Del 31 de mayo al 2 de junio Francisco realizó un viaje apostólico a Rumania. Al final del primer día, de regreso en la nunciatura, el papa fue recibido por veintidós jesuitas que trabajan en el país, con los cuales permaneció por cerca de una hora respondiendo a algunas preguntas en un clima familiar y distendido. Francisco llegó alrededor de las 20 h. Había sándwiches y bebidas para todos. El encuentro fue introducido por el P. Gianfranco Matarazzo, superior de la provincia euromediterránea de los jesuitas, que comprende Italia, Malta, Rumania y Albania. Sus interlocutores presentaron al papa las prioridades del proyecto apostólico de la provincia[1] y un proyecto de red académica y cultural que abarca sus cuatro territorios. En Rumania los jesuitas se dedican a los ejercicios y a la dirección espiritual, trabajan con los jóvenes y en el apostolado parroquial. Tienen también obras de carácter social ligadas al Servicio Jesuita a Refugiados (SJR) y una asociación vinculada a los gitanos.
Junto al papa estaban presentes en el encuentro el asistente del padre general para Europa meridional, P. Joaquín Barrero, el delegado para Rumania, P. Michael Bugeja, y el superior, P. Henryk Urban. El delegado dirigió algunas palabras de saludo.
Por: Antonio Spadaro S.J.
Dando inicio a la conversación, el papa dice:
Hagan preguntas… ¡Pelota al centro!
Toma la palabra el P. Marius Talos y dice: Aparte de las manifestaciones de aprecio, los jesuitas somos a veces objeto de críticas. ¿Cómo debemos comportarnos en tiempos difíciles? ¿Cómo permanecer al servicio de todos en momentos de turbulencia?
¿Qué hacer? Se requiere paciencia, se requiere hypomonē, es decir, hacerse cargo de los acontecimientos y de las circunstancias de la vida. Hay que llevar sobre los propios hombros el peso de la vida y de sus tensiones. Sabemos ya que hay que proceder con parresía y coraje. Son importantes. Sin embargo, hay tiempos en los que no se puede avanzar demasiado, y entonces hay que tener paciencia y dulzura. Eso mismo hacía Pedro Fabro, el hombre del diálogo, de la escucha, de la cercanía, del camino.[2] El tiempo actual es más de Fabro que de Canisio,[3] quien, a diferencia de Fabro, era el hombre de la disputa. En un tiempo de críticas y de tensiones hay que hacer como Fabro, que trabajaba con la ayuda de los ángeles: le rogaba a su ángel que hablara con los ángeles de los otros para que hiciesen con ellos lo que nosotros no podemos hacer. Y, además, se requiere verdaderamente la cercanía, una cercanía mansa. Hay que estar ante todo cerca del Señor con la oración, con el tiempo transcurrido frente al sagrario. Y después, la cercanía al pueblo de Dios en la vida cotidiana con las obras de caridad para curar las heridas. Yo pienso la Iglesia como hospital de campaña. La Iglesia está muy herida, y hoy está también muy herida por tensiones en su interior. ¡Mansedumbre, hace falta mansedumbre! ¡Y de verdad hace falta valentía para ser mansos! Pero hay que avanzar con la mansedumbre. Este no es el momento de convencer, de hacer discusiones. Si uno tiene una duda sincera sí, se puede dialogar, aclarar. Pero no responder a los ataques.
Hace mucho tiempo publiqué en Argentina un librito en el que presenté las cartas del general, P. Ricci,[4] en el momento de la persecución y de los sufrimientos de la Compañía. Se titula Las cartas de la tribulación. Los jesuitas de La Civiltà Cattolica han comenzado a estudiarlas considerando también las cartas que escribí al episcopado chileno y estadounidense. Ellos han publicado el volumen con estudios y comentarios.[5] Han hecho verdaderamente un buen trabajo. Si leen el libro, verán que allí se dice qué se debe hacer en los momentos de tribulación a la luz de la tradición de la Compañía. ¿Qué hizo Jesús en el momento de la tribulación y del ensañamiento? No se ponía a litigar con los fariseos y saduceos, como había hecho antes cuando estos intentaban tenderle trampas. Jesús permaneció en silencio. En el momento del ensañamiento no se puede hablar. Cuando hay persecución queda por vivir el testimonio y la cercanía amante en la oración, en la caridad y en la bondad. Se abraza la cruz.
El provincial pide al papa: «Háblenos de las consolaciones que lo están acompañando».
