Sexta semana de Pascua

A medida que nos acercamos a la Ascensión y Pentecostés, se va acentuando en los textos del Evangelio el ambiente de despedida cariñosa, marcada por cierta tristeza. Es cierto que los discursos de Jesús en Juan se ambientan en la Última Cena, lo que tal vez subraya el matiz de tristeza. Así  el evangelio nos predispone a la ausencia de Jesús.
Sin embargo, Jesús no nos deja huérfanos. Nos promete la asistencia del “Abogado”, el Paráclito que estará siempre con nosotros. Actuará a menudo de manera desconcertante. Cuando leemos con atención el libro de los Hechos, vemos que hay que discernir el llamado del Espíritu en medio de discusiones, conflictos y persecuciones. Y en la historia de la Iglesia, tenemos la ocasión a menudo de confirmar que las soluciones de compromiso a las que llegamos humanamente, el mismo Espíritu se encarga de superarlas y de obligarnos a asumir nuevas realidades. La clave estará en confiar en esa presencia activa y eficaz, que nos hace percibir que el mismo Cristo sigue vivo y actuante, al mismo tiempo que sufriente y paciente, en medio de su pueblo. En este pueblo, hemos de amarlo realmente, “más con las obras que con las palabras”, como enseña san Ignacio.
La acción de Felipe, el “sucesor” de Esteban entre los “siete”, está marcada por la actividad sanante y liberadora, de acuerdo con el ejemplo de Jesús. Pero la acción del Espíritu es constructora también de una Iglesia visible. Encontramos en el texto de los Hechos en este domingo, un antecedente del sacramento de la confirmación. El bautismo nos in-corpora a Cristo; nos hace formar parte de su cuerpo… el que tiene miembros con funciones diversas, como la función aquí de Pedro y Juan, que confirman la labor evangelizadora de Felipe.
Y para hacernos tomar conciencia de que en este tiempo hemos ido creciendo en madurez cristiana, escuchamos la advertencia de Pedro, respecto de que hemos de saber dar razón de nuestra  esperanza: ¿a quién creemos? ¿qué creemos? ¿por qué creemos? ¿cómo creemos? Creemos, ciertamente, en Cristo… pero un Cristo que sigue siendo, en palabras de Pascal,  eterno descubrimiento y eterno crecimiento. Por eso, cada día hemos de pedir la gracia de conocerlo un poco más.
El leccionario ferial nos lleva ahora en el libro de los Hechos, a seguir a Pablo en su incursión evangelizadora en Europa, comenzando por la que será su querida comunidad de Filipos. En la semana lo veremos recorriendo Grecia, anunciando a Jesucristo en el Areópago y en las sinagogas judías. Se nos hablará también de los otros evangelizadores que el Señor suscita: Apolo, Priscila y su marido Áquila. Asimismo aparecerá uno de los hitos cronológicos del Nuevo Testamento: el proconsulado de Galión en Acaya (= año 51-52 d.C.). El Pueblo de Dios, animado por el Espíritu crece en medio de las persecuciones y contradicciones, tal como lo anuncia Jesús en el capítulo 16 de san Juan, que iremos saboreando esta semana.
El santoral nos ofrece un par de hitos importantes. El lunes 22 podemos recordar a santa Rita de Casia (1381-1457), santa muy popular como “abogada de imposibles”. El miércoles 24 se nos invita a celebrar a Nuestra Señora María Auxiliadora  en la espiritualidad salesiana, o a Nuestra Señora del Camino, en la espiritualidad ignaciana; el 25 se puede elegir entre celebrar al venerable Beda, monje inglés, doctor de la Iglesia (+735), o a san Gregorio VII papa reformador y defensor de la independencia de la Iglesia (+1085), o a la mística carmelita María Magdalena de Pazzi, de Florencia (+1607); el 26 se recuerda a san Felipe Neri (+1595) fundador del Oratorio, reformador del clero diocesano, y el viernes 27 podemos recordar a san Agustín de Canterbury (+604), evangelizador de Inglaterra , enviado hacia allá en misión por el Papa san Gregorio Magno.

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