Pausa Ignaciana: Matar al mensajero

Por Diego García Monge (Profesor de Filosofía UAH)

Apenas comenzado el prólogo de su libro La condición humana, Hannah Arendt llama la atención sobre el entusiasmo y alivio con que fue recibido el comienzo de la exploración espacial hacia fines de la década de 1950. Y menciona que se trataba de alivio al constatar, tanto los científicos como los políticos, tanto en el bloque socialista como en el Occidente capitalista en tiempos de Guerra Fría, que se daba el primer paso de la “victoria del hombre sobre la prisión terrena”, que la humanidad no permanecerá “atada” para siempre a la Tierra.  Arendt sostenía a continuación que la Tierra constituye la quintaesencia de la condición humana, y es el único lugar conocido que proporciona a los seres humanos un hábitat en el que moverse y respirar sin esfuerzo. ¿Por qué entonces este repudio hacia la Tierra, la Madre de todas la criaturas vivientes bajo el firmamento?[1]

Al redactar este comentario no puedo presumir que hablo desde una superioridad en cuanto a conocimientos sobre el estado actual del medio ambiente, o en cuanto a testimonio de un comportamiento ejemplar a su respecto. Como muchos, formo parte de un vasto contingente de aprendices que se preguntan sobre los alcances de la situación ambiental presente y sobre nuestras responsabilidades en que tienda a mejorar. Y aprendo lento y puede que de modos no todo lo coherentes que sería de desear. Quien quisiera hacerme algún reproche al respecto, está en su derecho y tiene todas las de ganar. Aun así, creo en las bondades del ejercicio público de nuestras capacidades de argumentación, y hay ciertas formas en que éstas se expresan que me preocupan y respecto de las cuales todos tenemos derecho a intervenir no por puro diletantismo -como en una muy bien servida conversación de sobremesa sobre temas que tan pronto se toman como se dejan-, sino porque es el modo en que tratamos de abordar en común los asuntos que nos afectan a todos por igual.

En el último medio siglo ha crecido la conciencia de la opinión pública mundial respecto de las causas antropogénicas del deterioro ambiental. Pero ese crecimiento ha encontrado siempre, incluso hoy, la barrera que supone una opinión escéptica o, en el mejor de los casos, condescendiente, de buena parte de las elites políticas, económicas y mediáticas, hacia quienes han tratado de dar a conocer estas realidades. Se ha motejado a los ambientalistas y ecologistas, ya sea que se trate de ciudadanos movilizados políticamente por esa causa, o por científicos que llegan a conclusiones parecidas desde su trabajo académico, de ser hippies pintorescos que se oponen al desarrollo -en el mejor de los casos- o de frívolos acomodados que tienen agendas ocultas de dominación  norte-sur -en el peor-.

Ahora mismo, en las vísperas de la COP 25 que se celebrará en nuestro país, han comenzado a arreciar las críticas hacia quien ha encarnado una opinión pública internacional en favor de una defensa más resuelta del medio ambiente, con los sacrificios que ello demanda. Greta Thunberg, una joven sueca, ha encarado a la más alta dirigencia política mundial reunida en Naciones Unidas y les “ha puesto las peras a cuarto”. Les ha dicho “…estamos en el comienzo de una extinción masiva. Y, sin embargo, ustedes solo son capaces de hablar de dinero y de contar cuentos de hadas sobre un supuesto eterno crecimiento económico. ¿Cómo se atreven?”[2] Entre nosotros, hemos visto que se ha calificado su conducta de “show”[3] y se ha evaluado que en sus palabras anida el germen del fanatismo[4]. Me parece a mí que en estas opiniones críticas hacia las acciones y palabras de Greta Thunberg se verifica una antigua falacia, que no por serlo, se deja de emplear masivamente y que todavía suele ser persuasiva sin merecerlo. Es el ataque contra la personas desentendiéndose de su argumento. La falacia ad hominem, que entre diferentes expresiones recibe el nombre de “matar al mensajero” o “disparar contra el trompetista”, supone desentenderse de la calidad del argumento para enfocarse en la calidad (por alguna razón considerada desmejorada y hasta despreciable) del portador del argumento.

La cuestión entonces no es primeramente detenerse en Greta Thunberg -y en tantos otros que a lo largo de décadas argumentan en esta misma dirección- sino en lo que ella afirma y defiende. En su caso, busca respaldo para sus argumentos en la mejor evidencia sobre cambio climático de que se dispone, y que no parece ser otra que la que ha emanado del consistente trabajo del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático que actúa bajo el amparo del sistema de Naciones Unidas[5]. Son más de tres décadas de trabajo científico de la más alta calidad advirtiendo sobre las secuelas que podría tener el calentamiento global, buena parte del cual tiene causas antropogénicas. ¿De qué evidencia mejor disponen los críticos para desentenderse de sus conclusiones? Como todo argumento, es lícito controvertir las opiniones científicas, pero ¿sobre la base de qué mejor información? Los continuos reportes del IPCC muestran un deterioro más que preocupante de varios indicadores ambientales cruciales para la vida -no sólo humana- sobre la faz de la tierra, y afrontar esas circunstancias adversas requiere de cambios muy drásticos en nuestro comportamiento. ¿Cuál es la mejor información de que disponen los que niegan esto, por qué no la comparten?

