17ª. Semana del tiempo durante el año

Si un pequeño empresario buscara financiamiento para su empresa, y sus antecedentes comerciales lo mostraran como un negociador tan fácil para hacer rebajas como Dios en su regateo con Abraham, seguramente no encontraría quien le diera un crédito. Pero la escena que encontramos en la liturgia de este domingo no pretende, en primer lugar, invitarnos al regateo con Dios. Más bien quiere dejar en claro que en Sodoma – cuya destrucción, incluso hoy, algunos atribuyen a un castigo de Dios-  no había siquiera diez personas justas, que merecieran el perdón. Y la liturgia de este domingo nos hace escuchar esa negociación para reforzar la invitación de Jesús a sus discípulos a orar con insistencia. Sobre todo, para pedir al Padre el Espíritu Santo. ¡Y sin duda lo necesitamos! En primer lugar para que nos muestre nuestra realidad como Iglesia, y para que nos ilumine a todos, para que veamos  qué tenemos que hacer para vivir en el  Resucitado, de acuerdo a lo que señala Pablo en la carta a los Colosenses. Necesitamos la luz del Espíritu para ocupar el lugar al que Dios nos llama personalmente en el Cuerpo de Cristo, que es su Iglesia. Y no pensemos en grandes basílicas: Cada domingo, la liturgia nos invita a orar “por la Iglesia reunida aquí, en el día en que Cristo venció a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal”. La Iglesia universal se manifiesta enteramente santa en cada comunidad. “Él [Cristo] canceló el acta de condenación que nos era contraria (…) y la hizo desaparecer clavándola en la cruz”. Podemos mirar el futuro con esperanza.  Dice un comentarista de Lucas: “En medio de las dificultades, aun en los momentos más duros de la vida, la oración insistente conseguirá que Dios nos dé la fuerza, la luz y las alegría de su Espíritu”.

En la semana, la Mesa de la Palabra sigue haciéndonos contemplar y gustar la fidelidad de Dios, que guía al pueblo liberado de Egipto, hacia la tierra prometida. Las lecturas del viernes y del sábado, tomadas del Levítico, nos sugieren ya la llegada a la meta. En ese contexto, las normas sobre el año jubilar parecen asegurar la periódica vivencia del Éxodo: Un pueblo de peregrinos está dispuesto a compartir todo, y a confiar en Dios que lo conduce. Los textos del evangelio de san Mateo, por su parte, tras hacernos profundizar en las parábolas del Reino, nos muestran la contradicción que se va formando no sólo contra Jesús, sino contra todo el que invita a la conversión. Así Juan, el Precursor, precede a Jesús en la muerte por ser fiel a la verdad. El camino hacia la Vida pasa inexorablemente por el Calvario.

El santoral nos ofrece una variada muestra de testigos del Resucitado. El lunes se nos recuerda a santa Marta, la hospedera de Jesús, hermana de María y Lázaro. El martes 30 se puede celebrar a san Pedro Crisólogo (+450), obispo de Ravena, doctor de la Iglesia. El miércoles 31 el calendario universal recuerda la memoria de san Ignacio de Loyola (1491-1556), que en las comunidades de la Compañía de Jesús celebramos como solemnidad, con lecturas propias en la Mesa de la Palabra. El 1 de agosto se celebra la memoria de san Alfonso María de Ligorio,  obispo y doctor (1698-1787), fundador de los Redentoristas y patrono de los moralistas. El jueves 2 se puede celebrar a san Eusebio, obispo de Vercelli (+371) o a san Pedro Julián Eymard (1811-1868), fundador de los Sacramentinos, mientras los jesuitas recordamos aSan Pedro Fabro (1506-1546), primer sacerdote de la Compañía.

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