Como haciéndose eco de nuestra semana de Fiestas Patrias, o como examen de conciencia sobre la coherencia de nuestra vida cristiana en el Chile de hoy, escuchamos el domingo al apóstol Pablo recomendando a Timoteo, su discípulo, que su comunidad (¿la de Éfeso?) ore por todos los seres humanos, especialmente por las autoridades políticas, “para que podamos disfrutar de paz y tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna”. Por si necesitáramos un llamado más concreto, escuchamos antes al profeta Amós denunciar el maltrato de los pobres e indigentes, en la sociedad de su tiempo, con palabras que, desgraciadamente, no han perdido actualidad. Nos preparamos así, para celebrar de manera muy concreta el día de oración por Chile, el domingo 29, en el contexto de una creciente mayor conciencia de nuestro deber moral de preocuparnos por el estado de la “casa común”. En efecto, ya hace años que deberíamos ser conscientes de que los “desastres naturales” provocan la mayor cantidad de víctimas entre quienes han tenido que instalarse a vivir en viviendas precarias, en los terrenos que ninguna empresa inmobiliaria quiere, por la mala calidad del suelo o porque la ubicación es peligrosa. Amós y la carta a Timoteo nos preparan, entonces, a escuchar a Jesús que nos advierte: “No se puede servir a Dios y al [dios] Dinero”.
Esa es la frase con la que concluye la desconcertante parábola que oímos este domingo. Desconcertante, porque parece celebrar la deshonestidad del ‘administrador infiel’… hasta que nos demos cuenta de que ese administrador nos representa a todos, respecto de todos los bienes que hemos recibido del Señor: Desde el bien de la vida y del medio ambiente, hasta las cualidades, capacidades y bienes materiales que hayamos podido adquirir. Esos son los bienes de cuya administración deberemos dar cuenta, a la llegada del Señor. Con esos bienes tenemos que ganarnos amistades que nos “reciban en las moradas eternas”. Estamos ante otra versión de Mateo 25… Recordemos lo que nos diría el P. Hurtado: “El pobre es Cristo”.
Durante la semana, volvemos al Antiguo Testamento en la mesa de la Palabra. El lunes comenzamos a leer textos del postexilio (s.VI a.C.): Esdras, Ageo y Zacarías. En ese tiempo, el pueblo elegido, tuvo que reconocer al pagano Ciro como un “ungido” (= ¡Mesías!) por medio del cual Dios les permitía regresar a Jerusalén y restaurar el culto, con apertura a todos los pueblos de la tierra. Por su parte, el evangelio de san Lucas nos muestra a Jesús anunciando el Reinado de Dios en colaboración con sus discípulos, a pesar de que éstos aún no comprenden el camino del mismo Jesús. Todavía hoy, nos cuesta aceptar los caminos del Señor, que no son los nuestros. En nuestra lógica, el poder parece siempre más eficiente y atrayente que el camino de la cruz. Por eso, necesitamos seguir pidiendo la gracia de convertirnos a Jesucristo.
El santoral de esta semana nos invita, el lunes 23, a recordar y agradecer la memoria de san Pío de Pietrelcina (1887-1968), un singular modelo de seguimiento de Jesucristo que, en medio de controversias y de fenómenos místicos, levanta una gran obra de servicio a los enfermos. El 24, podemos agradecer la inspiración mariana que dio origen a la Orden de la Merced, orden dedicada a redimir a los cautivos de diversos tipos de esclavitudes físicas y espirituales. El jueves 26 se puede recordar a los hermanos médicos y mártires Cosme y Damián, que son venerados también en las iglesias orientales. El 27, aniversario de la aprobación de la Compañía de Jesús por el papa Pablo III (1540), se celebra la memoria de san Vicente de Paul (1581-1737), fundador de la Congregación de la Misión y de las Hijas de la Caridad. El sábado 28 se recuerda a los mártires san Wenceslao, rey de Bohemia, hoy República Checa (+ 929 o 935) y san Lorenzo Ruiz, filipino, y sus compañeros, martirizados en Okinawa (Japón) en el año 1637. En diversas épocas y culturas, encontramos hermanas y hermanos en la fe, que supieron optar entre Dios y los diversos ídolos que nos tientan.