¡Me gusta ese lenguaje! No me preguntas qué podemos hacer aquí o allá. Me preguntas sobre las consolaciones y desolaciones. La anterior era una pregunta sobre las desolaciones; esta es una pregunta sobre las consolaciones. El examen de conciencia debe dar cuenta de estos movimientos del alma. ¿Cuáles son las verdaderas consolaciones? Aquellas en las que se hace presente el paso del Señor. ¿Dónde encuentro yo las mayores consolaciones? En la oración el Señor se hace oír. Y luego las encuentro con el pueblo de Dios. En particular, con los enfermos y con los viejecitos, que son un tesoro. ¡Id a visitar a los ancianos! Y luego con los jóvenes, que son inquietos y buscan testimonios verdaderos. El pueblo de Dios comprende las cosas mejor que nosotros. El pueblo de Dios tiene un sentido, el sensus fidei que te corrige la línea y te pone en el recto camino. ¡Pero tenéis que oír las cosas que me dice la gente cuando me encuentro con ella en las audiencias! Tienen olfato para entender las situaciones.
Os contaré una anécdota. A mí me gusta detenerme con los niños y los ancianos. Una vez, había una anciana. Tenía los ojos preciosos, brillantes. Yo le pregunté: «¿Cuántos años tiene?». «Ochenta y siete», me respondió. «Pero ¿qué come para estar tan bien? Deme la receta», le dije. «¡De todo! —me respondió— y los ravioles los hago yo misma». Le dije, entonces: «¡Señora, rece por mí!». Ella me respondió: «Todos los días rezo por usted». Y yo, para bromear, le pregunté: «Dígame la verdad: ¿por mí o contra mí?». «¡Pero, por supuesto: rezo por usted! Muchos otros dentro de la Iglesia rezan en contra de usted». La verdadera resistencia no está en el pueblo de Dios, que se siente de verdad pueblo. Lo escribí en Evangelii gaudium. Ahí lo tienen: yo encuentro consolaciones en el pueblo de Dios. Y también el pueblo de Dios es un verdadero papel tornasol: si se está de veras con el pueblo de Dios se comprende si las cosas van bien o no.
Otra anécdota. Yo había hecho una promesa a Nuestra Señora del Milagro por las vocaciones a la Compañía. Iba cada año a ese santuario en el norte de Argentina. Allí hay siempre mucha gente. Un día, después de la misa, mientras salía con otro sacerdote, se acerca una señora sencilla, del pueblo, no «ilustrada». Llevaba consigo estampitas y crucifijos. Y le pidió al otro sacerdote: «Padre, ¿me bendice?». Él, que es un buen teólogo, respondió: «Pero, ¿usted estuvo en la misa?». Ella respondió: «Sí, padrecito». Entonces él preguntó: «¿Usted sabe que la bendición final bendice todo?». La señora: «Sí, padrecito». El padre: «¿Y sabe que el sacrificio de Cristo se renueva en la misa?». Ella: «Sí, padrecito». Él: «¿Y sabe que quien sale de la misa lleva todo bendecido?». Él: «Sí, padrecito». En ese momento salía otro sacerdote, y el «padrecito» se dio la vuelta para saludarlo. En ese momento, la señora se dirigió de repente a mí y me dijo: «Padre, ¿me bendice?». Ahí está. ¿Veis? La señora había aceptado toda la teología, pero quería esa bendición. ¡La sabiduría del pueblo de Dios! ¡Lo concreto! Vosotros diréis: pero podría ser superstición. Sí, algunas veces alguien puede ser supersticioso. Pero lo que importa es que el pueblo de Dios es concreto. En el pueblo de Dios encontramos lo concreto de la vida, de las verdaderas cuestiones, del apostolado, de las cosas que tenemos que hacer. El pueblo ama y odia como se debe amar y odiar. Es concreto.
Un jesuita húngaro, el P. Mihály Orbán, pregunta. «En esta región tenemos una parroquia con alemanes, húngaros, rumanos y greco-católicos. Quiero hablarle de un problema que tiene que ver con la familia: la nulidad de los matrimonios. Es difícil gestionar los procesos de nulidad. No se llega nunca al final. Sé que usted habló de esto con los obispos italianos, pero ¿qué hacer? Me parece que muchos viven sin poder llegar al final del proceso. Los tribunales no funcionan.
