¿Por quién tañen las campanas de la recordada Iglesia de la Compañía de Jesús?

Bastaron 15 minutos para dejar a uno de los edificios más emblemáticos e importantes de la joven República de Chile convertido en una gran llamarada de fuego. Momentos de desesperación irrepetibles que acabaron marcando en cenizas la simbólica defunción de la Iglesia de la Compañía de Jesús, con fecha de epitafio el 8 de diciembre de 1863, mientras su gigante campanario seguía tañendo como un grito de desesperación.
Una historia que vuelve a la vida a propósito del día del Patrimonio Cultural y que este viernes fue la protagonista de un coloquio especial que se realizó en la sede de Santiago del Parlamento. El encuentro patrocinado por el Centro de Extensión del Senado, la Academia Parlamentaria de la Cámara de Diputados y la Biblioteca del Congreso Nacional (BCN) tuvo como objetivo contar a través de esa triste y desesperante historia qué ocurrió con lo poco que quedó de esa Iglesia: sus campanas.

Más de dos mil muertos en una tragedia que cambiaría Chile

Horas antes, las mismas campanas sonaban pomposamente invitando a los feligreses a sumarse a la fiesta de  la Inmaculada Concepción. Un evento que juntaría nuevamente a la sociedad de la capital, sin diferenciar entre ricos y pobres, para orar a la virgen. El lugar lucía hermoso: más de 3000 velas, cientos de cintas multicolores adornando cada espacio del culto y las lámparas de aceite a pleno, para darle más majestuosidad a la escena.
Los fieles llegaron temprano, ellos ataviados con su mejor pinta; ellas con pañuelos de seda sobre el rostro y vestido largo. Tras los saludos se sumaron a la oración en silencio, ese que se sentía más fuerte que en ningún lugar, amplificado por la majestuosidad de esa gran Iglesia compuesta por tres naves que llegaban a 90 metros de largo. Según cuentan las crónicas de la época, la jornada iba bien hasta el fatídico paso en falso de un sacristán, que sin querer, habría pasado una de las cintas por encima de una lámpara compuesta de gas hidrógeno, parafina y aceite.

Los periódicos contaron la tragedia al otro día, señalando que tras la combustión surgió un caos nunca visto en la joven nación: “Los aterrados feligreses trataron de escapar, pero el fuego se propagó rápidamente, los que no murieron abrasados fueron aplastados bajo el peso de los que intentaban huir de las llamas. En los umbrales mismos han perecido centenares de personas, quemadas a la vista de un pueblo inmenso a que dirigían sus brazos en ademan suplicante i que en esos momentos era impotente para salvarlas” (El Ferrocarril, diciembre 10, 1863).
El saldo de las autoridades fue de más de 2 mil muertos y cientos de heridos de gravedad que denunciaron que las puertas laterales no se pudieron abrir y que la entrada principal solo se podía accionar hacía adentro ¡Trampa Mortal! La Iglesia ubicada en la calle bandera y donde la Compañía de Jesús alimentaba la fe de la ciudad terminó totalmente destruida.

Las piezas patrimoniales fueron reinstaladas en los jardines del Parlamento y con el tiempo pasaron a ser una gran obra de arte, a la que hoy se le rinde culto de memoria. Los arquitectos Gonzalo Vergara y Martín Holmes, en su propuesta “Elegi´ – homenaje a Yves Klein”, reflexionan sobre eventos trágicos mediante la experiencia estética del espacio y fueron los encargados de explicar el valor de la resignificación de este campanario.
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Por las víctimas de ese fatal accidente tañen las campanas, un sonido de recuerdos, pero también de reflexión activa: a partir de ese incendio se creó el primer Cuerpo de Bomberos de Santiago y se cambió la ley para prevenir accidentes.
El recuerdo sigue en un monumento que pasó de los patios del ex Congreso Nacional al cementerio General, y en la propia Iglesia de San Ignacio de Loyola, sucesora de la edificación caída en el fuego y donde fueron sepultados parte de los muertos.

 

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