Hoy somos testigos de una de las peores crisis sanitarias del mundo moderno a causa del COVID-19, y ciertamente que para sobre llevarla de una mejor manera, hace bien para el alma conocer el ejemplo de vida de personas que también pasaron por algo similar. Esta vez hablamos de San Luis Gonzaga, joven estudiante jesuita italiano que murió en medio de un brote de peste en el siglo XVI.
Al comenzar el año 1591 la peste hizo estragos en Roma, causando miles de muertes entre ellas la de los papas Sixto V, Urbano VII y Gregorio XIV. La población rural abandonó los los campos por las malas cosechas y el hambre. Muy pronto los hospitales estuvieron llenos. La ciudad no estaba preparada para esta demanda, acumulando demasiada pobreza y falta de higiene.
Los jesuitas colaboraron con las autoridades en la atención a los enfermos. Luis y los jesuitas del Colegio Romano, todos los días, con alforjas, recorrían la ciudad. Mientras que en las noches, en el Hospital de la Consolación, pasaba horas junto a las camas de los más miserables. En el contacto con ellos Luis, al igual que otros de sus compañeros, contrae la enfermedad que lo sostuvo durante tres meses en una lenta agonía.
Con la mirada puesta en el crucifijo y el nombre de Jesús en sus labios, falleció el 21 de junio de 1591.
Por su testimonio de entrega Luis Gonzaga fue beatificado en 1605 y en 1726 fue canonizado por el Papa Benedicto XIII, que lo nombró protector de los estudiantes y novicios jesuitas. En tanto el Papa Pío XI lo proclamó patrón de la juventud cristiana. En 1991, por las celebraciones por el IV centenario de la muerte de Luis, Juan Pablo II lo proclamó patrón de los enfermos de VIH.
Este joven santo jesuita reconocía que «el Señor le había dado un gran fervor en ayudar a los pobres», y añadía: «cuando uno tiene que vivir pocos años, Dios lo incita más a emprender tales acciones». Dejó cartas y escritos, que eran especialmente modelos de vida para la juventud.
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