Sí. También el papa Benedicto habló de eso. Tres veces, si lo recuerdo bien. Hay matrimonios nulos por falta de fe. Luego, a veces el matrimonio no es nulo, pero no se desarrolla bien por inmadurez psicológica. En algunos casos el matrimonio es válido, pero a veces es mejor que los dos se separen por el bien de los hijos. El peligro en el que corremos el riesgo de caer será siempre la casuística. Cuando comenzó el Sínodo sobre la familia, algunos dijeron: ahí está, el papa convoca un Sínodo para dar la comunión a los divorciados. ¡Y siguen todavía hoy! En realidad, el Sínodo recorrió un camino en la moral matrimonial, pasando de la casuística de la escolástica decadente a la verdadera moral de santo Tomás. El punto en el que en Amoris laetitia se habla de integración de los divorciados abriendo eventualmente a la posibilidad de los sacramentos fue hecho según la moral más clásica de santo Tomás, la más ortodoxa, no la casuística decadente del «se puede o no se puede». Pero nosotros sobre el problema matrimonial tenemos que salir de la casuística que nos engaña. A veces sería más fácil decir: «se puede o no se puede», o, también, «adelante, no hay problema». ¡No! Hay que acompañar a las parejas. Hay experiencias muy buenas. Esto es muy importante. Pero hacen falta los tribunales diocesanos. Y he pedido que se haga el proceso breve. Sé que en algunas realidades no funcionan. Y hay demasiado pocos tribunales diocesanos. ¡Que el Señor nos ayude!
El P. Vasile Tofane plantea una pregunta: «La Iglesia greco-católica ha tenido un papel muy importante en nuestro país. Sin embargo, algunos dicen que esta Iglesia ha agotado su papel histórico y que los fieles deberían escoger entre entrar en la Iglesia latina o hacerlo en la ortodoxa. Ahora bien, usted va a beatificar a siete obispos mártires. Esto me hace comprender que esta Iglesia tiene un futuro. ¿Qué piensa al respecto?
Mi posición es la de san Juan Pablo II. La Iglesia respira con dos pulmones. Y el pulmón oriental puede ser ortodoxo o católico. El statu quo debe mantenerse. Hay toda una cultura y una vida pastoral que debe ser preservada y custodiada. Pero hoy el camino ya no es el uniatismo. Más aún: diría que hoy no es lícito. Sin embargo, en el momento actual hay que respetar la situación y ayudar a los obispos greco-católicos a trabajar con los fieles.
Interviene el P. Lucian Budau: «Soy párroco en Statu Mare, en el norte del país. Tenemos la parroquia en la ciudad y, además, hay dos pueblos casi en el bosque. Lo que más daño me hace es la indiferencia.
Una de las grandes tentaciones de hoy es la indiferencia. Vivimos la tentación de la indiferencia, que es una forma más moderna de paganismo. En la indiferencia todo está centrado en el yo. No hay capacidad de tomar posición sobre lo que sucede. Uno de los fotógrafos de L’Osservatore Romano, un artista, hizo una foto titulada Indiferencia. En la imagen se ve a una señora muy bien vestida, con un abrigo de piel y un hermoso sombrero, que en una noche de invierno sale de un restaurante de lujo. Junto a ella aparece en la foto una mujer en el suelo que pide limosna. Pero la señora mira para otro lado. Esa fotografía me ha hecho pensar mucho. Es lo que nosotros en español llamamos «calma chicha». ¿Cómo lo decís vosotros en italiano? Calma piatta. San Ignacio dice que si hay indiferencia y no hay ni consolaciones ni desolaciones las cosas no van bien. Si nada se mueve, hay que fijarse qué sucede. Y también a nosotros nos hará bien abrir los ojos sobre la realidad y mirar qué sucede. Gracias por tu pregunta: significa que no eres indiferente.
Volvamos a los Ejercicios espirituales y procuremos comprender por qué vivimos una indiferencia interior sin consolaciones ni desolaciones. ¿Por qué hay indiferencia en esa parroquia o en aquella situación? ¿Cómo puedo ayudar a agitar las aguas? La indiferencia es una forma de cultura de la mundanidad espiritual. Pero ¡atención! No hay que confundirla con la que para san Ignacio es una indiferencia buena. La indiferencia buena es la que hay que tener frente a elecciones de vida y que no nos venzan pasiones fuertes, pero pasajeras y volátiles, que nos confunden. Hay dos indiferencias diversas: la buena y la mala.
A mí me preocupa la cultura de la indiferencia mala, donde todo es calma chicha, donde no se reacciona a la historia, donde no se ríe y no se llora. Una comunidad que no sabe reír y no sabe llorar no tiene horizontes. Está encerrada entre los muros de la indiferencia.