http://localhost/j2021/jesuitas/las-diversas-muestras-de-carino-y-condolencias-para-el-p-pepe-aldunate-s-j/

Se ha dicho, entre otras muchas lindezas, que no debiéramos hacer caso a lo que dice Greta Thunberg porque no se debe ser condescendiente con las opiniones de alguien nada más que porque es niño o niña. ¡Qué importa la edad, atendamos a las razones! ¡Lo mismo da si esto lo hubiera dicho hace tres décadas otra niña, Severn Cullis, en la Cumbre de Río[6], a quien el tiempo no ha hecho más que darle trágicamente la razón! El mérito de estas activistas es que ponen rostro, voz e inspiración a un estado de la opinión pública y la ciudadanía mundial que busca expresarse con eficacia frente al comportamiento alienado de las elites mundiales. Y desde su breve edad nos recuerdan a quienes somos de generaciones mayores que estamos en deuda en materia de justicia intergeneracional: no estamos dejando un mundo mejor respecto de cómo lo recibimos, ¿a qué viene hacerse ahora los ofendidos frente a la interpelación de quienes hemos traído a la vida en condiciones que empeoran? ¡Benditos niños, diría yo! La indignación es un sentimiento de mucho valor moral, porque muestra  una capacidad de reacción frente a la injusticia. Si nuestra respuesta a esa indignación es la indolencia, seremos nosotros el caldo de cultivo frente a posibles reacciones fanáticas… porque también hay fanáticos que defienden el status quo poniendo palos en la rueda, aunque aparenten buenos modales, vayan a la ópera o “hablen sin faltas de ortografía”, como solía decir mi padre.

El viernes pasado participé de la marcha por el planeta. Me dio alegría que fuera masiva y que tuviera una presencia juvenil e infantil tan ostensible. Mucha gente, individualmente o en muy pequeños grupos, llevaba su propio cartel hecho a mano en cartón. Entre ellas, cuatro o cinco niñas con una pancarta representando a jóvenes con espectro autista, y que se hacían llamar “Aspergirls”, de pie como guardianas de la Tierra, al igual que Greta Thunberg, que adolece de la misma condición. En un trayecto de veinte cuadras sólo logré encontrar a un conocido, trabajador del Centro de Espiritualidad Ignaciana, mayor que yo: ¡nosotros, los de entonces, ya no somos tan jóvenes! Mientras caminaba, escucho que me llama por mi nombre, y al volver la vista hacia él, su rostro estaba cubierto con una máscara de Greta Thunberg (el ingenio de algún “emprendedor” las vendía “a luca”, y seguro que por eso alguien querrá lanzarse en picada contra ella por este motivo: Greta Thunberg ya  es un producto de consumo, en fin, Dios les guarde la buena fe…). 

Hablamos un poco de la esperanza que nos daba estar allí, y de la necesidad de ponernos las pilas para cambios conductuales que serán exigentes y sacrificados, y ojalá distribuidos equitativamente en conformidad a las distintas responsabilidades y necesidades que nos caben a todos en esto. Vuelvo a la observación de Hannah Arendt, hoy mismo no disponemos de un Planeta B, y cabe dudar -haciendo la comparación entre los costos y beneficios- que sea siquiera inteligente trabajar para una colonización espacial teniendo como alternativa una casa tan apta para la vida como es la que nos cupo en gracia habitar. ¡Cómo no va ser más inteligente y racional cuidar y restaurar nuestro planeta en lugar de fantasear con que se trata de una prisión de la que cabe desatarse y a la que hay que derrotar!

Escribo bajo la conmoción que ha significado la despedida del P. José Aldunate, Quienes lo conocieron de cerca no sólo destacan su bondad y compasión infinitas con la humanidad más maltratada. Además, señalan que era un hombre muy ladino y perspicaz. Algo de eso se deja traslucir en la respuesta, tan debajo del pedestal y divertida, que dio cuando fue consultado por algún posible epitafio para cuando lo visitara la muerte: “Hizo lo que pudo, le fue más o menos. Que descanse en paz”, ¡él, a quien más de alguien tal vez le debe la vida! ¿Qué decir de nosotros en esta hora de la tierra? ¡Hagamos lo que podamos, cualquiera sea nuestra edad, a ver cómo nos va!


[1]    Hannah Arendt, La condición humana. Paidós, Buenos Aires, 2016, pp. 13 y 14.

[2]    Versión íntegra de su discurso en https://www.eldiario.es/internacional/discurso-integro-Greta-Thunberg-ONU_0_945606156.html

[3]    Sobre esta calificación, ver el comentario de Claudio Faúndez Becerra en https://www.elmostrador.cl/noticias/opinion/2019/09/29/a-proposito-de-greta-y-su-show/

[4]    Ver columna de Carlos Peña, “La semilla de Greta”, en http://www.elmercurio.com/blogs/2019/09/29/72845/La-semilla-de-Greta.aspx

[5]    Se puede consultar sobre la actividad del IPCC en http://www.onu.cl/es/tag/ipcc/

[6]    https://www.eldiario.es/internacional/Severn-Culliz-Greta-silencio-ecologista_0_946655728.html

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