Primera Semana de Adviento

¡Si rasgaras los cielos y descendieras!, una exclamación del profeta Isaías (63,19), que no escuchamos este año al iniciar nuestro caminar comunitario en un nuevo ciclo litúrgico. Pero que podría representarnos en nuestra situación eclesial. Porque corresponde al tiempo en que retorna a Jerusalén una parte de los judíos que habían padecido el cautiverio en Babilonia, y se encuentra con la ciudad y el templo en ruinas, con una comunidad casi inexistente y extraviada incluso en su relación con Dios.
Pero, providencialmente la mesa de la Palabra en este primer domingo tiene otro tono. Mientras el salmo 25 (24), en la Antífona de entrada y en el Salmo, nos mueve a dirigirnos y confiar en el Señor que es recto, bondadoso y nos enseña el camino recto, el profeta Jeremías  anuncia a un gobernante justo, que restaura la justicia y el derecho.  Al mismo tiempo Jesús, que anuncia fenómenos aterradores en los astros y en el mar, invita a levantar la cabeza: “está por llegarles la liberación”, nos dice.
Con ese espíritu estamos invitados a iniciar este Adviento: No una actitud triunfalista ni evasiva de la realidad, sino una actitud alerta y esperanzada que se refleje en una conducta coherente, apartada de “los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida”.O, como pide san Pablo a los cristianos de Tesalónica, una actitud marcada por el “amor mutuo y hacia todos los demás”. Por ese camino se nos invita a restaurar nuestra vida eclesial: el camino de asumir cada uno de nosotros la calidad de discípulos enviados por Jesús y animados por su Espíritu, para comunicar la alegría del Evangelio. En esa tarea necesitamos ayudarnos mutuamente, sin esperar que un “padrecito” nos diga lo que hay que hacer o evitar.
Durante la semana, se nos van ofreciendo ordenadamente textos del libro de Isaías: Del “Primer Isaías” nos dirán los biblistas. Un libro de la época en que el pueblo de Judá ve cómo se derrumba el reino del Norte, mientras el profeta lo reconforta con la promesa de la protección divina contra los invasores asirios. Los textos evangélicos, por su parte, nos muestran a Jesús haciendo realidad lo prometido por el profeta. La conversión a la que somos llamados en el Adviento,  no se afirma en ningún tipo de terrorismo religioso, sino en el abundante amor de Dios que abre los ojos de los ciegos y alimenta a los hambrientos.
El santoral tiende a limitarse en este tiempo. Pero en esta semana recordamos a varias personas que en su vida anunciaron y prepararon el advenimiento del Reinado de Dios. Como san Francisco Javier (1506-1552), el misionero que abrió el camino del Evangelio más allá de la India, hacia Japón y hasta las costas de China. En las comunidades jesuitas su celebración, el lunes 3,  tiene el grado de Fiesta, ya que es uno de nuestros fundadores. El martes 4, deberíamos también celebrar con mucho gozo a san Juan Damasceno (+749), gran doctor de la Iglesia Oriental, cuya reflexión teológica sustenta la veneración de las imágenes de Cristo y de los santos. A su intercesión también podemos encomendar la paz de su patria, Siria. El 6 se puede recordar a san Nicolás, obispo de Bari (+345), cuya generosidad ha permitido que su figura se mitologice en nuestro “Viejo Pascuero”. Y el viernes 7 se recuerda a san Ambrosio (340?-397), gran obispo de Milán, que bautizó a san Agustín, y se inscribe también entre  los padres del magisterio social de la Iglesia.
El sábado 8 se celebra la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, la primera mujer liberada del pecado original por los méritos de Cristo. En ella se realiza el plan divino, que se nos recuerda en el primer capítulo de la carta a los Efesios. Estamos llamados a ser santos e irreprochables, como ella, por el amor. Que la Llena de Gracia, interceda por nosotros, y por tantas personas que acuden en esta fecha a sus santuarios, a fin de que siempre actuemos según la Palabra del Señor.

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