PAUSA IGNACIANA: El camino de la Esperanza

Por el Padre Tony Mifsud s.j.
En su primera exhortación apostólica, Evangelii gaudium (24 de noviembre de 2013), el Papa Francisco observa: “Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre.  Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo.  El que comienza sin confiar perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos.  Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a san Pablo: Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad (2 Co 12,9)” (No 85).
Esta convicción es la que se celebra en Semana Santa.  El Domingo de Pascua da sentido al Viernes Santo.  Es la celebración de la vida en medio de la muerte, porque ésta ya no tiene la última palabra.  En la Resurrección el Padre Dios proclama a la Persona de Jesús de Nazaret como el Cristo de la fe, avalando su vida, sus palabras, su proyecto y sus promesas.  Jesús es el mismo Dios entre nosotros, el Emanuel.  Como afirma san Pablo, si Jesús no hubiese resucitado, entonces vana es nuestra fe, porque Jesús sería una persona extraordinaria, pero nada más.

Lamentablemente, la tradición tiende a identificar la Semana Santa unilateralmente con el dolor y la muerte.  Pero Jesús resucitó y, por ende, lo que se celebra es el triunfo de la vida por sobre la muerte.  Es la fiesta de la esperanza en medio de las situaciones de muerte.

En un primer tiempo, la imagen central de la fe consistía en la figura del Buen Pastor que carga en sus hombros a la oveja perdida.  Pero, en una segunda etapa, esta imagen se cambió con la cruz.  Estrictamente hablando, la cruz sólo representa una dimensión del misterio pascual.  Lo más apropiado sería un Jesús resucitado que sale de la cruz en su camino hacia el Padre.  El dolor del Viernes Santo no se entiende sin el gozo del Domingo de Pascua.
Esto significa que la Semana Santa es la fiesta de la esperanza, una esperanza de talante espiritual (basada en la fe y en la confianza en Dios) y no psicológico (el rasgo del optimismo).  La Resurrección abre la posibilidad de futuro, y, por ende, la esperanza se torna compromiso.  El proyecto de Jesús, proclamado como la Buena Noticia, consiste en la filiación divina que tiene como consecuencia la fraternidad humana.  Al proclamar a Dios como Padre, como Abba (papito), se nos invita a reconocernos como hijos e hijas de Dios, lo cual, a su vez, nos compromete a tratar y hacer de los demás hermanos y hermanas, porque somos hijos e hijas del mismo Padre.  Es la oración del Padre nuestro que nos enseñó el mismo Jesús.

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