Nuestras fiestas pascuales se inician el Jueves Santo, con dos “citas litúrgicas”: La primera convoca a toda una “iglesia particular” (=Diócesis o Arquidiócesis, prelaturas…) encabezada por su Obispo, o prelado.
Normalmente, está convocada la totalidad de los presbíteros para concelebrar con su obispo, en la mañana de este jueves, porque la Última Cena de Jesús con sus discípulos es considerada el momento en que se instituye el sacerdocio ministerial, ya que Jesús reparte a los apóstoles el pan y el vino, declarándolos su Cuerpo y su Sangre y encarga a los discípulos que hagan eso “en recuerdo mío” (Lucas 22, 19 y par., espec. 1Cor. 11, 23 ss.). Y, ampliando la mirada a la totalidad de la vida sacramental, la Iglesia consagra en este día la materia de otros sacramentos. Especialmente se consagra el Crisma, aceite especialmente perfumado que se utiliza en otros sacramentos y actos sacramentales: Bautismo, Confirmación, Ordenaciones sacerdotales y episcopales, así como consagración de altares y templos. Tengamos presente que las fiestas pascuales son fiestas-de-una-vida-nueva, regalo de Cristo resucitado.
También los ministros de la Iglesia son llamados en este día a renovar su consagración al Señor para el servicio del Pueblo de Dios. Por eso, en la Misa Crismal, el presbiterio, renueva sus promesas sacerdotales ante, y con, el Obispo.
Es posible que las circunstancias geográficas, o de otro tipo, hagan que, especialmente para facilitar la participación de todo el clero de una iglesia, la Misa Crismal deba trasladarse a uno de los días anteriores. En cambio, la Misa de la Cena del Señor debe celebrarse el Jueves Santo por la tarde y, normalmente, no debe celebrarse otra misa ese mismo día en el mismo templo.
El Jueves Santo conmemoramos la instauración de la Eucaristía que centraliza el memorial de la entrega amorosa de Jesús a sus amigos y la invitación a servir a la comunidad. Los católicos conocemos este día como “La última cena de Jesús con sus apóstoles”, un momento lleno de muchos signos y momentos especiales. Puedes encontrar más sobre el sentido de este día en Jn 13, 1-38.
El lavatorio de los pies
En la misa vespertina del Jueves Santo, tiene lugar el ‘lavatorio de los pies’, que renueva el gesto de Jesús que nos conservó el evangelio de san Juan (13,1-15), el evangelio que nos narra la conversión del agua en vino en Caná (Jn. 2,1-12), como manifestación de la gloria de Jesús, y el que, tras el signo de la multiplicación de los panes, nos conserva –en labios de Jesús- el discurso del Pan de Vida (6, 1-66), pero no nos narra la institución de la eucaristía. En cambio, nos dice (tras el lavado de los pies): “les he dado ejemplo, para que también ustedes hagan como yo he hecho con ustedes”. Es cierto que en todas las Misas escuchamos “Hagan esto en conmemoración mía”, … sería bueno que nos preguntáramos cómo podríamos recordar, y renovar creativamente, el ‘lavatorio’ del Jueves Santo
Al final de la Misa vespertina, se lleva solemnemente la reserva del Pan Eucarístico a un lugar destacado, donde se conserva hasta el momento de la comunión, en la parte final de la liturgia del Viernes Santo. Allí, los miembros de la comunidad, pueden acudir a adorar a Jesús Sacramentado, hasta la medianoche. Si en alguna comunidad no se va celebrar la liturgia del Viernes Santo, el jueves, tras la comunión, la Misa termina como de costumbre, y el Santísimo Sacramento se reserva en el sagrario.
Una celebración más consciente del Jueves Santo, podría redundar en una manera más participativa y fraterna de las celebraciones de la comunidad cristiana.
Texto por: José Manuel Arenas SJ.