Cardenal y Doctor de la Iglesia. Figura destacada de la Compañía de Jesús. Protagonista de controversias como el “caso Galileo”, así como su contribución a la historia del pensamiento, la teología y la política y acontecimientos religiosos en el complejo período de la Reforma Católica.
Roberto Bellarmino (Italia 1542-1621) era un intellectual, teólogo e intrépido defensor de la fe durante las controversias de la Reforma. Como cardenal estuvo al servicio de tres papas, que apreciaron su sabiduría y sus sabios consejos.
Inicialmente su padre se oponía a su propósito de ser jesuita, y le pedía que esperara un año dando así prueba de su vocación. Pero el padre general Diego Laynez decidió que ese año de espera contase ya como noviciado del joven, de modo que en cuanto llegó a Roma aceptó sus votos. Tras sus estudios de filosofía en el Colegio Romano, estudió teología primero en Padua y luego en Lovaina. Fue ordenado en 1570, el mismo año en que la Compañía abría un teologado en esa ciudad, del que fue nombrado primer jesuita profesor de teología. En los siete años que pasó allí pudo familiarizarse con los escritos de los reformadores, especialmente de Martín Lutero y Juan Calvino. En sus cursos habría de responder a las objeciones que ponían a la Iglesia Romana.
En 1576 volvió al Colegio Romano para hacerse cargo de la cátedra de “teología de la controversia”, especializada en las disputas que dividían a la Iglesia Cristiana. El éxito de sus clases en los 11 años en que permaneció en ese puesto indujo al papa a nombrarle miembro de las comisiones de revisión de la Biblia Vulgata (latina) y de preparación de una nueva edición de la Biblia de los Setenta (griega). En 1586 publicó el primero de tres volúmenes de sus Controversias, su obra más importante. En 1598 publicó su Catecismo, enseguida muy usado y traducido a 62 lenguas.
Para consagrarse a escribir, el P. Bellarmino dejó de enseñar, pero no dejó la dirección espiritual de estudiantes jesuitas, entre ellos del joven aristócrata Luis Gonzaga. El 1592 le nombraron rector del colegio, con 220 jesuitas bajo su responsabilidad. Luego, en 1594 fue nombrado provincial de la provincia de Nápoles.
Fue provincial sólo dos años, antes de que el papa Clemente VIII le hiciese su consejero teológico. Contra los deseos de la Compañía el papa le hizo cardenal el 3 de marzo de 1599. Ser cardenal significaba verse rodeado de sirvientes y de un séquito de aristócratas, pero él siguió viviendo con sencillez y distribuyendo entre los pobres el dinero que no gastaba en sí mismo. Para su propia sorpresa el Santo Padre le nombró en 1602 Arzobispo de Capua, diócesis al norte de Nápoles. Cuando el 16 de mayo de 1605 fue elegido nuevo papa Paulo V, pidió al cardenal Bellarmino que residiera en Roma, donde fue adscrito a varias congregaciones vaticanas.
El cardenal Bellarmino mantuvo siempre su vida espiritual de jesuita, y aprovechaba los ejercicios anuales, que prolongaba hasta 30 días cada año, para escribir libros de espiritualidad. Según se acercaba a los 70 años pidió permiso al Santo Padre para retirarse y volver a vivir en el noviciado de San Andrés del Quirinal que tenía la Compañía en Roma. Ni Paulo V ni su sucesor Gregorio XV le permitieron que abandonara su trabajo, pues valoraban mucho su cercanía. Por fin el papa Gregorio cedió y el cardenal jesuita pudo retirarse al noviciado pocos días antes de contraer una enfermedad de la que no se recobraría. El funeral, sencillo como él había dispuesto, se convirtió, por orden del papa, en algo mucho más elaborado como homenaje a una persona que había prestado servicios notables a la Iglesia. Su cuerpo fue trasladado en 1823 a la Iglesia de San Ignacio.
Información de jesuits.global