Las solemnidades del Corazón de Cristo y de san Juan Bautista cerraron la semana que pasó. Pero la primera viene también a cerrar el ciclo de contemplación del despliegue del Amor de Dios por nosotros. En su Corazón traspasado, Cristo nos hace comprender la anchura, la longitud, la altura y la profundidad de su amor, que supera todo conocimiento (cf. Efesios 3,18-19). Y el Bautista, al día siguiente nos ha hecho mirar al año que viene. En seis meses más, estaremos nuevamente acogiendo al Señor que viene a traernos la Paz.
Pero el tiempo ordinario no es un tiempo de vaciedad espiritual. Al contrario, haber acompañado a Jesús en su Pascua, y haber sido sumergidos en el Espíritu para formar el cuerpo de Cristo, nos libera del temor. Podríamos decir que el fruto del año litúrgico, como el fruto de cada Misa, no es que hagamos lo que Cristo haría en nuestro lugar, sino que Cristo actúe en nosotros, como decía la mártir Felícitas. Dios está con nosotros, no como un guerrero vengador, como lo pide Jeremías en la primera lectura del domingo, sino como lo anuncia Jesús: conociéndonos y sosteniéndonos hasta en cada uno de nuestros cabellos. Por eso, podemos dar testimonio no sólo oral, sino vital del Evangelio. Y de la misma manera de Jesús: haciendo el bien, atendiendo y confortando, para liberar a la gente oprimida por el mal. Tal vez nuestra conducta o nuestra palabra serán impopulares, porque no nos importará una muerte corporal. Al contrario, muchas veces habremos de morir a la comodidad, a lo placentero inmediato, a la salida fácil, habremos de morir a nuestro yo, para que el hermano y la hermana tengan vida.
La mesa de la Palabra nos devuelve en la semana a los comienzos de la Historia de la Salvación: Abraham es llamado a arriesgarse, a dejar su tierra y su parentela, por la promesa de una descendencia que parece tan imposible que provoca la risa de Sara. Mientras tanto, en el evangelio de san Mateo terminamos de leer el Sermón de la Montaña, y el sábado asistimos a dos de las primeras curaciones que hace Jesús en Cafarnaúm: la del servidor del centurión y la de la suegra de Pedro. Así, progresivamente se va haciendo presente el Reinado de Dios.
El santoral nos presenta en estos días a grandes y diversos modelos de testigos de la fe, con sus virtudes y defectos. Conocemos de sobra las debilidades de san Pedro y san Pablo, columnas de la Iglesia, a quienes celebramos el jueves 29, agradeciendo los prodigios de la gracia de Dios en ellos. El miércoles 28 habremos celebrado al gran obispo y mártir san Ireneo (+208?), digno precursor de los grandes teólogos de los siglos III y IV. Antes aun, el martes 27, podemos recordar al obispo y padre de la Iglesia, Cirilo de Alejandría (+444) que luchó, con métodos no siempre ejemplares, porque la Iglesia reconociera la divinidad de Jesucristo. Y el 30, podremos celebrar a la muchedumbre de los Protomártires de la Iglesia Romana que murieron entre torturas en Roma, en tiempos de Nerón. El lunes 26, la prelatura del Opus Dei celebra la solemnidad de su fundador y primer prelado, san Josemaría Escrivá (1902-1975). Todos ellos nos animan a seguir a Cristo sin temor.
Última clase de Diplomado en Liderazgo Ignaciano para directivos
El viernes 22 de noviembre se desarrolló la última clase del Diplomado en Liderazgo Ignaciano para directivos que comenzó en abril de este año.