En la Compañía de Jesús en Chile hemos querido vivir este año enfatizando cuatro momentos claves en la vida de San Ignacio: la Herida, la Conversión, la Santidad y la Misión.
La Santidad
La Iglesia reconoce mundialmente como inspiración del Dios Padre, Hijo y Espíritu, el carisma que recibe Ignacio de Loyola en su vida de peregrino. Y de modo particular, como ha quedado reflejada en la experiencia de los Ejercicios Espirituales, bien para toda la Iglesia y la para la humanidad.
La conversión da paso a la inteligencia del corazón y a la transparencia en la mirada
El 12 de marzo de 1622, 66 años después de su muerte, el Papa Gregorio XV canoniza a Ignacio, junto a su compañero y gran amigo Francisco Javier, y otros grandes testigos del Evangelio, Teresa de Ávila, fundadora de la Orden de Carmelitas Descalzas, Felipe Neri, fundador de la Congregación del Oratorio e Isidro Labrador, patrono de Madrid.
Todos tienen en común que han puesto el centro en la experiencia personal e interior y no sólo en la claridad intelectual. En el servicio a los prójimos y no sólo en la ritualidad colectiva. La comunidad de Jesús se ve enriquecida por la presencia del Espíritu que va soplando en muchas direcciones.
Su Santidad aparece poco a poco
De Ignacio de Loyola se decía en su tiempo que era un hombre valiente, cada día más sabio y un loco por Jesucristo.
Su valentía le hizo un hombre tenaz. Así se lanzó a defender Pamplona, para ser fiel al deseo que experimentaba como venido de Dios de ayudar a los demás, a pesar de sufrir persecuciones, encarcelamientos y continuas sospechas. Su valentía le hacía crecer, todo lo contrario a la porfiadez que nos bloquea, paraliza y endurece el corazón.
Su sabiduría espiritual le fue enseñando a escuchar la voz del Padre en medio de las encrucijadas de la vida, y a distinguir la fuerza del Espíritu a la cual entregarse.
Poco a poco fue apareciendo su santidad: esa inteligencia del corazón y transparencia en la mirada que le hacía percibir la presencia de Dios en todas las cosas y en todo momento. Esta “inocencia” no era ingenuidad: el ingenuo elude la complejidad de la vida, mientras que “el inocente”, el santo, la atraviesa para percibir el soplo sutil del Espíritu de Dios que da vida.
Reflexionamos
Los caminos de santidad están ahí como una propuesta de salida de sí mismo para perderse en Dios que nos transforma el corazón. No para ser imitados, sino para recorrer el propio camino acompañado de quienes recorrieron en suyo antes, los santos.
¿Cuál es el camino que el Dios de Jesús me ha invitado a recorrer a mí? ¿Qué paso concreto de descentramiento experimento que debo dar en este tiempo?