Lo que va entre el 18 de octubre y el 18 de noviembre (y creo que se seguirá extendiendo) ha sido, es y será un mes histórico. La historia se está escribiendo a punta de movilizaciones, de acontecimientos dolorosos (quema de infraestructuras públicas, compatriotas muertos, otros con graves daños oculares, varios heridos, mujeres violadas, y un largo y doloroso etcétera) pero también a punta de esperanza, de esa esperanza que nos anima a vislumbrar un Chile cualitativamente distinto. No soy cientista político ni sociólogo, por lo cual no me extenderé más en este tema de diagnósticos, actualidad o proyección. Soy teólogo y educador y quisiera mirar teológicamente la realidad, es decir, tratar – de una manera muy provisoria – de pasar lo actual por el cedazo de esta reflexión llamada teología.
Y busco pensar la teología y consecuentemente la fe en un tiempo en el cual la Iglesia – como espacio de los creyentes y lugar desde el cual uno reflexiona la misma fe – está también en tela de juicio. No es de extrañar que la Iglesia institucional ha sido parte de un problema mayor llamado “crisis moral de las instituciones”. Las causas: por todos conocidas. No voy a explayarme tampoco en ello. Tampoco haré una defensa de lo que los obispos, los religiosos o los laicos hemos o tratamos de hacer o hecho en estas cuatro semanas. Por el contrario, lo que sí quisiera hacer es pensar y también invitarlos a reflexionar en torno a las consecuencias de desprivatizar el cristianismo o construir una teología a pie de calle.
En la mitad del siglo XX cuando ocurría el Concilio Vaticano II, un teólogo alemán llamado Juan Bautista Metz propuso una reflexión llamada “nueva teología política”. “Nueva” porque se habían dado otros intentos de pensar el carácter público, económico o social del cristianismo. “Teología política”, pero no reduciendo la fe cristiana o la teología a un partidismo, sino que pensando el concepto de lo político en su acepción más antigua: la polis, la comunidad, el encuentro con los demás, el carácter público y crítico de la fe cristiana, es decir, su carácter profético (anunciar-denunciar), pensar el cristianismo en las condiciones actuales.
Esta teología política de Metz se basa en dos temas principales: la primera acción se llama “tarea negativa” la cual es una mirada crítica a la excesiva privatización del cristianismo. Me explico: desde la Ilustración en el siglo XV-XVI y luego con la crítica de Marx, el cristianismo fue reduciendo su rol socio-político hasta quedarse confinado en un lugar más íntimo o privado. Se construyeron teologías muy conceptuales, con buenas bases filosóficas, pero muy alejadas de los problemas reales de la gente. En otras palabras, se olvidó el mensaje social del Evangelio de Jesús. A muchos cristianos les da “miedo” que la Iglesia se adjudique acciones o reflexiones políticas. La Iglesia es solo una institución o una comunidad del culto, de la liturgia, de la piedad. Ese es el exceso de privatización que denuncia el teólogo Metz.
Y junto con esta “tarea negativa” Metz piensa una “tarea positiva” la cual se basa en el reconocimiento de que el Dios revelado en la Biblia que es el Padre de Jesús, es el mismo Jesús que actúa y anuncia un mensaje social, político, comunitario, crítico de las estructuras humanas injustas. Miremos por ejemplo el capítulo 4 de Lucas o el capítulo 25 de Mateo: los pobres, los marginados, los que viven en medio de la injusticia ellos son los bienaventurados, los benditos de Dios. El Cristo de Dios se pone de lado de los sufrientes. Eso ya es un profundo mensaje político y social. Desconocer ese talante del Evangelio es desconocer el mismo Evangelio. Lo que sí no podemos hacer es equiparar éste con un partido u opción política particular. El Reino de Dios no es un partido, ni de izquierda ni de derecha. El Reino de Dios supera toda esa formulación humana en cuanto es don y regalo gratuito de Dios.
Ante esta reflexión teológica y ante la contingencia de este mes histórico para Chile, me surge pensar que el cristianismo debe mantener una voz siempre profética ante las injusticias que, aunque siempre han estado, el movimiento ciudadano del último mes nos han permitido visibilizar. La esperanza cristiana que se mantiene firmemente sostenida por la libertad, la paz, la justicia y la reconciliación – dice Metz – deben desprivatizarse y posicionarse en medio de lo público, de sus luchas y de sus movilizaciones. En Chile hemos vivido una revitalización política. Se conversa la educación cívica y lo público después de mucho tiempo de vivir despolitizados. Siento que el cristianismo debe ir por esta misma vía: desprivatizar el Evangelio, evitar una piedad conformista e intimista y entender que el Evangelio que tratamos de anunciar a cada hombre y mujer posee claves políticas, sociales, críticas y proféticas. Hay que construir una auténtica teología a pie de calle. El Dios liberador de los sufrientes nos impulsa en esta hora a estar con nuestro pueblo, anunciando que la maldad (venga de donde venga) no puede ni debe tener la última palabra. Y también a denunciar todo atropello a la dignidad humana, venga de donde venga. Ardua y larga tarea para los cristianos de Chile… ¡Que el Espíritu sople!