Pausa Ignaciana: “Los de adentro, los de afuera, y los lejos de todo”

Por María Ester Roblero
Algunos de los de “adentro” (#quedateencasa) hemos podido seguir trabajando convertidos en zoommers, aferrados a la posibilidad de mantener horarios como antes, aunque muchas veces no sepamos ni qué día de la semana es. Otros, además de trabajar on line deben ayudar a estudiar a hijos millennial y de la generación T (touch)… Y todos, zommers, millennials, touch y los viejos bommers…, por las tardes nos conectamos con nuestros afectos a través de pantallas. Nostálgicos de abrazos y de besos.
Los de afuera salen de sus casas cada día para sostener el mundo: conforman la primera línea de los servicios de salud, que en el caso de Chile y de muchos países no sólo luchan contra el virus sino contra la precariedad. También son los conductores de medios de transporte, recolectores de basura, repartidores de alimentos, reponedores y trabajadores de los suspermercados, servidores públicos, uniformados y tantos otros que permiten que las ciudades sigan funcionando. Ahí, entre los de afuera, también están miles de migrantes, que engruesan esta primera línea. Cifras de Europa y EEUU confirman que entre sus médicos y paramédicos hay un altísimo porcentaje de inmigrantes africanos y latinoamericanos.
Muchos de los de afuera salen cada día a buscar el pan en puestos de ferias y caletas. Contagiarse es una posibilidad más lejana que el hambre y quedar en la calle. 
Muchos de los adentro padecemos lo que en otras partes del mundo han llamado “fatiga de precaución”: la mascarilla, el lavado de manos,  la limpieza con cloro de pisos y muebles, han hecho brotar muchos tocs y angustias. El encierro de tantos en viviendas enanas, cajas más que casas, aumenta las tensiones familiares, la violencia y los problemas psicológicos. Todos, los de adentro y los de afuera, sufrimos hiperestesia al enterarnos que muchos enfermos han muerto solos, sin poder tomar la mano de sus seres queridos y así nos unimos con el resto del mundo en un duelo colectivo. 
Los de afuera corren: dentro de los hospitales, los supermercados, las ferias… Y por las calles se desplazan entre los restos de un mundo que nadie sabe si volverá a activarse. Porque cómo ya advierten algunos observadores, el Covid19 es toxina para muchos y esteroide para otros: los gigantes de las ventas on line están creciendo. Si, porque los de adentro podemos comprar on line y los de afuera entregar off line en una modalidad de comercio que el abogado y escritor Tim Wu denomina “sin contacto, sin contratos, sin proteccion”.
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Entre los de afuera, también están los que viven en pueblos lo suficientemente aislados para que el virus se demore en llegar y lo suficientemente retirados para que no exista un hospital cerca en caso de contagio. Allá afuera, en la ruralidad, está la gente de campo que saca adelante agriculturas de subsistencia, tan ninguneadas por sus cosechas no especializadas y a baja escala, por no aportar divisas, y que sin embargo son las que atraen a caravanas de jóvenes que vuelven a sus tierras temiendo a la hambruna. Hemos sido testigo como migrantes que llevaban tiempo en Chile han luchado las últimas semanas para volver a sus países. The New York Times informa que 167 mil peruanos en áreas urbanas se han inscrito en padrones de gobiernos locales para volver a sus pueblos de origen. Y en India cientos de miles de personas avanzan a pie a sus hogares en el campo. Y son ellos, los de afuera en las regiones, los que nos siguen recordando que la sequía y el cambio climático siguen aquí aunque el Covid 19 haya traslado nuestra atención a otra urgencia. 
Los de adentro y los de afuera leemos con ansiedad las informaciones que nos llegan del hemisferio norte porque son pronósticos sobre nuestro futuro próximo: millones de norteamericanos están sin trabajo y esta crisis traerá a ese país una recesión peor a la de los años 30 del siglo pasado. Los franceses se prepararan para salir a las calles el 11 de mayo, aunque la mayoría de los padres ya han anunciado que no enviarán a sus hijos a las escuelas hasta tener suficientes garantías de que el virus está efectivamente controlado. 
Los de adentro y los de afuera nos preguntamos cómo saldremos de nuestros agujeros.
¿Cómo nos saludaremos sin abrazos ni besos? ¿Cuánto tiempo seguiremos llevando máscaras? ¿Tendremos que portar un carnet? ¿Será verdad que hemos cambiado, que hemos comprendido que la muerte no es un problema técnico? ¿Nos hemos vuelto más humanos, mejores vecinos, mejores ciudadados, que nos convencimos que necesitamos de una economía que hable más de crear bienestar que de crear riqueza?
Y mientras los de adentro y los de afuera vivimos como dentro de una película distópica, pero en la vida real, los de “a los lejos” viven literalmente en el limbo. Contestan en encuestas (un 20% en Cadem) que no están preocupado por contagiarse, saturan las carreteras para irse a la playa, organizan fiestas clandestinas, encuentran exagerado y hasta terrorista al ministro de Salud. El virus es real, las muertes son reales, pero creen que la peste no llegará a su silo.
Si al menos los de a lo lejos se mantuvieran ahí, daría lo mismo. El problema es cuando gobiernan: Bolsonaro festina con que se comerá un asadito con 30 amigos en su casa y Trump presiona a los mexicanos para que reabran empresas que abastecen a Estados Unidos. La evidencia enseña que solo hay una manera de salir de esta crisis y no es a través de experimentos con seres humanos, sino al potenciar la salud pública primero. Pero no. Los de “a los lejos” siguen creyendo que su economía basada en el consumo de lo que “ya no es necesario” es sostenible. 
¿Soy consciente de lo que está pasando? Porque no es  algo sencillo. Más cuando aceptar la realidad nos hace cambiar planes, asumir fracasos, enfrentar terrores… Pero hoy es urgente. De hecho, es una súplica, una plegaria. Dios mío, abre las molleras de quienes tienen que tomar decisiones y potencia nuestra memoria. 

“¿El derecho de recordar no figura entre los derechos humanos consagrados por las Naciones Unidas, pero hoy es más que nunca necesario reivindicarlo y ponerlo en práctica: no para repetir el pasado, sino para evitar que se repita; no para que los vivos seamos ventrílocuos de los muertos, sino para que seamos capaces de hablar con voces no condenadas al eco perpetuo de la estupidez y la desgracia”. (Eduardo Galeano)

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