Al puerto de término de mi vida tengo que ir por un camino, que es la voluntad de Dios. La realización en concreto de lo que Dios quiere. He aquí la gran sabiduría. Hay que trabajar para conocer la voluntad de Dios. Trabajo serio, obra de toda la vida, de cada día, de cada mañana: ¿Qué quieres de mí, Señor?
He aquí una de las grandezas del hombre: puede hacer algo por su Dios. Le da la grandeza de ayudarlo. Lo toma en serio. Dios es el padre que asocia a su hijo a su trabajo. Más aún, confía su trabajo a su hijo, depende de su hijo, se entrega a su hijo.
¿Habrá algo más grande, más digno, más hermoso, más capaz de entusiasmar?
¿Solo? No. ¡Con todos los tripulantes que Cristo ha querido encargarme de conducir, alimentar y alegrar! ¡Qué grande es mi vida! ¡Qué plena de sentido! Con muchos rumbos al cielo. Darles a los hombres lo más precioso que hay: Dios; y dar a Dios lo que más ama, aquello por lo cual dio su Hijo: los hombres.
“Ante mí la eternidad. Yo soy un disparo en la eternidad. Allá voy y muy pronto”. “¿Cuál es mi fin? El fin de mi vida es Dios y nada más que Dios y ser feliz en Dios”.