Servidoras del P. Hurtado: Entrega y servicio en la acogida al peregrino

Son 74 mujeres; todas, con potentes historias personales; muchas de ellas marcadas por el dolor y las dificultades. Algunas dedican su vida al voluntariado social, otras combinan su rutina de trabajo con servir a los demás; hay dueñas de casa, jubiladas, casadas, separadas, viudas…
Algunas de ellas nos contaron su rol como servidoras, cómo este voluntariado les ha cambiado la vida, confesando emocionantes testimonios sobre cómo el Padre Hurtado ha estado presente para ellas y les ha permitido crecer en bondad y en donarse al prójimo.
Unas llevan 26 años de servicio, otras 20, 15, diez, dos años y otras solo unos meses. Sin embargo, todas comparten un propósito que cautiva y emociona. Todas, son Servidoras del Padre Hurtado. Es decir, dedican gran parte de su vida a acoger a los peregrinos del Santuario, son parte vital de las actividades que allí se desarrollan y están dispuestas a servir a San Alberto hasta el último día. “Estamos para ayudar a la gente, darle la bienvenida al peregrino, apoyarlo en su visita, dar a conocer la vida y obra del Padre Hurtado, ya que, al conocerla, ésta te atrapa y te lleva a intentar actuar como él. Su vida te pesca fuerte y hace que uno quiera ayudar a los demás”, dice María Eugenia C
aroca (20 años de servicio).
Son realmente felices en esta misión, les llena el alma poder levantar a alguien que llegó destruido de dolor, orientar a quien lo hace sin tener un sentido para vivir, enseñarles a rezar a los que se acercan a pedir. “Que lloren con uno conmueve profundamente. Aquí convivimos con mucho dolor y la gran mayoría está muy dispuesta a dar apoyo a quien lo necesite”, confiesa Ruth Pérez (9 años de servicio), coordinadora general de las Servidoras, quien nos recalca su lema: “Amar y Servir, ver a Cristo en el rostro de los demás”.
“Ésta es una misión que tenemos que cumplir y siento una satisfacción muy grande por esa misión. Me tocó ser el sostén de una niña que habían violado y quería abortar y al poco tiempo llegó feliz con sus mellizos en el coche. El hecho de estar aquí y ser parte de esas historias, se lo agradezco a Dios y al Padre Hurtado”, cuenta Melania Mesa (23 años de servicio).
Además de colaborar activamente con el Santuario, se forman y perfeccionan de manera permanente. Tienen retiros, algunas participan de ejercicios espirituales y hacen reuniones de evaluación para mejorar continuamente su servicio de acogida.
Una de las servidoras íconos, Marilú Díaz, murió hace unos años y, desde entonces, establecieron un reconocimiento en su honor a la servidora que se destaque anualmente por su entrega, espiritualidad y compañerismo.
El 2016 este premio lo ganaron dos servidoras. Martita Vidal (8 años de servicio) y María Cabello (20 años de servicio).
Martita, una mujer correcta y luchadora, quien, con un cáncer terminal a cuestas, ha seguido firmemente sirviendo en el Santuario: “me parece que fue ayer cuando llegué. Uno no se da cuenta que pasan los años, porque cuando uno viene se renueva y vuelves a empezar”.
María, una mujer muy trabajadora, de bajo perfil y transparente “que nunca habla mal de nadie”, aseguran sus compañeras.
Todas coinciden en que el amor y admiración al Padre Hurtado es lo que las lleva a seguir firmes y fieles a este servicio. La fe en Dios y en él, son fundamentales para cada una.
Para ser servidora del Padre Hurtado, hay que tener claros los cuatro pilares en los que ellas sustentan su actuar: humildad, respeto, sinceridad y honestidad. De lo contrario, no podrían trabajar en equipo, “sí, somos muchas, con personalidades y caracteres diferentes, pero nada nos detiene en nuestra misión”.

