¿Por qué celebramos el Mes de María entre el 8 de noviembre y el 8 de diciembre?

Algunos teólogos coinciden en que el Mes de María, esta celebración de devoción mariana que surgió en tiempos del rey Alfonso X, es una festividad que comenzó en el Siglo XIII donde se rezaba y honraba a la Virgen María, coincidiendo con el inicio de la primavera en el hemisferio norte.

A principios del siglo XVIII, los jesuitas componen las primeras codificaciones de rezos y cánticos para la conmemoración del mes, y son los papas Pío VII y Pío IX los grandes impulsores de la celebración de esta fiesta, premiándola con indulgencias.

Sin embargo, no fue sino hasta 1854 que esta celebración llegó a nuestro país cuando Monseñor Joaquín Larraín Gandarillas, en ese entonces rector del Seminario Pontificio de Santiago, y con motivo de la proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción, incentivó su realización entre el 8 de noviembre y el 8 de diciembre.

Así fue cómo surgió esta tradición que se ha mantenido en el tiempo y se ha extendido a lo largo y ancho de todo Chile.

San Ignacio y la Virgen
En su libro de los Ejercicios Espirituales, San Ignacio llama a la Virgen María como a “Nuestra Señora”. A ella le encomendó siempre su peregrinar hacia Jesucristo. Su oración continua era pedirle que “lo pusiera con su Hijo”.

Oraciones del Mes de María
Oración de inicio
¡Oh María!, durante el bello mes a ti consagrado, todo resuena con tu nombre y alabanza. Tu santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos te han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presides nuestras fiestas y escuchas nuestras oraciones y votos.
Para honrarte hemos esparcido frescas flores a tus pies, y adornado tu frente con guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no te das por satisfecha con estos homenajes. Hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan, y coronas que no se marchitan. Estas son las que esperas de tus hijos, y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.
Sí, los lirios que tú nos pides son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos, pues, durante el curso de este mes consagrado a tu gloria, ¡oh Virgen Santa! en conservar nuestras almas puras y sin mancha, y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aún la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a tus ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos, pues, los unos a los otros como hijos de una misma familia cuya madre eres tú, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que te es tan querida, y con tu auxilio, llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y esperanzados.
¡Oh María! Haz producir en nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para que podamos ser algún día dignos hijos de la más santa y la mejor de las madres. Amén.
Oración final
¡Oh María, Madre de Jesús, nuestro Salvador y nuestra buena madre! Nosotros venimos a ofrecerte, con estos obsequios que colocamos a tus pies, nuestros corazones deseosos de serte agradable, y a solicitar de tu bondad un nuevo ardor en tu santo servicio.
Dígnate a presentarnos a tu Divino Hijo, que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error. Que vuelvan hacia Él, y cambien tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará Su corazón y el tuyo. Que convierta a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanzas para el porvenir. Amén.

Un encuentro con otras Mujeres- ENCUENTRO PRESENCIAL del Centro de Espiritualidad Ignaciana

 

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