Por Juan Pablo Espinosa (*)
Byung-Chul Han en su obra La desaparición de los rituales indica que la vida humana se compone de una estructura simbólica. La palabra símbolo significa aquella cosa que unida a otra generan un sentido de pertenencia e identidad. El símbolo se utilizaba en la tradición de partir de una tablilla por la mitad y entregar una de esas mitades a otra persona. Cuando nos reencontráramos con esa persona podríamos unir nuestras mitades de la tablilla y poder volver a unificarla. Lo simbólico, con ello, se opone a lo diabólico como argumenta Leonardo Boff en su obra Los sacramentos de la vida. Lo simbólico une, lo diabólico separa. Desde este foco teórico, quisiera invitarles a pensar en nuestras “cosas-sentidas”.
¿Qué quiere expresar esta categoría? A groso modo, indica aquella cualidad que es puesta sobre los objetos cuando son regalados, cuando son especiales para nosotros, cuando nos los han transmitido de generación en generación. Me explico con un ejemplo: una persona ha recibido un reloj, el cual a su vez perteneció a su padre quien lo recibió, a su vez, de su padre y éste de su padre. Ese reloj, aunque posee forma y sentido de reloj (en cuanto capacidad de indicar el tiempo), se convirtió – con el traspaso de mano en mano – en una cosa-sentida. Ya no es “cualquier” reloj, sino que viene “cargado” con una historia particular, con un juego de sentimientos y experiencias propias, con una lectura del tiempo particular. No es “cualquier” reloj, sino que es “ese reloj”. Las cosas-sentidas asumen, en parte, una dimensión sagrada, es decir, “separada”, única, venerada. Las cosas-sentidas tienen la particularidad de cuidarse con más esmero que otro objeto. Como alguien una vez me dijo: el regalo es siempre la persona. Cuando yo doy el objeto, por un fenómeno que escapa de la lógica acumulativa y productiva del dinero y de sus formas, yo termino dándome en el objeto. El dar se opone resistentemente al vender. En el dar no obtengo ganancia económica. En el vender, en cambio, busco un beneficio. Las cosas-sentidas, las auténticas cosas-sentidas, se dan, nunca se venden. Es como el tiempo. Yo no puedo vender mi tiempo, sino que lo doy, lo ofrezco. Las cosas-sentidas incluso rozan con la lógica de la eucaristía en cuanto ofrenda de amor.
Las cosas-sentidas son una fuente de pequeñas alegrías cotidianas, utilizando la expresión de Marc Augé. Al tomar las cosas-sentidas podemos, en un ejercicio de búsqueda interior, reencontrarnos con las personas que fueron las manos que permitieron que dichos objetos llegaran hasta nosotros. Las cosas-sentidas, queridos amigos, nos conectan una historia más larga. En tiempos donde olvidamos (y donde nos hacen olvidar) nuestra tradición, nuestros rituales, nuestras formas de vinculación más básicas, entrar en la lógica de las cosas-sentidas es vivir una profunda resistencia contra lo desechable. Las cosas-sentidas que pueblan nuestra vida no son desechables, no tienen la caducidad programada de los actuales artefactos. Son, más bien, ventanas al espacio eterno de la memoria y de la acción de gracias por aquellos y aquellas que forman parte de nuestra vida. Por ello, pienso, que en realidad las cosas-sentidas son eucarísticas en cuanto “acción de gracias” de la vida.
Por ello necesitamos tener nuestras cosas-sentidas cerca de nosotros. Sin ellas, aparece la experiencia del duelo, de ese saber que perdimos algo en concreto. Sin las alegrías de las cosas-sentidas, parafraseando a Marc Augé, terminamos comprendiendo que nuestra vida precisa de esos momentos de humanidad cotidiana. Recupero, en esto, las palabras de este antropólogo francés cuando habla de tomar el café con un amigo (con una persona-sentida): “tomar un café no nos procuraba siempre una satisfacción particularmente intensa, informarnos sobre la actualidad, todavía menos, pero basta vernos privados de esas pequeñas libertades para apreciarlas y, aún más, para echarlas de menos; entonces nuestra reivindicación se vuelve más modesta y esencial a la vez. Como si nos diéramos cuenta de repente que el hilo que enlaza nuestros días y nos ayuda a vivir”.
De alguna manera la época de la pandemia nos ha hecho volver a mirar con mayor detención esas cosas sentidas. Y, mirar con detención, es recuperar lo sagrado de la vida cotidiana, con sus alegrías y tristezas propias, con la multiplicidad de cosas sentidas que no solo ocupan un lugar en el viejo estante del comedor, sino que se encuentran en el armario del corazón. Pienso que quizás, en la pandemia, nos recordamos de desempolvarlas y de volver a tomarlas y sentir ese calor humano que las rodea. Pienso, queridos amigos, que ciertamente las cosas-sentidas nos permiten vivir mejor, con un sentido y una esperanza, la porfiada y resistente esperanza de volver a abrazar a aquellos y aquellas que fueron las manos transportadoras de las cosas-sentidas.
(*) Teólogo. Académico Teología UC – U. Alberto Hurtado