PAUSA IGNACIANA: Derechos, méritos o privilegios

Por Diego García Monge (Profesor de Filosofía UAH)
Un asunto muy difícil de discernir es el concerniente a cuánto de lo que nos sucede es producto de nuestra responsabilidad y mérito personal, o bien es obra de la fortuna. Seguro algo habrá de cada cosa, pero difícil es decidir en qué proporción, y más difícil aún asignarle una cifra. Hay personas que ponen mucho empeño y con eso suplen su falta de condiciones innatas. Otros, por el contrario, están naturalmente tan bien dotados que con poco empeño de su parte alcanzan fácilmente los logros que a otros les son tan esquivos.
Bam Bam Zamorano es un gran ejemplo de empeñoso, el Chino Ríos lo es del talentoso. En el caso de la educación, la evidencia disponible en nuestro país muestra que hay una alta correlación entre el logro académico y las condiciones socioeconómicas de origen, que no son meritorias, evidentemente. En medio de algunos progresos apreciables en los últimos treinta años en la educación chilena, persiste el alto grado de segregación social de nuestras escuelas, liceos y colegios. Esto significa que hay mucha homogeneidad al interior de cada centro de enseñanza escolar, y mucha heterogeneidad entre éstos atendida su caracterización socioeconómica. El resultado final es que nuestros niños y jóvenes se educan entre iguales y el sistema que los mantiene segregados reproduce las distancias sociales que, como se sabe en nuestro caso, nos convierten en una de las sociedades más desiguales dentro del continente más desigual del planeta.
En el debate público, con frecuencia se afirma que pedimos muchos derechos, pero olvidamos los deberes. Incluso si hubiera algo de cierto en ello, probablemente muestra una versión parcial. El reclamo por derechos no se hace en contra de los deberes -aunque a veces estos se olviden- sino en contra de la existencia de privilegios. El reclamo por derechos se hace por la universalización de los mismos, porque no se acepta que su disfrute sea para unos y no para todos. El ejercicio de los derechos en la generalidad de los casos precisa de condiciones materiales sin las cuales la sola declaración formal o legal de la existencia de ese derecho lo convierte en una declaración estéril. Para los más desaventajados, por razones que exceden con mucho su responsabilidad o demérito, el ejercicio de derechos precisa de acciones intencionadas para corregir las desventajas que padecen.

“El reclamo por derechos no se hace en contra de los deberes -aunque a veces estos se olviden- sino en contra de la existencia de privilegios. El reclamo por derechos se hace por la universalización de los mismos, porque no se acepta que su disfrute sea para unos y no para todos”

 
Durante las vacaciones de febrero tuve ocasión de presenciar un documental chileno que constituye un argumento muy contundente en favor de los derechos así entendidos. Se trata de Último año, y narra la historia de un grupo de niños sordos que termina su enseñanza básica y no cuenta con suficientes posibilidades de continuar su educación en condiciones de integración en la enseñanza media[1]. Una obra notable.
En mi lugar de espectador, frecuentemente sentía la incomodidad por no poder formar parte en igualdad de condiciones de la comunicación que se realizaba mayoritariamente por señas entre los protagonistas del documental: los niños y niñas, sus profesoras y sus madres. De hecho, la mayor parte del documental está subtitulada. Pues bien, esa incomodidad es la misma que experimentan estos niños la mayor parte del tiempo cuando salen a entremezclarse con la sociedad que no los reconoce como es debido en su condición especial que no se han ganado ni merecen. Visitando distintos colegios a los que intentaban postular -muchos de ellos con alguna política explícita de integración y con muestras evidentes de vocación genuina por ella-, en varias ocasiones se les decía que “no tenían suficiente nivel” para ingresar a ellos.
Mientras todo este proceso transcurría, los niños y sus familias se organizaban para luchar -la expresión es la más adecuada en este caso- por mejores oportunidades de educación para su situación específica en condiciones de integración. El registro visual muestra las marchas que realizaron por la Alameda, empleando lenguaje de señas, pidiendo mejores oportunidades, y una manifestación en la Plaza de la Constitución con el Palacio de La Moneda de fondo, donde el pequeño Martín daba su discurso con sus manos. Esas escenas al mismo tiempo eran admirables y partían el corazón al verlos en una lucha tan bella y tan cuesta arriba. Y en varias ocasiones, transmitían enfáticamente la misma idea: “¡Tenemos derecho a estudiar!” ¿Quién va a ser el valiente que replicará a estos niños que están pidiendo derechos porque se olvidan de sus deberes? ¡Qué clase magistral de educación cívica nos estaban dando al declarar por sí mismos la defensa de su propia dignidad!

“Cuando se proponen medidas de segregación en nombre del mérito se hace un daño no sólo a los desaventajados sino a todos”

Un logro del documental a mi juicio es que nos ayuda a ver el lado de los niños. En algún sentido es cierto lo que se les decía en esos colegios: “Ustedes no tienen el nivel”, pero la réplica era igual de cierta y ponía la cuestión en términos más interesantes, más equitativos y más desafiantes: La sociedad es la que no se coloca al nivel de sus niños sordos, efectivamente no estamos al mismo nivel, no nos la podemos con ellos. ¿Qué hacemos al respecto, dejarlos botados, mirar para otra parte o, como sus madres, dar la lucha sin descanso por ellos poniéndose ellas a su nivel? De hecho, en los últimos cuarenta años la sociedad chilena se ha ido poniendo al nivel de los niños con discapacidades físicas. ¿Eso es justicia o es sólo compasión? ¿Por qué hacer la diferencia con los niños sordos, que no han tenido un respaldo equivalente de los medios de comunicación masivos y de una campaña nacional anual? ¿Y por qué limitar el argumento y excluir de él a los que padecen desventajas socioeconómicas que poco tienen que ver con el mérito y sí mucho con la fortuna?
Partimos comentando acerca de la segregación. Pues, cuando se proponen medidas de segregación en nombre del mérito se hace un daño no sólo a los desaventajados sino a todos. Desde el punto de vista de la evidencia disponible para Chile, se constata que en las aulas y escuelas donde hay más diversidad, los logros escolares son mayores para los más desaventajados, pero también hay beneficios para los que enfrentan la educación en condiciones ventajosas, sea por su mayor esfuerzo o por su mayor capacidad heredada sin mérito. Los unos se benefician de la presencia de compañeros en mejores condiciones de apoyarlos, los otros se benefician de una serie de habilidades metacognitivas asociadas a la experiencia de apoyar el progreso de sus compañeros. Nadie pierde, todos ganan.
Pero hay algo más que la sola consideración de los logros individuales que cada cual obtiene para sí por ir a la escuela. Está la función social que se relaciona con los aprendizajes para la convivencia con que la escuela puede anticipar la sociedad en que habremos de vivir cuando adultos. Una escuela diversa tiene mejores posibilidades de educar para una sociedad plural, y para que sus ciudadanos tengan capacidad de tender puentes y no muros entre quienes son diferentes, en todas las múltiples posibilidades en que podemos ser diferentes hoy por hoy. Una escuela plural prepara incluso a sus alumnos “mejores” (y ya tendríamos que comenzar a discutir qué estamos queriendo decir con esto: ¿queremos acaso educar winners?) a aprender que sus logros en la vida dependen no sólo de su mérito, no sólo de condiciones ventajosas inmerecidas, sino además de la mutualidad, de convivir en cooperación con personas desiguales que se necesitan y complementan unas a otras.
[1]    Información sobre el documental en  https://www.filmaffinity.com/cl/film464724.html y una entrevista con sus protagonistas en https://www.youtube.com/watch?v=YEFUGp441Jw

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