Al llegar casi a la mitad del tiempo de Cuaresma, nos vamos aproximando a las aguas bautismales. Los catecúmenos, y nosotros con ellos, nos vamos dando cuenta de que debemos decidir si confiamos o no en Dios que nos guía en el camino de la vida, como guió a Israel en el desierto. Si esperamos y confiamos en el Señor, del costado abierto de Cristo brotarán aguas más abundantes que las de Masá y Meribá. Por eso, como nos recuerda san Pablo, nuestra esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. Él ha venido a sellar con sus dones la efusión del amor de Dios revelado en Jesús, muerto por nosotros, pecadores y pecadoras.
Pero, ¿cómo habremos de responder al Señor por su don? ¿Cómo y dónde le daremos culto? La respuesta de Jesús es que no hay un lugar ni un tiempo, ni siquiera una forma fija para dar culto a Dios. En lugar de entregarle un manual de liturgia, Jesús revela a la samaritana (cuyos cinco maridos representan divinidades sucesivas de los samaritanos) que Dios es ante todo “el Padre”; y a Él hay que adorarlo “en espíritu y en verdad”. Es decir, desde una conducta coherente con la condición de hijas e hijos suyos. Respecto de Él, una relación confiada y respetuosa, sin temor, pero desde la condición de creaturas. Respecto de los demás, un trato de hermanos y hermanas, una conducta fraterna, que supera cualquier discriminación o descalificación del prójimo. El culto cristiano es fuente y cumbre de la vida cristiana, siempre y cuando se mantenga en estrecha unión con esa misma vida. La Misa no es un refugio ni una evasión ante los problemas del mundo, como podría serlo un bar, ni es un rito mágico, ni un culto misterioso para personas iniciadas, selectas. Es el anuncio y el comienzo del banquete celestial. Es la fuente que sacia nuestra sed, porque descubrimos en ella que el alimento y la bebida del Señor es hacer la voluntad del Padre… Compartimos su bebida y compartimos su sed, para poder continuar su obra evangelizadora, “para que nuestros pueblos tengan vida”.
Interrumpiendo en parte la Cuaresma, el lunes 20 se celebra la solemnidad de san José, trasladada desde el domingo. El custodio de Jesús niño, y modelo de Jesús joven, sigue siendo custodio y modelo de cada discípulo y discípula de Jesús. La semana termina con otra solemnidad, la de la Anunciación del Señor, que nos recuerda el misterio de su Encarnación, y nos anuncia la solidaridad de María con su Hijo, en la aceptación del incomprensible e inefable misterio del amor de Dios por nosotros.
Entre este paréntesis festivo, en esta tercera semana de Cuaresma, el martes nos llama a reconciliarnos y perdonarnos mutuamente como el Padre nos perdona. El miércoles nos presenta a la ley de Dios como fruto de la cercanía y del amor paternal de Dios. El jueves nos devuelve a tomar conciencia del conflicto que lleva a Jesús a la cruz y nos llama a optar ante Él. El viernes nos muestra en qué consiste adorar al Padre en espíritu y verdad, porque “Amar a Dios y al prójimo vale más que todos los sacrificios”.
Nueva edición de revista Jesuitas Chile
Los principales temas son los desafíos del área de parroquias, reflexiones respecto de la defensa del medio ambiente, y las proyecciones del área de vocaciones y juventudes