Pausa Ignaciana: Dos figuras bíblicas de la vulnerabilidad

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Por Juan Pablo Espinosa Arce

1. Vulnerabilidad y situaciones límites

Para este primer momento, en el que buscaré definir qué entendemos por vulnerabilidad y por situaciones límite, propongo un diálogo entre la teóloga Carolina Montero y el filósofo Karl Jasper. C. Montero, en su obra “Vulnerabilidad, reconocimiento y reparación” (UAH 2012), indica que hablar de vulnerabilidad nos ubica en un contexto de lo cotidiano. Utilizamos el concepto de múltiples maneras en nuestro léxico común. Nos sentimos vulnerables, se vulnera a alguien, somos vulnerables. Pareciera que la categoría, más que una cuestión teórica apela a una realidad profundamente concreta. La palabra “vulnerabilidad” tiene un origen latín (vulnerabilis; vulnerare; vulnus) y significa herida o herir. Es tanto un daño físico (tengo una herida) como un daño moral (fui ofendido). Pero, aunque el concepto está presente en la vida común, Montero sostiene: “la vulnerabilidad alude a una dimensión humana que quizás no ha sido del todo incorporada en nuestra sociedad moderna”. La lógica capitalista, de la acumulación, de la producción desenfrenada, de la economía que mata como ha denunciado el Papa Francisco, nos ha hecho creer que no somos vulnerables. Hemos perdido la sensibilidad ante la vulnerabilidad, tanto del otro como a nuestra propia experiencia de ser vulnerables-vulnerados. La vulnerabilidad se opone a la autosuficiencia, en cuanto la primera necesita de la ayuda de otra persona para poder restituir la situación de dolor. En cambio, la autosuficiencia, indica que solo yo, encerrado en el pequeño “ego” puedo responder a los inconvenientes cotidianos.

Karl Jasper, por su parte, en su obra “La filosofía desde el punto de vista de la existencia”, utiliza la expresión “situaciones límites” para significar aquellas cosas que nos suceden y que desestabilizan nuestra aparente normalidad. Dice Jasper: “olvidamos que tenemos que morir, olvidamos nuestro ser culpables y nuestro estar entregados al acaso”. Nuevamente: la velocidad de nuestra época nos ha hecho olvidar nuestra condición límite, finita, creatural. No somos sino frágiles, vulnerables. Y justamente ha sido la época de la pandemia la que nos ha recordado algo que, por definición, deberíamos saber y asumir. La pandemia ha sido un recordarnos que la enfermedad, la muerte, la lejanía física, el miedo, la incertidumbre, son elementos que marcan y definen la vida humana. Una vida humana que no posea estos elementos sencillamente no es una vida humana.

2. La figura de Job

Y esto, también, lo han experimentado los personajes bíblicos. La Escritura está plagada de experiencias de vulnerabilidad, de dolor, de malestar, de muerte. Pero, para ejemplificar esto de las “figuras de la vulnerabilidad” he pensado en dos: Job, para el Antiguo Testamento, y Jesús de Nazaret en Getsemaní para el Nuevo Testamento. Job representa la pregunta radical sobre el mal y sobre la desgracia. Para David Le Breton, Job constituye la búsqueda del “significado” del dolor: ¿por qué hay dolor? ¿por qué la muerte? ¿dónde está Dios en medio del dolor humano, de mi dolor? Job, luego de días de soportar el dolor tanto físico como moral (o anímico-interno), protesta y pregunta a Dios por qué permitió que él, siendo un hombre piadoso (creyente acérrimo) debe pasar por la experiencia del dolor. Ante las preguntas, algunos amigos de Job responden llenando el espacio con respuestas enmarcadas en fórmulas sagradas. A Job no le bastan las palabras de sus amigos. Dios dialoga con Job mostrando su bondad que supera cualquier experiencia del mal padecido. Job, reconoce en su vulnerabilidad, que el mal es un misterio tan grande que no es posible captarlo totalmente. Pero, a su vez, admite que la bondad de Dios en medio del sufrimiento es mayor. Dios salva a Job en medio de su dolor. Dios toma partido por el que sufre. Dios está de parte de las víctimas de la pandemia, que son prolongación del sufrimiento de Job.

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3. Jesús y la lógica de Getsemaní

De alguna manera la figura de Jesús y la de Job pueden comprenderse de manera paralela. Ambos son las figuras de los justos, de los creyentes en Dios, de los que se les comete mal siendo inocentes. En Getsemaní reconocemos la experiencia de vulnerabilidad de Jesús. Lejos de lo romántico de la escena de la agonía (a veces tendemos a edulcorar la desgracia humana), Jesús en el huerto manifiesta todo el dolor al cual se puede someter el cuerpo-espíritu humano. Emmanuel Falque reconoce cómo en Getsemaní se entrecruzan las experiencias de la angustia, del sufrimiento y de la muerte. En el relato de Marcos leemos: “se llevó con él a Pedro, a Santiago y a Juan. Y comenzó a ser invadido por pavor y angustia” (Mc 14,33). Pavor, para E. Falque, indica el gesto de retroceder ante algo que se nos viene encima de manera inesperada. Por su parte la angustia indica el estado de inquietud y de tormento interior del que está asustado. El Jesús de Getsemaní está concretamente con miedo. No es una fantasía, es una realidad humanamente cotidiana. Con el Jesús con miedo surge una visión radicalmente humana del Hijo de Dios. A veces creemos que Jesús solo es Dios y eso es erróneo. Jesús es todo hombre (con excepción del pecado), y como hombre enfrentado al temor real. El Cristo que se hunde en la angustia nos es familiar a nuestra sensación de la angustia y el temor ante la pandemia. Ante la vulnerabilidad del miedo y la angustia Jesús vuelve y busca compañía en sus discípulos dormidos (Mc 14,37.40.41). Sólo con la presencia de los demás podemos superar el miedo. Buscamos contención. Jesús la buscó. Jesús, en Getsemaní, se asocia al dolor y al miedo de todos los que en estos meses hemos sentido miedo y angustia. Pero, a pesar del miedo, Cristo se confía totalmente al Padre. En medio del dolor vuelve a aparecer Dios. Jesús se entrega y el Padre se entrega al Hijo. La luz vuelve a brillar en medio del temor. A pesar de la pandemia, la fe en Dios continúa animando nuestra esperanza. Dios no salva fuera del dolor, sino que en medio del dolor. Ese es el centro de nuestra confianza en el que “puede salvarnos” (Heb 5,7).

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