Entre los documentos que ordenan las celebraciones de la Iglesia, existe una “Tabla de días litúrgicos” que vale la pena conocer, porque nos muestra cuáles son los días más importantes en nuestro calendario. Obviamente, es fácil saber que Navidad y Pascua de Resurrección son los días más importantes del año: como los focos de una elipse, hacen que en torno a ellos se ordenen otras fiestas que, generalmente, nos ayudan a contemplar el misterio de Cristo. Cada domingo, a su vez, es otra fiesta, pero hay fiestas más importantes. Una de ellas es la que celebramos este domingo: El Nacimiento de san Juan Bautista. Justo seis meses antes de Navidad, ya que en la Anunciación del Señor, el ángel le señala a María que Isabel, la considerada estéril, estaba ya en el sexto mes de su embarazo. El nombre mismo de Juan lo señala como portador del favor y la alegría de Dios. Un favor y una alegría, que invitan a convertirse y disponerse para acoger al Mesías.
En el contexto de la vida de nuestra Iglesia, necesitamos acoger el favor y la alegría que vienen de Dios y nos llaman a cambiar, a enderezar los caminos para encontrarnos con el Señor, y centrar nuestra vida en Él. Aunque no estaría mal echar una mirada al evangelio de san Marcos, en el pasaje que se habría proclamado en este domingo (Marcos 4, 35-41). Allí podríamos sentirnos identificados con los discípulos que temen hundirse en medio de la tormenta y escucharíamos el reproche del Señor: ¿Por qué son cobardes? ¿Aún no tienen fe? Pero, como sabemos que en los caminos de Dios nada es casualidad, aceptemos y saboreemos la coincidencia que nos pone ante el profeta que la Iglesia recuerda todos los días en la oración de la mañana. En él vemos personificada nuestra misión: Ir delante del Señor, preparando sus caminos, ¡porque nos visitará el Sol que nace de lo alto, para iluminar a quienes viven en tinieblas y sombras de muerte! (Cf. Lc. 1, 79).
A lo largo de la semana, seguimos escuchando a Jesús en el Sermón de la Montaña, que ciertamente nos iluminará en el tiempo presente, para no juzguemos a los demás, sino que nos esforcemos por convertirnos, para que no nos dejemos tentar por el camino ancho, sino por el camino estrecho del amor, que implica buscar preferentemente el bien de los otros. Así podremos dar frutos buenos, cumpliendo la voluntad del Padre. Terminaremos la semana acompañando a Jesús, de vuelta en Cafarnaúm, liberando de los oprimidos por el mal. Ponerlo a Él en el centro de nuestra vida nos renovará como Iglesia. El ejemplo de la renovación de la Alianzaen tiempos de Josías, que se nos presenta esta semana en las lecturas del Antiguo Testamento, nos alienta también en la esperanza.
En el Santoral, entre el jueves por la tarde y el viernes, celebramos la solemnidad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia. El jueves 28 habremos recordado la ilustre figura de san Ireneo obispo de Lyon y mártir (+202) figura orientadora respecto de las fuentes de la fe de la Iglesia… El día anterior, estamos invitados a celebrar a san Cirilo de Alejandría (370-444), gran defensor de la divinidad de Jesucristo, y figura central de la Iglesia copta.