El evangelio de san Marcos, que nos ha acompañado en los domingos de este año, se interrumpe en esta semana, para dejar el paso al de san Juan, que durante todos los domingos de agosto nos invitará a contemplar y escuchar a Jesús, a quien, tras haberlo visto conmovido ante la muchedumbre “como ovejas sin pastor”, lo vemos ahora preocupado por el hambre de la multitud que ha acudido a Él. San Juan no habla de ‘milagros’, habla de signos. Como al final de las bodas de Caná, – cuando se nos advierte: “Fue el primer signorealizado por Jesús”-, el relato de este domingo también señala: “Al ver el signo que Jesús acababa de hacer”. Pero, si en Caná sus discípulos creyeron en él, aquí la gente “quiere apoderarse de Él para hacerlo rey”. Por eso, Jesús se retira a la montaña “otra vez solo”. Rechaza esa realeza, por ser una tentación.
Hay más de un signo en el relato de Juan… Los panes de cebada evocan la escena que escuchamos en la primera lectura; la mención del costo posible del pan para dar de comer a toda la multitud apunta a liberarse de la esclavitud del dinero… No hay que comprar, sino compartir. El “dio gracias” de Jesús, en griego se dice: eujaristesas, por lo que la relación de este signo con la “fracción del pan” era ya evidente desde los primeros años de la comunidad cristiana. Y en las “doce canastas” sobrantes encontramos un signo del nuevo Pueblo de Dios (por las doce tribus), que ya se alimenta de la Eucaristía cuando se termina de escribir el evangelio de san Juan. Un alimento que no debe perderse, sino guardarse…
San Pablo, en la carta a los Efesios, nos prepara a escuchar el relato de Juan, recordándonos nuestra vocación de unidad. El Pan que es Cristo nos hace ser un solo Cuerpo… En las circunstancias que vivimos como “Pueblo de Dios que peregrina en Chile”, es fundamental que pidamos la gracia de no olvidar ese llamado del Señor. Debemos ayudarnos a cicatrizar las heridas (que deben estar limpias para que sanen), por el pedir y el otorgar el perdón… La justicia debe llevarnos a la paz, no por la aniquilación de algunos, sino por la conversión de todos, y la aceptación de quienes vuelven a la casa del Padre reconociendo su extravío. “Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia debemos aprender a soportarnos mutuamente por amor”, como nos pide el apóstol.
Durante la semana, seguiremos acompañados por Jeremías, el profeta que debe anunciar la políticamente incorrecta voluntad del Señor: El pueblo está podrido por su contaminación con la idolatría, fruto de sus pactos con las naciones paganas. El profeta percibe las desgracias inminentes y por eso es rechazado, ridiculizado, y hasta intentan darle muerte. Con ese trasfondo escuchamos algunas de las parábolas del reino en el evangelio de san Mateo. Terminaremos la semana recordando el viernes el rechazo experimentado por Jesús en su pueblo de Nazaret, y contemplando la muerte del Precursor, precisamente por ser fiel a su misión profética.
En el santoral de esta semana, el domingo resulta impedida la memoria de santa Marta, hermana de María Magdalena. El lunes 30 se recuerda a san Pedro Crisólogo, obispo de Ravena (+450), doctor de la Iglesia. El martes, la Iglesia celebra la memoria de San Ignacio de Loyola, fiesta que para los ignacianos tiene carácter de solemnidad. Lo mismo ocurre para la familia Redentorista el miércoles 1 de agosto, cuando se recuerda a su fundador, san Alfonso María de Ligorio (+1787). El jueves 2 se puede celebrar a san Eusebio, obispo de Vercelli (+371) o a san Pedro Julián Eymard (1868), fundador de los Sacramentinos, mientras los jesuitas recordamos a San Pedro Fabro (1506-1546), primer sacerdote de la Compañía. El sábado 4 celebramos a san Juan María Vianney (1786-1859), cura de Ars y patrono de los párrocos. Como el muchachito de los cinco panes y los dos peces, las santas y santos supieron darlo todo y su vida dio fruto abundante, para la humanidad hambrienta.