Por Julián Abusleme. Artículo publicado en revista Jesuitas Chile n.51
No cabe duda que al hacer un repaso de este 2020, lo más sencillo es caer en las múltiples dificultades que hemos debido enfrentar desde marzo, cuando la propagación del Covid se hizo realidad en Chile, obligando a rediseñar rápidamente todo lo que se había planificado para este año.
Sin embargo, al hilar más fino, también es posible descubrir aprendizajes, lecciones y oportunidades que nos han permitido crecer y desarrollarnos de formas que un año sin pandemia no hubiera permitido.
Representantes de distintas obras de la Compañía de Jesús, junto a miembros de diversas comunidades jesuitas de nuestro país, repasaron con nosotros las enseñanzas que han podido recoger durante este tiempo y que cambiaron la forma de relacionarnos y hacer las cosas.
LA CAPACIDAD DE ADAPTARSE
En la Oficina de Planificación y Seguimiento Apostólico (OPSA) reconocen que tuvieron que cambiar todo lo que habían programado para este año, ajustando expectativas y objetivos, pero que a la larga ese trabajo ha traído muy lindos resultados.
Javiera Bustamante, quien trabaja en la OPSA, cree que el contexto ha permitido aprender a “reconocer nuestras capacidades y posibilidades”, y destaca que “hemos tenido que parar, escucharnos, ver hasta dónde podemos llegar y, lo más valioso, pedir ayuda y contar con esta para seguir”. Un análisis similar hace Ana María Tomassini desde el área educacional de la Compañía. La directora de la oficina de los colegios particulares jesuitas también destaca la forma en que se han adaptado durante la pandemia, valorando principalmente el trabajo de los profesores. “Pese a los temores, las confusiones e incertidumbres respecto del retorno a clases, ha existido una disposición importante y casi emocionante de parte de los profesores que se han propuesto aprender a funcionar de otra manera, en forma virtual, a través de distintas tecnologías y plataformas que muchos no conocían en lo absoluto”, asegura.
Desde la Red Juvenil Ignaciana (RJI), el coordinador nacional, Robinson Soto, apunta que algo que han aprendido este año es “contemplar en las obras y comunidades juveniles a lo largo de Chile el deseo de hacer comunidad y vivir la fe más allá del poder reunirse físicamente”.
De acuerdo a su perspectiva, las herramientas descubiertas durante 2020 deberían seguir siendo aprovechadas para escucharse, estar un poco más unidos y sentirse como una sola gran comunidad que quiere seguir a Jesús.
Para el Centro de Espiritualidad Ignaciana (CEI) tampoco ha sido un año fácil. Sin embargo, su subdirectora, Selia Paludo, sostiene que se abrieron a la búsqueda y el deseo de poner todas sus capacidades para poder encontrar la creatividad y capacidad de reinventarse.
Selia cuenta que durante este 2020 fortalecieron el vínculo del equipo, acompañándose en las inseguridades y encontrándose dos veces a la semana para revisar juntos cada servicio, acoger críticas y abrirse a la buena intención del otro.
“Hemos pasado por una conversión, cambiando nuestro modo de pensar y atreviéndonos cada semana y cada mes a reinventarnos, usando las herramientas tecnológicas existentes”, afirma. Desde el área social de la Compañía, el capellán de Techo y Fundación Vivienda, Héctor Guarda SJ, valora dos grandes aprendizajes. El primero, dice, “es que hemos aprendido una vez más que hay que estar en los territorios, que eso cambia nuestra agenda y nos da esa capacidad de adaptación”, mientras que el segundo, aunque pueda parecer evidente, es que “nuevamente nos damos cuenta que el déficit habitacional es un tremendo problema para nuestro país y que muchas familias ni siquiera pueden hacer distanciamiento físico en sus hogares porque no cuentan con una casa”.