Los caminos al Santuario

Cada una llegó por motivos personales, con valiosas historias de vida y más de una se quedó por “favor concedido” o porque encontró en el Santuario un oasis.
Hortensia Rojo (15 años de servicio), conoció el Santuario gracias a una amiga y al visitar la tumba del Padre Hurtado le pidió un favor, prometiéndole, que si se lo concedía, ella le iba a servir hasta el último día de su vida. Y su petición fue escuchada.
Leontina Suárez (16 años de servicio), se emociona al contarnos que “él me trajo aquí, no tenía a nadie que me acompañara. Un día tuve un problema grande y vine sola. Llegué como una peregrina y al entrar a la tumba me dio por llorar sin parar. Ahí estaba una de las servidoras y me acogió, brindándome toda su ayuda. Y me ofreció ser servidora. Me dieron mucho apoyo y hoy las siento como parte de mi familia”.
Para Nancy Salazar (21 años de servicio), “es como que no hubiera pasado el tiempo, llegué acá buscando cómo llenar mi vida. Un día en misa estaban buscando servidoras, me interesó y comencé. Terminé enamorándome del Padre Hurtado, de su acción, de su oración, porque yo rezaba y hacía poco. Eso me motivó y su vida me empezó a llenar. Me gusta mucho este servicio, de aquí no me mueven”.
Para algunas hubo algo mágico en su llegada al Santuario. Este es el caso de Liliana Arenas (2 años de servicio), quien nos cuenta que “cuando empecé a venir al Santuario, siempre me sentaba en el mismo asiento y ese día al sentarme miré una imagen de él y vi como que me sonreía, así que reí junto con él. Sentí que me decía que siguiera riendo, que por favor no dejara de sonreír, que no bajara los brazos”.
Rosa Adasme (19 años de servicio) es una convencida de que “el Padre Hurtado me agarró y me puso acá. Es por esto que me quedaré en el servicio dando siempre lo que más pueda”.

Su amor por el Padre Hurtado

Entre las servidoras encontramos a varias que aseguran haber sido tremendamente bendecidas por la intercesión del Padre Hurtado; se emocionan hasta las lágrimas y el agradecimiento que le tienen es infinito. Piden discreción respecto a estas historias, porque forman parte de su intimidad familiar y aseguran, dice Ruth Pérez, que “cómo no le vamos a servir, cómo no lo vamos a querer y admirar, si nunca nos abandona”.
“Todos los problemas grandes que he tenido los he logrado superar de la mano de Dios y del Padre Hurtado. Jamás pensé que iba a recibir tanto de él y del Santuario”, dice Nelly Iturrieta (22 años de servicio).
Bernardita Cantarutti (12 años de servicio), nos contó un hecho que marcó su vida. El 2006 sufrió un accidente vascular en su casa y fue encontrada después de seis días por una vecina, inconsciente y con hipotermia. La llevaron a la posta más cercana y le dijeron que no había posibilidad de sobrevivir, asegurando que no le quedaban más de dos días de vida. Fue trasladada al hospital clínico J.J. Aguirre donde los médicos fueron claros al decir que solo quedaba rezar. Inmediatamente todo el equipo de servidoras comenzó a pedirle al Padre Hurtado, y su recuperación empezó a sorprender. Estuvo más de dos meses hospitalizada y fue dada de alta el 17 de agosto, un día antes del aniversario de muerte de San Alberto Hurtado. Tuvo que aprender a caminar de nuevo, a comer y a hablar. Pese a que muchas veces “no quería más guerra”, al rezar incansablemente la novena del Padre Hurtado, sentía que recuperaba las fuerzas. Empezó a sentirse mejor y quiso volver al servicio. “Le agradezco al Padre Alberto Hurtado esta segunda oportunidad en mi vida”, concluye Bernardita.

Y.. ¿qué creen que hoy les diría Alberto?

“Me diría que siga, que hay que dar hasta que duela”, Martita Vidal.
“Que esta es mi casa y que de aquí no me mueva. Estoy muy agradecida de todos acá, ya no soy la misma persona, Dios me dio una segunda oportunidad y aquí seguiré firme. Jamás pensé que iba a recibir tanto de este lugar y del Padre Hurtado”. María Eugenia Leiva (22 años de servicio).
“Bueno, Dios aprieta, pero no ahoga. Me puedes dar más, no te quedes ahí, porque realmente todo lo que he recibido es mucho y podría entregar mucho más. Toda mi vida ha sido de esfuerzo, pero siempre mirando hacia arriba”. María Eugenia Caroca.
Las 74 servidoras son una familia, como todas, tienen altos y bajos, pero siempre juntas y con el Padre Hurtado a su lado, saben que superarán cualquier obstáculo.  Porque se quieren, se respetan mucho y porque el único y gran objetivo de este maravilloso grupo humano, es servir a los demás como lo hizo San Alberto Hurtado. Ese es el desafío.
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