión tienes sobre la situación actual de la Iglesia?
Hoy nuestra Iglesia está en un proceso de enorme deconstrucción. Creo que necesitamos reflexionar cada arista de cómo hemos construido la Iglesia, con todos y todas. No creo que sea el tiempo de dividirnos entre consagrados o no, sino que todos debemos hacernos cargo de los abusos que se han develado y re-pensar cómo volver a caminar como Pueblo. Como un Pueblo que está dolido, que ha sido golpeado y que se ha equivocado enormemente.
— ¿Y cómo ves a las nuevas generaciones frente al tema de la fe?
Tengo el presentimiento de que nuestra Iglesia se irá haciendo cada vez más pequeña. Y es que los jóvenes de hoy no van a la Iglesia como un deber o como una imposición familiar, que por mucho tiempo fue así, sino que tienen una mirada mucho más profunda de lo que significa comprometerse con algo. Quienes actualmente están en nuestras parroquias son jóvenes responsables, alegres y valientes. Valientes porque no es una moda ser católico, no es algo envidiable, hoy ser católico es una opción radical frente a un llamado que se nos presenta.
—¿Y cómo crees tú, como profesora creyente, que puedes contribuir a superar esta crisis?
Para superar la crisis actual, creo que debemos permearnos de lo que sucede afuera de nuestras iglesias. Escuchar los hermosos y potentes movimientos sociales que marchan por las calles, escuchar a la tercera edad, que cada vez es mayor, escuchar a nuestros niños, niñas y jóvenes que están en un mundo de la inmediatez, y escuchar a las mujeres, a todas, religiosas, jóvenes, madressolteras, mujeres violadas, mujeres que decidieron abortar, mujeres golpeadas, mujeres que cumplen un rol doméstico en casa, y también a las que trabajan durante horas fuera del hogar. Debemos escuchar a las mujeres que llenan todos nuestros espacios parroquiales de forma
diaria con sus distintas expresiones de fe. Tenemos que discernir el futuro de nuestra Iglesia desde los signos de los tiempos, y eso significa contemplar nuestra cotidianidad —hoy, 2019, en el siglo XXI—, escucharla y conversar. El diálogo y la simetría de ese diálogo es, para mí, una fuente esencial para reconstruir nuestra Iglesia; sabiendo que nos urge una Iglesia democrática, en la que hombre y mujer y sus diferentes formas de expresión puedan dialogar y tomar decisiones a la par.
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