UNA NUEVA VIDA COMUNITARIA
Si bien la vida comunitaria es un pilar fundamental para los jesuitas, las medidas de confinamiento han cambiado los hábitos, aumentando las horas de convivencia.
En ese sentido, Cristián Viñales SJ, quien reside en la comunidad del colegio San Ignacio el Bosque, asegura que uno de los aprendizajes más importantes “ha tenido que ver con el valor de cuidarnos entre todos, entender que nuestra salud y nuestro estado de ánimo tienen impacto en la salud y el estado de ánimo de los demás”.
Cristián también destaca la enseñanza de aprender a valorar los espacios comunes. “Antes, lo normal era que el que llegaba a la casa comía, pero en este tiempo de Covid-19 eso cambió. El estar juntos en la cocina, comer juntos, conversar, saber cómo estuvo el día del otro, compartir lo que nos hace bien, todo eso ha permitido que nos conozcamos más en nuestras fragilidades y fortalezas, sosteniéndonos entre todos”, dice.
Desde la comunidad San Óscar Romero, en la población Yungay, Rodrigo Galindo SJ, jesuita mexicano, reconoce que en su casa han podido abrazar sus propias limitaciones y fragilidades. “Hemos aprendido a hacer comunidad de otro modo, con nuevos medios y creatividad renovada, porque no hay mascarilla que frene una llamada para saber cómo está el otro y porque la fe se comparte también por video o por chat”, dice Rodrigo, agregando que “este año hemos sido testigos de que, sin importar lo difícil del contexto, el Señor Jesús se va colando por las rendijas de las casas para hacerse presente cada día, y así impulsar la solidaridad y consolar los corazones”.
Más al norte, desde la comunidad de Arica, Marcelo Oñederra SJ resalta el trabajo de las parroquias en medio de la pandemia, sobre todo “la experiencia humanitaria y de acogida que han seguido nuestras parroquias, con diversas experiencias que mostraron la tremenda fuerza y cercanía con la población necesitada”.
Representando a la comunidad de Antofagasta, Cristian Igor SJ, reconoce que antes de la pandemia nunca habían “pasado tanto tiempo juntos en almuerzos, eucaristías y espacios comunitarios. Hemos mirado el mundo desde una perspectiva distinta, valorando más el trabajo sencillo y doméstico de todos los días, muchas veces caminando al ritmo del más lento, como recomienda San Ignacio”.
Además, asume que han cuestionado el modo de estar en las obras y la transmisión de la práctica de la vida religiosa-espiritual, y subraya que “no nos ha faltado la confianza en el Señor y la alegría de su evangelio, expresada en la sonrisa y el sentido del humor para enfrentar los momentos de adversidad, para acompañarnos entre nosotros y ayudar a los demás, transmitiendo esperanza”.
Viajando miles de kilómetros al sur, desde la comunidad de Puerto Montt, Jules Stragier SJ cree que lo más importante que ha surgido de esta pandemia es la solidaridad, enfatizando que se ha mantenido una permanente acción solidaria. “Me conmueve comprobar esa solidaridad en comunidades del colegio, puesto que la pandemia está marcando a sangre y a fuego a Puerto Montt. Esto nos ayuda a nutrir nuestra esperanza de que Dios proveerá y no abandonará a sus prometidos”, afirma.
Iván Dobson SJ, de la comunidad jesuita de Osorno, señala que los grandes aprendizajes de este año han sido la escucha “para actuar discernidamente, según las necesidades de la comunidad” y la creatividad “para ayudar a que la creatura se pueda seguir comunicando con el creador en tiempos de crisis”.
Comunitariamente, valora cómo han aprendido a “cuidar los espacios y tiempos de los integrantes de la comunidad, aprender a jugar y reír en la cotidianeidad, aprender a conocernos y acompañarnos en la fragilidad”.
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El viernes 22 de noviembre se desarrolló la última clase del Diplomado en Liderazgo Ignaciano para directivos que comenzó en abril de este año.