Comentario a las celebraciones litúrgicas sobre la décima primera semana del tiempo durante el año.
En este año jubilar de la Misericordia, la Palabra de Dios en el primer día de esta semana nos deslumbra con dos escenas, que nos hacen preguntarnos hasta qué punto hemos conocido lo que implica la misericordia de Dios, y si nos atrevemos a querer ser realmente ‘misericordiosos como el Padre’.
El texto del segundo libro de Samuel tiene como antecedentes el adulterio de David con la mujer de Urías, y el asesinato indirecto de este último, denunciados por el profeta Natán con la parábola del rico que se apodera de la única oveja de su vecino pobre, para agasajar a un visitante sin sacrificar a ninguno de los animales de su inmenso ganado. Ante el abuso denunciado, David considera que el rico merece la muerte, a lo que Natán responde: “Tú eres ese hombre”. En este domingo escuchamos la continuación del discurso del profeta, y el reconocimiento de David. Tras ello, Natán asegura: “El Señor ha borrado tu pecado”. Por su parte, en el evangelio, Jesús enseña a Simón, el fariseo que lo ha invitado a comer, que el amor de la mujer pecadora, que a él lo unge con perfume mientras le lava los pies con sus lágrimas y los seca con sus cabellos, demuestra que a ella le han sido perdonados sus muchos pecados.
La misericordia del Padre, entonces, no depende de muchos o espectaculares actos de penitencia, sino que se ejerce sobre nosotros cuando la aceptamos; cuando reconocemos nuestros pecados y –al mismo tiempo- el amor con que el Padre nos ama y el Hijo da la vida por nosotros, mientras el Espíritu nos renueva interiormente. Del corazón de quien experimenta la misericordia brotan los actos propios de una vida nueva. Esa vida que Pablo, en la segunda lectura de este domingo, describe como la de Cristo que vive en mí. No cometamos, entonces, el error del fariseo Simón: no juzguemos la dignidad o indignidad ajena, sino reconozcamos que Cristo ha saldado nuestra deuda y nos dice como a la pecadora: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”. Eso es lo que, como Iglesia y como miembros de ella, estamos enviados a anunciar a nuestros semejantes.
Durante la semana, el llamado a imitar la misericordia del Padre se hace más concreto: Jesús nos llamará a perdonar, a no resistir al mal, a amar a los enemigos, a confiar en el amor del Padre celestial, que conoce y aprecia nuestras acciones más secretas, y a imitarlo en nuestras relaciones con los demás. Nos mostrará, finalmente que debemos fiarnos del amor providente de Dios y no de los bienes materiales. Mientras tanto, los ciclos de Elías y de Eliseo, en los libros de los Reyes, nos mostrarán el reverso de la medalla: Los crímenes, las injusticias y sufrimientos que provoca una vida en la que se idolatra el poder y el dinero. Y, sin embargo, hasta un personaje tan siniestro como Ajab, es objeto también de la misericordia del Señor, cuando reconoce su pecado.
En el santoral de la semana, el modelo de cristiano más famoso que se nos presenta es san Antonio de Padua (1195-1231), insigne predicador franciscano, doctor de la Iglesia, nacido en Lisboa y bautizado con el nombre de Fernando. A él lo celebramos el lunes 13. Se mencionan también en el santoral al profeta Eliseo el martes 14, a san Guido (950-1012), santo belga, laico, sacristán y peregrino, cuya mención coincide el miércoles 15 con la de santa María Micaela del Santísimo Sacramento (1809-1865), fundadora de las Adoratrices, y la de san Leonidas (+202), mártir, padre de Orígenes. También sería mártir san Ismael (+ 326?) a quien se menciona el 17.
Última clase de Diplomado en Liderazgo Ignaciano para directivos
El viernes 22 de noviembre se desarrolló la última clase del Diplomado en Liderazgo Ignaciano para directivos que comenzó en abril de este año.