Segunda semana de Adviento

Comentario a las lecturas de la liturgia del 27 de noviembre al 3 de diciembre.
La Antífona de entrada, que podemos encontrar al comienzo del formulario de cada misa en el Misal, y en subsidios como Liturgia Cotidiana o Liturgia Diaria, puede ser considerada como un lema que nos proporciona el ambiente de la celebración que estamos comenzando. Por ejemplo, este segundo domingo de Adviento nos propone: “Pueblo de Sion, el Señor vendrá para salvar a las naciones. Él hará oír su voz majestuosa y llenará de alegría sus corazones”. Es decir, nos anuncia la salvación que el Señor nos trae, y nos hace tomar conciencia de que viene de manera poderosa, no para aniquilarnos, sino para llenarnos de alegría. Ojalá encontráramos en nuestro pobre repertorio musical, un canto que nos ayude a iniciar esta nueva semana con ese espíritu de confianza y alegría. Así estaremos mejor dispuestos a escuchar el fuerte llamado del Bautista a preparar el camino del Señor. Para ello necesitamos convertirnos, cada uno y cada una personalmente, y todos como Iglesia. Debemos escuchar la voz del Espíritu que nos llama a ser una Iglesia-comunión, una Iglesia-mesa-para-todos. Sólo podremos ser testimonio creíble de la idílica paz que describe Isaías si las relaciones entre nosotros se conforman de acuerdo al ideal que nos propone san Pablo en la carta a los Romanos. Que seamos mutuamente acogedores, como Cristo nos ha acogido a nosotros. Que nos mostremos realmente ciudadanos y súbditos de ese rey que libra al pobre que suplica, que ampara al humilde desamparado, que salva la vida de los indigentes [Salmo 72 (71)]. Para ello, antes de tratar de identificar a los fariseos y saduceos en los otros, reconozcamos dentro de cada uno de nosotros mismos los rasgos de una religiosidad meramente exterior como la de los fariseos, y los del escepticismo de quien puede utilizar la religión para dominar a los otros, como hacían los saduceos. Oremos, entonces, unos por otros, pidiendo la gracia de una auténtica conversión.
La semana estará marcada por esa alegre esperanza, que se va haciendo más insistente a medida que experimentamos que el Señor se acerca, para revelarnos el rostro misericordioso del Padre. Y esa misma  esperanza nos anima a dejarnos convertir por el Señor. Es cierto que el Señor viene como un regalo, para restaurar nuestra posibilidad de acceder al Padre. Pero esa ‘gracia’ de la Navidad nos compromete a trabajar rellenando hondonadas y rebajando montes para que llegue a nosotros. Las figuras de Elías y de Juan el Bautista, que se nos presentan unidas en la liturgia del sábado, nos refuerzan la invitación a convertirnos.
El jueves 8, la Solemnidad de la Inmaculada Concepción celebra la omnipotencia salvadora del Señor: María, liberada del pecado original por los méritos de su Hijo, es la primera prueba de ese designio salvador, que quiere hacernos “santos e irreprochables por el amor”. Nos encomendamos a su intercesión, y como  pueblo nos  dejamos conducir por ella al encuentro con Jesús.  En los días anteriores, el domingo 4 resulta impedida la memoria de san Juan Damasceno (690-750), insigne Padre de la Iglesia de la actualmente sufrida Siria.  El martes 6, podemos evocar la figura del obispo san Nicolás de Bari (+345?), cuya generosidad dio origen al mítico “Viejo Pascuero”. El 7 se celebra a san Ambrosio, obispo y doctor de la Iglesia (+397), elegido obispo de Milán antes de ser bautizado. Y, el viernes 9, podemos agradecer a Dios por la figura de san Juan Diego (+1548), el vidente de Guadalupe (1531), que se inscribe también entre los que nos preparan a acoger al Señor que ya viene: ¡Ven Señor Jesús!

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