Dado el horario, el provincial interviene diciendo que, tal vez, se podría concluir el encuentro, pero Francisco pide que se le haga todavía una pregunta más. Interviene el P. Florin Silaghi: «No sé si es una pregunta: siento que estamos en una Iglesia que tiene un vestido muy variopinto. Nosotros, los jesuitas, somos un reflejo de esta Iglesia. ¿Qué piensa de esta diversidad? ¿Cómo gestionarla?
Que un jesuita sea diferente del otro es una gracia. Significa que la Compañía no anula las personalidades. La pregunta es, después, cómo se gestiona esta diversidad comunitariamente. Debemos tener unidad de corazones, de espíritu. Lo importante es el diálogo comunitario y la discusión fraterna que se prepara con la oración. Agradezcamos a Dios por ser diversos. Sí, a veces la diversidad es ideológica, y esta hay que combatirla. Cuando es fruto de tomas de posición ideológicas cerradas, la diversidad no sirve. La diversidad buena es la que el Señor nos ha dado y que nos hace crecer. Pero las dificultades no deben bloquearnos nunca. Hay que seguir avanzando siempre. La paz la encontraremos después más allá…
De ese modo concluyó el encuentro. El superior de Rumania saludó a Francisco y le obsequió un icono. El P. Marius Talos, en nombre del Servicio Jesuita a Refugiados, le regaló una pintura titulada «Manos de esperanza», obra de Elena Andrei, que realizó varios talleres con mujeres refugiadas y migrantes. Esta representa las manos del papa en oración circundadas por manos de refugiados. El papa invitó después a todos a rezar el avemaría. Antes de la despedida, se tomó una foto de grupo.
Fuente: www.civiltacattolica-ib.com
[1] Formación ignaciana, transmisión de la fe a las nuevas generaciones, construcción de comunidades apostólicas, ecología integral en escucha de los pobres.
[2] Pedro Fabro (Pierre Favre [Villaret, Saboya, 1506 – Roma, 1547]) fue canonizado por Francisco. Pertenecía al grupo de los estudiantes de Teología que dieron origen a la Compañía de Jesús. Tras llegar a París para cursar sus estudios, le tocó compartir habitación con Ignacio de Loyola y Francisco Javier. Fue invitado a restablecer la paz en lugares de conflicto, primeramente, en Italia, donde la población de Parma se había rebelado contra los excesos de un cardenal que la gobernaba. Después, en Alemania y en los Países Bajos, para buscar una mediación con la naciente Reforma protestante. Por último, en España, donde el rápido desarrollo de la Compañía de Jesús no se realizó sin tensiones e incomprensiones. Muchos de los que entraron en contacto con él experimentaron profundas conversiones y algunos de ellos, como Pedro Canisio y Francisco de Borja, llegaron a ser también jesuitas. Cf. A. Spadaro (ed.), Pietro Favre. Servitore della consolazione, Milán, Àncora, 2013.
[3] Pedro Canisio (Pieter Kanis) es el primer jesuita holandés. Nació el 8 de mayo de 1521 en Nimega (Holanda) y murió el 21 de diciembre de 1597 en Friburgo (Suiza). Entró en la Compañía en 1543 después de haber hecho los ejercicios espirituales bajo la dirección de Pedro Fabro. Participó en el Concilio de Trento en 1547 y en 1562. La importancia de Canisio se funda en la combinación armoniosa, poco frecuente en su época, de una firmeza dogmática de principios con una actitud de respeto. En 1925 fue canonizado y declarado doctor de la Iglesia.
[4] El P. Lorenzo Ricci fue elegido prepósito general de la Compañía de Jesús en mayo de 1758. Inmediatamente después debió afrontar la expulsión de los jesuitas de Portugal, posteriormente, de Francia, de España y de Nápoles, y, más tarde, del ducado de Parma. Las presiones políticas se hicieron incesantes hasta que el papa Clemente suprimió la orden en julio de 1773. Ricci fue encarcelado en Castel Sant’Angelo, en Roma. Murió el 24 de noviembre de 1775.
[5] J. M. Bergoglio – Francisco, Las cartas de la tribulación, ed. de A. Spadaro S.I. y D. Fares S.I., Barcelona, Herder, 2019. El volumen recoge las cartas de los generales, el texto del entonces P. Jorge Mario Bergoglio y los aparatos críticos publicados antes en varias etapas en La Civiltà Cattolica con la firma de los padres Diego Fares, James Hanvey y Antonio Spadaro.